Quizá ya es hora de que en México se reconozca que nuestra Historia Oficial nos ha quedado muy pequeña.
El enfoque tradicional de nuestra historia no trata acerca de verdaderos seres humanos, personas que, como muchas otras, eran motivadas por ideales, ambiciones, pasiones buenas y muchas veces, innobles.
Nuestra historia oficial está escrita en blanco y negro, es decir, hay figuras de brillo esplendoroso e inmaculado, y otras, sus adversarios, son descritos como perversos villanos dignos de la infamia (es decir, sin derecho a honor alguno ni a un lugar en la memoria colectiva). La vida real es una profusa gama de grises, donde el blanco y el negro se mezclan produciendo diversos matices y tonalidades.
Sabemos que en la vida real, no hay figuras de blanco puro o negro puro. Y nuestros héroes vivieron la vida real de su tiempo, no en alguna extraña dimensión del olimpo. La naturaleza humana sigue siendo la misma.
Por otra parte, el verdadero héroe es el pueblo, que siempre es el que paga la cuota de sangre. En las Guerras de Independencia, en las Guerras de Reforma, en la Guerra contra Estados Unidos, en la Guerra de la Intervención Francesa, en la Revolución Mexicana, en todas estas guerras siempre ha sido el pueblo el que paga el precio más caro, y al que menos se le reconoce el mérito.
Nuestra historia debería darle mucho más mérito al pueblo, que es el que siempre ha ganado “las victorias de los héroes”. Sin embargo, esas victorias, ganadas con la sangre de muchos, se le atribuyen a uno solo individuo: Juárez, Porfirio Díaz, Madero, Pancho Villa, Álvaro Obregón, etc. En muchas ocasiones, nuestros héroes fueron simplemente políticos hábiles que, como experimentados surfistas, supieron trepar por los movimientos populares y aprovechar su fuerza, para llegar a donde ellos querían.
Nadie puede negar el enorme mérito que tuvo don Benito Juárez al secularizar los bienes del clero. Una riqueza tan grande no podía, ni debía, estar en manos de unos cuantos. Además, dejó bien claro el sano principio de que la iglesia no puede constituir un estado dentro del Estado. Sin embargo, en aras del liberalismo foráneo, y por sostener la constitución de 1857, desconoció el derecho de la propiedad comunal, que era el que por siglos habían tenido sus congéneres de raza, arruinando a muchos de ellos y condenándolos a trabajar como peones de hacienda en lo que fueron sus viejas propiedades.
En otros casos, procedió de manera muy acertada. Al dar tierras y armas a los laguneros de Coahuila y Durango, creó focos de resistencia que actuaron como cuñas contra los hacendados monárquicos y los gobernadores fieles al II Imperio Mexicano, enemigos naturales de Juárez. Al fraccionar los latifundios, permitió el surgimiento de una riqueza extraordinaria. Si torreón es obra de Porfirio Díaz, en gran medida, la Comarca Algodonera fue obra de Juárez. Aún así, los mártires del Juarismo en La Laguna deberían tener mucho mayor peso histórico. Ellos lo hicieron triunfar.
El triunfo liberal de 1867 fue una de las más grandes y reconocidas hazañas del presidente Juárez. Y sin embargo, se logró a costa de una mayor ingerencia de los Estados Unidos en nuestra vida nacional. Porque la expulsión de los franceses y el fin del príncipe extranjero pudieron lograrse gracias al apoyo financiero, militar y político de Estados Unidos (recién salido de su Guerra Civil) así como de las amenazas de aquélla nación contra la Francia de Napoleón III. ¿Qué pidieron los Estados Unidos a cambio?
El enfoque tradicional de nuestra historia no trata acerca de verdaderos seres humanos, personas que, como muchas otras, eran motivadas por ideales, ambiciones, pasiones buenas y muchas veces, innobles.
Nuestra historia oficial está escrita en blanco y negro, es decir, hay figuras de brillo esplendoroso e inmaculado, y otras, sus adversarios, son descritos como perversos villanos dignos de la infamia (es decir, sin derecho a honor alguno ni a un lugar en la memoria colectiva). La vida real es una profusa gama de grises, donde el blanco y el negro se mezclan produciendo diversos matices y tonalidades.
Sabemos que en la vida real, no hay figuras de blanco puro o negro puro. Y nuestros héroes vivieron la vida real de su tiempo, no en alguna extraña dimensión del olimpo. La naturaleza humana sigue siendo la misma.
Por otra parte, el verdadero héroe es el pueblo, que siempre es el que paga la cuota de sangre. En las Guerras de Independencia, en las Guerras de Reforma, en la Guerra contra Estados Unidos, en la Guerra de la Intervención Francesa, en la Revolución Mexicana, en todas estas guerras siempre ha sido el pueblo el que paga el precio más caro, y al que menos se le reconoce el mérito.
Nuestra historia debería darle mucho más mérito al pueblo, que es el que siempre ha ganado “las victorias de los héroes”. Sin embargo, esas victorias, ganadas con la sangre de muchos, se le atribuyen a uno solo individuo: Juárez, Porfirio Díaz, Madero, Pancho Villa, Álvaro Obregón, etc. En muchas ocasiones, nuestros héroes fueron simplemente políticos hábiles que, como experimentados surfistas, supieron trepar por los movimientos populares y aprovechar su fuerza, para llegar a donde ellos querían.
Nadie puede negar el enorme mérito que tuvo don Benito Juárez al secularizar los bienes del clero. Una riqueza tan grande no podía, ni debía, estar en manos de unos cuantos. Además, dejó bien claro el sano principio de que la iglesia no puede constituir un estado dentro del Estado. Sin embargo, en aras del liberalismo foráneo, y por sostener la constitución de 1857, desconoció el derecho de la propiedad comunal, que era el que por siglos habían tenido sus congéneres de raza, arruinando a muchos de ellos y condenándolos a trabajar como peones de hacienda en lo que fueron sus viejas propiedades.
En otros casos, procedió de manera muy acertada. Al dar tierras y armas a los laguneros de Coahuila y Durango, creó focos de resistencia que actuaron como cuñas contra los hacendados monárquicos y los gobernadores fieles al II Imperio Mexicano, enemigos naturales de Juárez. Al fraccionar los latifundios, permitió el surgimiento de una riqueza extraordinaria. Si torreón es obra de Porfirio Díaz, en gran medida, la Comarca Algodonera fue obra de Juárez. Aún así, los mártires del Juarismo en La Laguna deberían tener mucho mayor peso histórico. Ellos lo hicieron triunfar.
El triunfo liberal de 1867 fue una de las más grandes y reconocidas hazañas del presidente Juárez. Y sin embargo, se logró a costa de una mayor ingerencia de los Estados Unidos en nuestra vida nacional. Porque la expulsión de los franceses y el fin del príncipe extranjero pudieron lograrse gracias al apoyo financiero, militar y político de Estados Unidos (recién salido de su Guerra Civil) así como de las amenazas de aquélla nación contra la Francia de Napoleón III. ¿Qué pidieron los Estados Unidos a cambio?
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