La franqueza de los torreonenses, de los laguneros y de los norteños ha sido considerada, durante mucho tiempo, una de sus cualidades distintivas. Y ya en algunas ocasiones he mencionado la firme convicción que tengo de que esa cualidad surgió y se mantuvo como característica norteña debido al tipo de gente que colonizó el área.
Al español le ha caracterizado siempre la franqueza. El tlaxcalteca, que tenía y tiene una gran autoestima, nunca se sintió conquistado, porque de hecho, nunca fue conquistado. Gente orgullosa e indómita, blasonaba su libertad hablando con absoluta franqueza. “Franqueza” era la condición del hombre libre, como lo define claramente el diccionario de la Lengua Castellana de 1817.
No es de extrañar pues, que esta cualidad perdure en nuestra identidad regional. Nuestra cultura procede del mestizaje de hombres libres, y de aquellos —relativamente pocos— que recuperaron esa condición, como es el caso de las etnias de origen africano de la era colonial.
Sin embargo, muchas veces esta cualidad se toma como pretexto para encubrir la agresión. Es decir, hay muchas maneras de decir la verdad, sobre todo porque la verdad no está reñida con el amor. El ser sinceros o francos, no nos autoriza a ser viscerales ni destructivos cuando hay otro que puede salir lastimado por ello. Franqueza y rudeza son cosas diferentes.
Quizá esta sea la distinción esencial entre el caballero y el patán, o entre una dama y una “verdulera”. No se trata de ser “hipócrita”, se trata de ser constructivo, amable, servicial. Se trata de pensar en el otro, y en el efecto que le pueden causar nuestras “sinceras” palabras. Cualquiera puede destruir, no se requiere especial talento para ello. Ser constructivo y propositivo en una sociedad tan agresiva como la nuestra, eso requiere nobleza de corazón y una voluntad de acero.
Al español le ha caracterizado siempre la franqueza. El tlaxcalteca, que tenía y tiene una gran autoestima, nunca se sintió conquistado, porque de hecho, nunca fue conquistado. Gente orgullosa e indómita, blasonaba su libertad hablando con absoluta franqueza. “Franqueza” era la condición del hombre libre, como lo define claramente el diccionario de la Lengua Castellana de 1817.
No es de extrañar pues, que esta cualidad perdure en nuestra identidad regional. Nuestra cultura procede del mestizaje de hombres libres, y de aquellos —relativamente pocos— que recuperaron esa condición, como es el caso de las etnias de origen africano de la era colonial.
Sin embargo, muchas veces esta cualidad se toma como pretexto para encubrir la agresión. Es decir, hay muchas maneras de decir la verdad, sobre todo porque la verdad no está reñida con el amor. El ser sinceros o francos, no nos autoriza a ser viscerales ni destructivos cuando hay otro que puede salir lastimado por ello. Franqueza y rudeza son cosas diferentes.
Quizá esta sea la distinción esencial entre el caballero y el patán, o entre una dama y una “verdulera”. No se trata de ser “hipócrita”, se trata de ser constructivo, amable, servicial. Se trata de pensar en el otro, y en el efecto que le pueden causar nuestras “sinceras” palabras. Cualquiera puede destruir, no se requiere especial talento para ello. Ser constructivo y propositivo en una sociedad tan agresiva como la nuestra, eso requiere nobleza de corazón y una voluntad de acero.
En fin, como decía en un apunte anterior, decidamos recuperar lo mejor de nuestra identidad histórica. Lo bueno que tenemos no es nuevo, y no todo lo nuevo es bueno.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario