Interesante la discusión que se ha suscitado sobre la decisión del Gobierno del Distrito Federal para comenzar las celebraciones del bicentenario del inicio del movimiento de independencia en 2008, y no en el 2010.
Desde luego, lo interesante de la propuesta no radica en el aspecto político, pues evidentemente hay un trasfondo político en esta celebración anticipada.
Para mí, como historiador, lo que hace interesante la decisión del Gobierno del D.F. es que ha puesto de relieve que el discurso de la historia es una construcción intelectual, un discurso eminentemente consensuado, y que por estas mismas razones, son posibles la disensión, las lecturas diferentes o la manipulación con fines políticos.
En México, los acontecimientos históricos han sido leídos casi siempre como sustento de la ideología oficial. A diferencia de lo que ha ocurrido en otros países, la historia mexicana ha sido fundamentalmente una historia política. En efecto, siempre hemos relacionado la historia con eventos políticos, o político-militares. Se trata de una relación de “buenos” y “malos”, donde los buenos son siempre los precursores de quienes detentan el poder, y los “malos” son los antecesores de los enemigos políticos del régimen actual, sea cual sea.
En Gobierno del Distrito Federal ha tomado como bandera el movimiento de independencia de 1808 porque ese movimiento estuvo organizado precisamente por el gobierno de la ciudad de México, y de manera particular por los regidores licenciados Francisco Primo de Verdad y Ramos y Juan Francisco Azcárate y Ledesma. Ambos eran mexicanos (decir “criollos” es hacer referencia a la raza antes que a la identidad). Azcárate fue signatario del Acta de Independencia de México en 1821. Aunque el movimiento de 1808 fue muy loable y digno de ser recordado, los liberales jacobinos y sus sucesores (quienes han ido conformando el “canon” de la historia oficial) han rechazado tomarlo en cuenta por su carácter monárquico, de la misma manera que se niegan a reconocer el de Iturbide, por la misma razón.
Sin embargo, en el caso que nos ocupa, por razones políticas, el Gobierno del D.F. ha decidido que le conviene tener una celebración “alterna” a la del resto del país. Porque glorificando al ayuntamiento de la Ciudad de México de 1808, el actual gobierno del D.F. enfoca los reflectores sobre el papel del Ayuntamiento de la Ciudad de México en la lucha por la independencia nacional. Y desde luego, buscaría lograr que el prestigio del de 1808 “se transfiera” al actual, por asociación de ideas.
Desde luego, lo interesante de la propuesta no radica en el aspecto político, pues evidentemente hay un trasfondo político en esta celebración anticipada.
Para mí, como historiador, lo que hace interesante la decisión del Gobierno del D.F. es que ha puesto de relieve que el discurso de la historia es una construcción intelectual, un discurso eminentemente consensuado, y que por estas mismas razones, son posibles la disensión, las lecturas diferentes o la manipulación con fines políticos.
En México, los acontecimientos históricos han sido leídos casi siempre como sustento de la ideología oficial. A diferencia de lo que ha ocurrido en otros países, la historia mexicana ha sido fundamentalmente una historia política. En efecto, siempre hemos relacionado la historia con eventos políticos, o político-militares. Se trata de una relación de “buenos” y “malos”, donde los buenos son siempre los precursores de quienes detentan el poder, y los “malos” son los antecesores de los enemigos políticos del régimen actual, sea cual sea.
En Gobierno del Distrito Federal ha tomado como bandera el movimiento de independencia de 1808 porque ese movimiento estuvo organizado precisamente por el gobierno de la ciudad de México, y de manera particular por los regidores licenciados Francisco Primo de Verdad y Ramos y Juan Francisco Azcárate y Ledesma. Ambos eran mexicanos (decir “criollos” es hacer referencia a la raza antes que a la identidad). Azcárate fue signatario del Acta de Independencia de México en 1821. Aunque el movimiento de 1808 fue muy loable y digno de ser recordado, los liberales jacobinos y sus sucesores (quienes han ido conformando el “canon” de la historia oficial) han rechazado tomarlo en cuenta por su carácter monárquico, de la misma manera que se niegan a reconocer el de Iturbide, por la misma razón.
Sin embargo, en el caso que nos ocupa, por razones políticas, el Gobierno del D.F. ha decidido que le conviene tener una celebración “alterna” a la del resto del país. Porque glorificando al ayuntamiento de la Ciudad de México de 1808, el actual gobierno del D.F. enfoca los reflectores sobre el papel del Ayuntamiento de la Ciudad de México en la lucha por la independencia nacional. Y desde luego, buscaría lograr que el prestigio del de 1808 “se transfiera” al actual, por asociación de ideas.
A manera de conclusión, insistiré en que no resulta nada bueno cuando se quiere usar la historia como elemento legitimador. La escritura de la historia debe estar muy por encima de mezquinos intereses políticos, más allá de la miopía y la mezquindad de quienes desean una historia “a su medida y conveniencia”.
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