Para completar el apunte sobre lo ajeno que resultan los altares de muertos en nuestra cultura comarcana, mencionaré el punto de vista bíblico sobre estos monumentos dedicados a los fallecidos.
Aunque mi opinión es la de un simple seglar que se ha interesado en los estudios exegéticos desde muy joven, no debo dejar de mencionar que laa actitudes ante la autoridad bíblica varían, lo mismo que varían las percepciones sobre la costumbre de construir los efímeros altares de muertos para los primeros días de noviembre.
Muchas personas en México consideran a la Biblia como la fuente de la autoridad moral, la cual se manifiesta a través de sus normas y principios de interpretación. Pero esto no necesariamente es aceptable para todos, ya que muchos otros —en México, seguramente la mayoría— remiten la autoridad moral al magisterio de la Iglesia. Y para muchos otros, la fuente de la norma moral es la costumbre, tal y como la divulgan, interpretan y sancionan los medios masivos, particularmente la televisión.
Ante la construcción de altares de muertos, también hay diversas actitudes. La Secretaría de Educación Pública considera a estos altares como parte de nuestra “mexicanidad” y por lo tanto busca su difusión y estandarización obligatoria, sin tomar en cuenta las diversas trayectorias históricas culturales, ni las identidades regionales.
Muchos otros ven la construcción de altares de muertos como una curiosidad antropológica, como parte del folclor de algunas regiones del país. Ordinariamente hay algo de sentimentalismo en estas lecturas, un secreto anhelo de acortar la distancia entre el mundo de los vivos y el de aquéllos que ya se han ido.
En algunas regiones de México, donde hubo desarrolladas culturas indígenas sedentarias a la llegada de los españoles, el fenómeno del sincretismo (combinación de lo incombinable) religioso tuvo lugar y sobrevive, incorporando elementos rituales aborígenes a los elementos del catolicismo hispano.
En estas regiones, la percepción en torno al significado del altar de muertos supone una reunión, una convivencia entre vivos y difuntos. Aquí es donde la autoridad bíblica choca de frente con la costumbre prehispánica, ya que el texto de le escritura dice “que nadie evoque a los muertos” (Deuteronomio 18: 11). En este texto, evocar equivale a convocar, llamar para estar juntos, o bien, ser llamados para estar juntos. Para el legislador bíblico, esta falta religiosa es semejante en gravedad a la de sacrificar a los hijos, a la práctica de la adivinación, la astrología, la hechicería o la magia (Deuteronomio 18: 10). Todas estas actividades son calificadas como “abominación” y como causas de maldición.
Esta última interpretación en torno a la erección de altares de muertos supone un problema de conciencia para aquéllas comunidades de mexicanos que ubican la fuente de la autoridad moral en las Escrituras. En ese caso estarían la mayoría de los protestantes nacionales, y muchos de los católicos de la Renovación Carismática.
Aunque mi opinión es la de un simple seglar que se ha interesado en los estudios exegéticos desde muy joven, no debo dejar de mencionar que laa actitudes ante la autoridad bíblica varían, lo mismo que varían las percepciones sobre la costumbre de construir los efímeros altares de muertos para los primeros días de noviembre.
Muchas personas en México consideran a la Biblia como la fuente de la autoridad moral, la cual se manifiesta a través de sus normas y principios de interpretación. Pero esto no necesariamente es aceptable para todos, ya que muchos otros —en México, seguramente la mayoría— remiten la autoridad moral al magisterio de la Iglesia. Y para muchos otros, la fuente de la norma moral es la costumbre, tal y como la divulgan, interpretan y sancionan los medios masivos, particularmente la televisión.
Ante la construcción de altares de muertos, también hay diversas actitudes. La Secretaría de Educación Pública considera a estos altares como parte de nuestra “mexicanidad” y por lo tanto busca su difusión y estandarización obligatoria, sin tomar en cuenta las diversas trayectorias históricas culturales, ni las identidades regionales.
Muchos otros ven la construcción de altares de muertos como una curiosidad antropológica, como parte del folclor de algunas regiones del país. Ordinariamente hay algo de sentimentalismo en estas lecturas, un secreto anhelo de acortar la distancia entre el mundo de los vivos y el de aquéllos que ya se han ido.
En algunas regiones de México, donde hubo desarrolladas culturas indígenas sedentarias a la llegada de los españoles, el fenómeno del sincretismo (combinación de lo incombinable) religioso tuvo lugar y sobrevive, incorporando elementos rituales aborígenes a los elementos del catolicismo hispano.
En estas regiones, la percepción en torno al significado del altar de muertos supone una reunión, una convivencia entre vivos y difuntos. Aquí es donde la autoridad bíblica choca de frente con la costumbre prehispánica, ya que el texto de le escritura dice “que nadie evoque a los muertos” (Deuteronomio 18: 11). En este texto, evocar equivale a convocar, llamar para estar juntos, o bien, ser llamados para estar juntos. Para el legislador bíblico, esta falta religiosa es semejante en gravedad a la de sacrificar a los hijos, a la práctica de la adivinación, la astrología, la hechicería o la magia (Deuteronomio 18: 10). Todas estas actividades son calificadas como “abominación” y como causas de maldición.
Esta última interpretación en torno a la erección de altares de muertos supone un problema de conciencia para aquéllas comunidades de mexicanos que ubican la fuente de la autoridad moral en las Escrituras. En ese caso estarían la mayoría de los protestantes nacionales, y muchos de los católicos de la Renovación Carismática.
Imagen cortesía de "La Gazette de ditaime.com".
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