Cuando Leonardo Zuloaga y Luisa Ibarra abrieron al cultivo las tierras del rancho del Torreón, dieron inicio a un movimiento migratorio regional para satisfacer la mano de obra que las nuevas labores requerían. En esa época, la única fuerza de trabajo que se necesitaba en Torreón era la de los campesinos, de preferencia de los ranchos y haciendas comarcanos.
En la medida en que las operaciones de cultivo fueron creciendo en volumen e importancia, en esa medida llegaban para quedarse personas que eran originarias de poblaciones más lejanas.
Cuando comenzaron a operar las líneas de ferrocarril en la comarca, entonces se abrió la posibilidad de una inmigración masiva y periódica. Los pizcadores se trasladaban desde otros lugares para cosechar el algodón y ganar lo que no ganarían en otros rumbos. Torreón era una de las plazas que pagaban mejores jornales.
Decía el “Boletín de la República Mexicana” en una de sus ediciones de 1898: “Las cosechas de algodón en La Laguna prometen ser este año mucho mejores que el anterior. Se espera que con esto aumente la inmigración, pues allí se pagan jornales más altos que en cualquiera otra parte del país. Para subvenir a esta necesidad, se han hecho proposiciones a los mexicanos residentes en Texas para su repatriación”.
Si La Laguna competía con los Estados Unidos por la mano de obra, y podía pagar salarios equivalentes o mayores para mantenerla, era de esperarse, como lo comenta el periódico de 1898, que la inmigración creciera. En el siglo XVIII, el pueblo de Parras hacía lo mismo para conservar disponible su mano de obra y evitar que cayera en manos de los hacendados locales.
Muchos nacionales llegaron para quedarse. Un caso como muchos era el de Benigno Escalante, nacido en 1854, quien se casó con María Espiridión Yonotrosa el 14 de enero de 1876, en Matamoros, Coahuila. En 1892, este matrimonio residía en Torreón. En el padrón de ese año, Benigno declaraba ser de ocupación “artesano”. El matrimonio estaba acompañado de sus hijos Federico, Vicente, Santiaga, María, y José María.
Otro caso tomado al azar es el de Juan Estupiñán y Felipa González, casados en Río Grande, Zacatecas, el 7 de septiembre de 1873. Este matrimonio se contaba entre los residentes de Torreón empadronados en 1892. Juan había nacido en 1832, seguramente en Río Grande, donde existía numerosa familia de ese apellido. En 1892 Juan declaraba ser “labrador”, es decir, pequeño agricultor (ordinariamente asalariado). Al matrimonio le acompañaban sus hijos Margarito, Francisco y Macario.
En la medida en que las operaciones de cultivo fueron creciendo en volumen e importancia, en esa medida llegaban para quedarse personas que eran originarias de poblaciones más lejanas.
Cuando comenzaron a operar las líneas de ferrocarril en la comarca, entonces se abrió la posibilidad de una inmigración masiva y periódica. Los pizcadores se trasladaban desde otros lugares para cosechar el algodón y ganar lo que no ganarían en otros rumbos. Torreón era una de las plazas que pagaban mejores jornales.
Decía el “Boletín de la República Mexicana” en una de sus ediciones de 1898: “Las cosechas de algodón en La Laguna prometen ser este año mucho mejores que el anterior. Se espera que con esto aumente la inmigración, pues allí se pagan jornales más altos que en cualquiera otra parte del país. Para subvenir a esta necesidad, se han hecho proposiciones a los mexicanos residentes en Texas para su repatriación”.
Si La Laguna competía con los Estados Unidos por la mano de obra, y podía pagar salarios equivalentes o mayores para mantenerla, era de esperarse, como lo comenta el periódico de 1898, que la inmigración creciera. En el siglo XVIII, el pueblo de Parras hacía lo mismo para conservar disponible su mano de obra y evitar que cayera en manos de los hacendados locales.
Muchos nacionales llegaron para quedarse. Un caso como muchos era el de Benigno Escalante, nacido en 1854, quien se casó con María Espiridión Yonotrosa el 14 de enero de 1876, en Matamoros, Coahuila. En 1892, este matrimonio residía en Torreón. En el padrón de ese año, Benigno declaraba ser de ocupación “artesano”. El matrimonio estaba acompañado de sus hijos Federico, Vicente, Santiaga, María, y José María.
Otro caso tomado al azar es el de Juan Estupiñán y Felipa González, casados en Río Grande, Zacatecas, el 7 de septiembre de 1873. Este matrimonio se contaba entre los residentes de Torreón empadronados en 1892. Juan había nacido en 1832, seguramente en Río Grande, donde existía numerosa familia de ese apellido. En 1892 Juan declaraba ser “labrador”, es decir, pequeño agricultor (ordinariamente asalariado). Al matrimonio le acompañaban sus hijos Margarito, Francisco y Macario.
El crecimiento de la población y del circulante demandaba la oferta de todo tipo de bienes y servicios. Así llegaron los labradores, artesanos, comerciantes, profesionistas, inversionistas y todo tipo de inmigrantes de la Comarca, de Coahuila y Durango, de México y del mundo entero.
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