El "rapto de las sabinas" de Pedro Pablo Rubens
Durante siglos, las mujeres han buscado el secreto para obtener o mantener la belleza. Y también durante siglos, ha variado el concepto de lo que significa ser bella. Y es que, antes que nada, debemos comprender que el concepto de belleza es un concepto consensual y aprendido, es decir, es un elemento cultural.
Hasta principios del siglo XIX, las bellas europeas —y desde luego las de las colonias americanas— tenían que ser regordetas, ya que la gordura era una característica asociada con la salud, con el bienestar, con el buen comer propio de las clases altas bien provistas. Por lo tanto, la gordura era una cualidad deseable, constituía un valor estético, significaba literalmente “estar lleno (o llena) de vida” En cambio, en México, en nuestra sociedad urbana actual, entre las clases media y alta, cuando una dama quiere insultar a otra en lo más sagrado de su autoestima, basta con que le diga que está “repuestita”. Con este eufemismo, la está llamando “gorda”, lo cual demuestra claramente que la gordura no solo no es asociada en lo absoluto con la belleza, sino que puede resultar ofensiva.
En ciertas regiones del viejo continente (me lo contó un buen amigo a su regreso del País Vasco), resulta insultante elogiar la esbeltez —o peor aún— la delgadez de una mujer de campo, ya que en las áreas rurales de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, la esbeltez no es algo deseable merced a los viejos atavismos ya mencionados. Por ese camino, la sangre puede llegar al río.
De hecho, son tan variables los cánones estéticos de acuerdo a tiempo y lugar, que si nos fijamos en las mujeres de la obra de Rubens, ejemplificadas en “el rapto de las sabinas”, apreciaremos que las mujeres representadas, de acuerdo a nuestros cánones estéticos contemporáneos, serían calificadas como “extremadamente obesas”. Y sin embargo, en su época constituían el modelo perfecto del atractivo femenino (Rubens debía justificar visualmente ante la sociedad de su época que los romanos las encontrasen deseables). En nuestra sociedad, las majas de Goya serían enviadas de urgencia a un Spa para recibir tratamiento reductivo.
Cada cultura, cada región, cada época ha tenido su propio concepto de aquello en lo que consiste el atractivo personal. Para los mayas, el exceso de la hermosura era el estrabismo —el estar bizco— y era tan apreciada esta característica, que buscaban obtenerla por medios artificiales.
Para muchas de nuestras abuelas, que se cubrían desde el cuello hasta los pies, la buena figura podía lograrse con el torturante corsé, pero la belleza era una característica que concernía a los elementos visibles del cuerpo: el pelo, la cara, los dientes, las manos.
En una época en la cual era impensable que una mujer mexicana decente usara cosméticos, las recetas sencillas para obtener y mantener la belleza, generalmente a base de productos naturales muy fáciles de conseguir, eran muy apreciadas por las damas. Algunas de estas fórmulas, muchas veces celosamente guardadas como secretos durante generaciones, atribuyen al agua, a las plantas, a la constancia en las costumbres y aún a las fases lunares, influencias positivas en el proceso de embellecimiento.
Una vieja receta heredada y conservada por una familia lagunera, la de la Señora María del Carmen Gómez de Cedillo y que transcribimos a continuación, enumera los pasos que para ser bella debía seguir una mujer lagunera del primer tercio del siglo XX.
PASOS PARA SER BELLA
1.- Levantarse entre cinco y seis de la mañana.
Una vieja receta heredada y conservada por una familia lagunera, la de la Señora María del Carmen Gómez de Cedillo y que transcribimos a continuación, enumera los pasos que para ser bella debía seguir una mujer lagunera del primer tercio del siglo XX.
PASOS PARA SER BELLA
1.- Levantarse entre cinco y seis de la mañana.
2.- Meter tres tinas de agua que se dejaron la noche anterior al sereno (si había luna llena mejor).
3.- Lavar el pelo en amole de lechuguilla rayada en agua (queda como un buen jabón). Enjuagar posteriormente con agua.
4.- Lavarse el cuerpo con agua común y corriente.
5.- Por último, desde la cabeza, otro enjuague con agua de romero.
6.- Desenredarse el pelo con una escobeta de ixtle especial para ello.
7.- Dejarlo secar dos o tres horas y trenzarlo.
8.- Dos veces a la semana poner en el pelo aceite de víbora, dando masaje al cuero cabelludo.
9.- Ponerse a diario en la cara agua de manzanilla y dejarla secar; después ponerse crema de natas de leche que se prepara de la siguiente manera: dos o tres cucharadas soperas de natas; diez gotas de jugo de limón: batirla por largo rato y dejar reposar. Después de un rato de haberla puesto en la cara, preparar una loción con un litro de alcohol y cinco varitas de romero fresco, y con un trapito de franela, refrescar la cara, cuello y brazos.
10.- Limpiar los dientes con polvo de tortilla quemada, triturándola con un palote. Enjuagar con agua limpia y posteriormente con agua de romero.
11.- Masticar frecuentemente unos trocitos de sangre de grado para “apretar los dientes y que no se caigan sin motivo”.
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