Escudo de Torreón

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lunes, noviembre 12, 2007

Día nacional del libro



En cierta ocasión le comentaba al maestro Jaime Muñoz Vargas lo sorprendente que me parecía la relación que existe en México entre los montos de los premios otorgados a la mejor novela y a la mejor tesis doctoral. Pues mientras que una novela podía ganar 200 mil pesos, la mejor tesis doctoral de Historia se cotizaba tan sólo en 50 mil, según las convocatorias del premio nacional Atanasio G. Saravia.

¿Cómo es posible que una obra que requiere vasta erudición, preparación académica de muchos años, una metodología científica, un duro trabajo de investigación y de interpretación de la realidad, y una paciencia de santo, se valore 4 veces menos que un trabajo de ficción? No es que quiera demeritar la obra de los literatos, simplemente me parece que el esfuerzo no se premia de manera equitativa. Jaime me decía por entonces: “Quizá para los mexicanos, la Historia no tiene el glamour de la literatura”. Pero, ¿realmente se trata de glamour o de mercadotecnia? Porque, a fin de cuentas, la novela vende y representa un mercado de muchos millones de pesos. Si no tiene encanto, se le crea a través de la publicidad y los medios.

El mexicano urbano promedio parece tener una mayor inclinación hacia la literatura de ficción, hacia el best seller nacional o extranjero, que hacia la literatura de divulgación científica. Esto denota una clara preferencia por la función recreativa de la literatura sobre la función cognoscitiva. El mexicano parece sentirse más cómodo con la emoción que con la razón. A diferencia del libro de divulgación científica, cuyo lenguaje suele ser denotativo, equilibrado y carente de adjetivos, la novela puede ofrecer una trama emocionante con dosis altas de adrenalina. Si la novela vende más, es porque hay una superior demanda de consumidores dispuestos a pagar por ella.

Y es que para los lectores mexicanos, la novela es un producto literario relativamente “gratificante” que no requiere de mayor preparación ni conocimientos, basta abrir el libro y leer. Con un criterio impresionista, cualquiera que lea una novela puede hablar u opinar sobre ella. Este es otro factor importante, ya que para un pueblo como el nuestro, que valora tanto la interacción social, las novelas pueden brindar temas de conversación para largas horas.

No quiero dar la impresión de ser alguien que toma posición contra la literatura de ficción, para nada es el caso. Simplemente me llama la atención cómo las preferencias de los mexicanos con poder de compra se inclinan más hacia el entretenimiento. La misma tendencia la encontramos en los alumnos de universidad, que usan la computadora como fuente de diversión (Chat, pornografía, programas lúdicos) y no tienen la menor idea de cómo utilizarla para la investigación.

Entonces, la búsqueda del conocimiento no parece ser un interés nacional, y eso a la larga se traduce en una carencia de científicos mexicanos. México tiene un indiscutible premio Nóbel en literatura, pero el único científico mexicano galardonado (Mario J. Molina, Nóbel de Química 1995) es estadounidense por naturalización y abrió los ojos al pensamiento científico en Suiza, Friburgo, París, Berkeley, Irvine y el MIT (Tecnológico de Massachussets). El simple hecho del cambio de nacionalidad de Molina para continuar investigando como científico, nos habla de la pobreza de cultura científica y por ende, de recursos para este ámbito en México.

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