Innumerables veces, la ciudad de Torreón ha sido tildada de población inculta. Tal vez fue así en el pasado, pero en la actualidad me resulta altamente reconfortante notar que existe una abundante oferta de eventos relacionados con las actividades de carácter estético o científico.
Los torreonenses se involucran de manera activa y pasiva. Hay un buen número de competentes artistas e intelectuales a cargo. Naturalmente, los ciudadanos se aficionan cada día más. Trovas, cafés literarios, talleres, cine, exposiciones pictóricas y museográficas, conciertos, presentaciones de libros y muchas otras modalidades. La gran mayoría de estas actividades son ofrecidas por instituciones que cuentan con respaldo del sector oficial o privado, o bien, de la taquilla.
Pero anoche, mientras caminaba por la calle González Ortega bajo la lluvia nocturna, apenas a unos pocos pasos para cruzar la avenida Hidalgo, tuve que refugiarme en un cafecito pletórico de jóvenes que estaban ahí por puro gusto, no tanto gastronómico como literario. Me di cuenta de que se estaba celebrando un evento de lectura en atril, y de que tres jóvenes interpretaban —con mucho profesionalismo— algunas selecciones de la poesía de Mario Benedetti.
Pude instalarme por un buen rato, mientras pasaba la lluvia. Al calor y sabor de las diversas variedades de café, algunas parejas jóvenes me abordaron como si me conocieran de toda la vida. Me comentaban sus impresiones (debo calificarlas como verdaderamente entusiastas) sobre la poesía que escuchaban. Debo confesar que experimenté una gran alegría. Después de todo, pude constatar por mí mismo que la adhesión a la sutileza de los placeres estéticos no es algo en vías de extinción, ni que necesariamente requiere de instituciones o presupuestos oficiales. Es algo que se encuentra en el ambiente, y no de uno, sino de muchos sitios de reunión.
Salí de Leg Mu con cierta euforia, con buen sabor de boca y aire fresco en los pulmones. Sentí que, como los buenos vinos, Torreón mejora… la edad le sienta bien…
Pero anoche, mientras caminaba por la calle González Ortega bajo la lluvia nocturna, apenas a unos pocos pasos para cruzar la avenida Hidalgo, tuve que refugiarme en un cafecito pletórico de jóvenes que estaban ahí por puro gusto, no tanto gastronómico como literario. Me di cuenta de que se estaba celebrando un evento de lectura en atril, y de que tres jóvenes interpretaban —con mucho profesionalismo— algunas selecciones de la poesía de Mario Benedetti.
Pude instalarme por un buen rato, mientras pasaba la lluvia. Al calor y sabor de las diversas variedades de café, algunas parejas jóvenes me abordaron como si me conocieran de toda la vida. Me comentaban sus impresiones (debo calificarlas como verdaderamente entusiastas) sobre la poesía que escuchaban. Debo confesar que experimenté una gran alegría. Después de todo, pude constatar por mí mismo que la adhesión a la sutileza de los placeres estéticos no es algo en vías de extinción, ni que necesariamente requiere de instituciones o presupuestos oficiales. Es algo que se encuentra en el ambiente, y no de uno, sino de muchos sitios de reunión.
Salí de Leg Mu con cierta euforia, con buen sabor de boca y aire fresco en los pulmones. Sentí que, como los buenos vinos, Torreón mejora… la edad le sienta bien…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario