Desde la época en que la monarquía española gobernaba en Nueva España, y para mayores señas, desde que se colocó la primera piedra para construir el zócalo que soportaría la escultura ecuestre de Carlos IV (18 de julio de 1796) los habitantes de la ciudad de México llaman “zócalo” a su antes denominada Plaza Mayor.
Nuestro Diccionario de la Lengua Castellana de 1817 dice sobre el término “zócalo” lo siguiente: “zócalo, el cuerpo inferior de un edificio u obra que sirve para elevar los basamentos a un mismo nivel y levantar la arquitectura”.
Y es que el virrey marqués de Branciforte, al igual que su cuñado, Godoy, habían hecho fortuna a la sombra de Carlos IV de España. De ahí que el virrey decidiera levantarle una escultura ecuestre en la Plaza Mayor de la ciudad de México. Para ello contrató al escultor y arquitecto valenciano Manuel Tolsá.
Pero tomó bastante tiempo concluir el conjunto escultórico. La gente de la ciudad solamente veía el “zócalo” destinado a soportar al “caballito” y a su jinete. De ahí que, por asociación de ideas, se le comenzara a llamar “plaza del zócalo” y después, simplemente “zócalo”. Entonces, llamar “zócalo” a la plaza mayor es una peculiaridad del habla defeña, y se explica por las circunstancias de lugar y época.
Pero querer generalizar ese término y aplicarlo a todas las plazas de México, y en el caso que nos ocupa, a la Plaza de Armas de Torreón, es una falta de respeto para nuestra historia e identidad regional. La nuestra se inscribe en la tradición novohispana de las “plazas de armas”. Estos eran los espacios donde los alcaldes mayores citaban a los vecinos de la población para la revisión de sus cabalgaduras y armas. Era importante saber cuántas había disponibles, y que las que hubiera, estuvieran listas para la defensa del lugar. Estas revisiones se llamaban “alardes” y había que hacerlos con regularidad, ya que en el norte había un estado de guerra continuo contra los indios que atacaban de improviso.
Hubo alardes en Parras, en la vieja misión de San Pedro, en Mapimí, en fin, en toda la Comarca Lagunera. Torreón, aunque más reciente como población, heredó la denominación de su plaza, y los ascendientes de muchos de sus habitantes realmente participaron en dichos alardes comarcanos.
Nuestro Diccionario de la Lengua Castellana de 1817 dice sobre el término “zócalo” lo siguiente: “zócalo, el cuerpo inferior de un edificio u obra que sirve para elevar los basamentos a un mismo nivel y levantar la arquitectura”.
Y es que el virrey marqués de Branciforte, al igual que su cuñado, Godoy, habían hecho fortuna a la sombra de Carlos IV de España. De ahí que el virrey decidiera levantarle una escultura ecuestre en la Plaza Mayor de la ciudad de México. Para ello contrató al escultor y arquitecto valenciano Manuel Tolsá.
Pero tomó bastante tiempo concluir el conjunto escultórico. La gente de la ciudad solamente veía el “zócalo” destinado a soportar al “caballito” y a su jinete. De ahí que, por asociación de ideas, se le comenzara a llamar “plaza del zócalo” y después, simplemente “zócalo”. Entonces, llamar “zócalo” a la plaza mayor es una peculiaridad del habla defeña, y se explica por las circunstancias de lugar y época.
Pero querer generalizar ese término y aplicarlo a todas las plazas de México, y en el caso que nos ocupa, a la Plaza de Armas de Torreón, es una falta de respeto para nuestra historia e identidad regional. La nuestra se inscribe en la tradición novohispana de las “plazas de armas”. Estos eran los espacios donde los alcaldes mayores citaban a los vecinos de la población para la revisión de sus cabalgaduras y armas. Era importante saber cuántas había disponibles, y que las que hubiera, estuvieran listas para la defensa del lugar. Estas revisiones se llamaban “alardes” y había que hacerlos con regularidad, ya que en el norte había un estado de guerra continuo contra los indios que atacaban de improviso.
Hubo alardes en Parras, en la vieja misión de San Pedro, en Mapimí, en fin, en toda la Comarca Lagunera. Torreón, aunque más reciente como población, heredó la denominación de su plaza, y los ascendientes de muchos de sus habitantes realmente participaron en dichos alardes comarcanos.
El término “Plaza de Armas” nos recuerda nuestra identidad guerrera, de espíritu de lucha contra los elementos, la carestía y la adversidad. “Zócalo” es un término carente de sentido en nuestro contexto histórico y cultural.
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