A la mayoría de los torreonenses debe sonarles a cosa muy extraña la existencia de viejas Ordenes Militares. Por lo general, estamos acostumbrados a relacionar ese tipo de instituciones con la Edad Media, como algo que existió, pero no como algo real, ni mucho menos, como algo actual.
Por nuestra relación histórica con España, sabemos que existieron las Órdenes de Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara. A veces leemos sobre ellas en la extraña jerga de la heráldica y la genealogía. Pero realmente no significan nada para el común de la gente en el México actual, republicano a ultranza.
Entre los mexicanos, solamente aquellos funcionarios que prestan servicio en el cuerpo diplomático, están acostumbrados a ver y escuchar sobre estas Órdenes Militares de carácter honorífico, sin que les asalte una taquicardia escrupulosa. Otros mexicanos que no se inmutan son los funcionarios de la Secretaría de Relaciones Exteriores, y desde luego, los Presidentes de la República.
Si en Torreón tuviéramos embajadas, estaríamos bastante acostumbrados a ver el despliegue de insignias de esa naturaleza, que por cierto, son bastante comunes en ciudades verdaderamente cosmopolitas. Pues a final de cuentas, ser miembro de una Orden de Caballería otorgada por el Estado o por una dinastía, implica haber obtenido un mero reconocimiento a una trayectoria de utilidad pública en el campo de la ciencia, las artes, la academia, el bien común o la filantropía. Equivale, en pocas palabras, al reconocimiento de “Ciudadano Distinguido” que otorga cada año el Ayuntamiento de Torreón.
La membresía en una de las Órdenes Militares ha sido el medio como los antiguos reyes europeos o sus descendientes premiaban a sus propios ciudadanos o a los extranjeros que alcanzaban el mérito suficiente. En la actualidad, la obtención de una de estas condecoraciones no implica la recepción de ningún título de nobleza. Es equiparable a la imposición de una simple medalla con diploma, sin transmisión hereditaria.
El verdadero valor que poseen algunas de estas Órdenes de caballería es el prestigio de su origen y antigüedad. Un caso muy concreto es la Real Orden de San Miguel del Ala, que es dinástica (no la otorga un monarca coronado, sino el jefe de una Casa Real no reinante) cuyo Gran Maestre es el duque Dom Duarte Pío de Braganza, de Portugal. La Orden fue fundada por el rey Dom Alfonso Henriques hace 860 años (en 1147). Existen muchas otras Órdenes, como la Legión de Honor, fundada más recientemente por Napoleón Bonaparte, la cual es otorgada por la Nación Francesa. La Orden Mexicana del Águila Azteca tiene una función similar de reconocimiento al mérito.
Por nuestra relación histórica con España, sabemos que existieron las Órdenes de Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara. A veces leemos sobre ellas en la extraña jerga de la heráldica y la genealogía. Pero realmente no significan nada para el común de la gente en el México actual, republicano a ultranza.
Entre los mexicanos, solamente aquellos funcionarios que prestan servicio en el cuerpo diplomático, están acostumbrados a ver y escuchar sobre estas Órdenes Militares de carácter honorífico, sin que les asalte una taquicardia escrupulosa. Otros mexicanos que no se inmutan son los funcionarios de la Secretaría de Relaciones Exteriores, y desde luego, los Presidentes de la República.
Si en Torreón tuviéramos embajadas, estaríamos bastante acostumbrados a ver el despliegue de insignias de esa naturaleza, que por cierto, son bastante comunes en ciudades verdaderamente cosmopolitas. Pues a final de cuentas, ser miembro de una Orden de Caballería otorgada por el Estado o por una dinastía, implica haber obtenido un mero reconocimiento a una trayectoria de utilidad pública en el campo de la ciencia, las artes, la academia, el bien común o la filantropía. Equivale, en pocas palabras, al reconocimiento de “Ciudadano Distinguido” que otorga cada año el Ayuntamiento de Torreón.
La membresía en una de las Órdenes Militares ha sido el medio como los antiguos reyes europeos o sus descendientes premiaban a sus propios ciudadanos o a los extranjeros que alcanzaban el mérito suficiente. En la actualidad, la obtención de una de estas condecoraciones no implica la recepción de ningún título de nobleza. Es equiparable a la imposición de una simple medalla con diploma, sin transmisión hereditaria.
El verdadero valor que poseen algunas de estas Órdenes de caballería es el prestigio de su origen y antigüedad. Un caso muy concreto es la Real Orden de San Miguel del Ala, que es dinástica (no la otorga un monarca coronado, sino el jefe de una Casa Real no reinante) cuyo Gran Maestre es el duque Dom Duarte Pío de Braganza, de Portugal. La Orden fue fundada por el rey Dom Alfonso Henriques hace 860 años (en 1147). Existen muchas otras Órdenes, como la Legión de Honor, fundada más recientemente por Napoleón Bonaparte, la cual es otorgada por la Nación Francesa. La Orden Mexicana del Águila Azteca tiene una función similar de reconocimiento al mérito.
1 comentario:
Gracias por el aporte
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