Quizá una de las familias de más antigüedad que poblaron el norte de México, sur de los Estados Unidos y por supuesto Torreón, es la que lleva por apellido Montemayor y sus descendientes, originalmente de Montemayor
El apellido se le debe a Diego de Montemayor, cuyos datos permanecen en el Archivo General de Indias, sección de la Casa de Contratación de Sevilla (aduana internacional de España en el siglo XVI). Encontramos que Diego de Montemayor era vecino de Málaga (Andalucía) y que era hijo de Juan de Montemayor y de Mayor Hernández. En primeras nupcias estaba casado con Inés Rodríguez, y ambos pasaron a la Nueva España según registros del 7 de diciembre de 1548. Diego se casó otras dos veces, su segunda esposa fue María de Esquivel, y la tercera, Juana Porcallo y de la Cerda.
Diego fue Alcalde Mayor de Saltillo en 1580. El 5 de abril de 1588 fue nombrado Tesorero de la Real Hacienda y teniente de gobernador y de capitán general desde los ojos de Santa Lucía (Monterrey) hasta Parras y lo demás que había hasta el río Grande y hasta la Laguna. Fue Alcalde Ordinario de Saltillo en 1591, y su escribano en 1593. En 1596 Diego de Montemayor organizó a doce familias de Saltillo para ir a fundar Monterrey.
Estefanía de Montemayor y Porcallo, hija del tercer matrimonio de Diego, se casó con Alberto del Canto, fundador de Saltillo en 1577.
Por su parte, la familia del Canto tenía un remoto origen medieval, pues procedía de María do Canto, casada con Joao Fernandes de Souto Mayor a finales del siglo XIV y principios del XV. Los tratadistas portugueses mencionan que originalmente este apellido era do Kent y que procedía de Inglaterra. Pero lo cierto es que los Do Canto se habían establecido en Guimaraes, en Portugal. Alberto del Canto era retataranieto de María do Canto, y su tío paterno, Pedro Anes do Canto, nacido hacia 1470, era proveedor de las Reales Armadas Portuguesas. Fue tanto el prestigio de los del Canto, que el obispo de Malaca los celebró en verso. Usaban las armas que se ilustran en este artículo. Alberto nació en la villa de Praia, en la isla Terceira, en las Azores, y era hijo de Sebastiao Martins do Canto y de María Dias Vieira, consanguínea del bienaventurado Juan Bautista Machado, mártir jesuita en Japón (1617).
Alberto del Canto y Estefanía de Montemayor tuvieron varios hijos, entre los cuales mencionamos a Miguel de Montemayor. Es de notar que los descendientes de este matrimonio pusieron en primer lugar el apellido Montemayor, en parte porque los problemas políticos entre Portugal y España a finales del siglo XVI lo ameritaba. Por otra parte, en su época tenía mayor rango político Diego de Montemayor que Alberto del Canto.
Muchos Montemayores descienden de Miguel. Y por línea femenina, sus descendientes perdieron, no la sangre, sino el apellido original, y llevan muchos otros apellidos saltillenses y regiomontanos igualmente ilustres, como Garza, de la Garza, de la Garza Falcón, González, de la Fuente, etc. Estos son apellidos muy comunes en Torreón, ciudad poblada con inmigrantes mexicanos y extranjeros.
Alberto del Canto y Estefanía de Montemayor fueron los bisabuelos de Ángela de la Garza-Falcón y Montemayor, casada con José González-de-Paredes y Olea, cuya hija, Josefa González-de-Paredes y de la Garza-Falcón casó con Luis de la Fuente Cabello el 7 de enero de 1710 en Saltillo. Y Tadeo de la Fuente y González-de-Paredes, hijo de este matrimonio, fue el abuelo quinto de mi padre, Félix Edmundo Corona de la Fuente. Un abuelo quinto equivale al abuelo del tatarabuelo. Así, Alberto del Canto resulta ser mi onceavo abuelo. En genealogía, el abuelo primero es el que llamamos ordinariamente abuelo; el bisabuelo es el abuelo segundo; el tatarabuelo es el abuelo tercero, y así sucesivamente.
Pero el caso de este cronista no es algo extraordinario. Me parece que en las ciudades del norte-centro de México pasa como en el País Vasco, los descendientes de los viejos pobladores podrían quedar englobados en veinte familias fundadoras, que sería un caso análogo al de los Parientes Mayores de Vizcaya. Lo que nos hace falta es documentarlo fehacientemente.
Poco nos hemos ocupado de las raíces coloniales de nuestra cultura y de nuestras familias. Un apellido castellano, por muy común que sea, puede ser tremendamente ilustre e histórico, en Torreón, en México o en cualquier parte del mundo.
Agradezco a mi buen amigo Clyde Webb, artista heráldico y caballero Gran Cruz en varias órdenes militares, por su reconstrucción del viejo escudo familiar de los do Canto.
El apellido se le debe a Diego de Montemayor, cuyos datos permanecen en el Archivo General de Indias, sección de la Casa de Contratación de Sevilla (aduana internacional de España en el siglo XVI). Encontramos que Diego de Montemayor era vecino de Málaga (Andalucía) y que era hijo de Juan de Montemayor y de Mayor Hernández. En primeras nupcias estaba casado con Inés Rodríguez, y ambos pasaron a la Nueva España según registros del 7 de diciembre de 1548. Diego se casó otras dos veces, su segunda esposa fue María de Esquivel, y la tercera, Juana Porcallo y de la Cerda.
Diego fue Alcalde Mayor de Saltillo en 1580. El 5 de abril de 1588 fue nombrado Tesorero de la Real Hacienda y teniente de gobernador y de capitán general desde los ojos de Santa Lucía (Monterrey) hasta Parras y lo demás que había hasta el río Grande y hasta la Laguna. Fue Alcalde Ordinario de Saltillo en 1591, y su escribano en 1593. En 1596 Diego de Montemayor organizó a doce familias de Saltillo para ir a fundar Monterrey.
Estefanía de Montemayor y Porcallo, hija del tercer matrimonio de Diego, se casó con Alberto del Canto, fundador de Saltillo en 1577.
Por su parte, la familia del Canto tenía un remoto origen medieval, pues procedía de María do Canto, casada con Joao Fernandes de Souto Mayor a finales del siglo XIV y principios del XV. Los tratadistas portugueses mencionan que originalmente este apellido era do Kent y que procedía de Inglaterra. Pero lo cierto es que los Do Canto se habían establecido en Guimaraes, en Portugal. Alberto del Canto era retataranieto de María do Canto, y su tío paterno, Pedro Anes do Canto, nacido hacia 1470, era proveedor de las Reales Armadas Portuguesas. Fue tanto el prestigio de los del Canto, que el obispo de Malaca los celebró en verso. Usaban las armas que se ilustran en este artículo. Alberto nació en la villa de Praia, en la isla Terceira, en las Azores, y era hijo de Sebastiao Martins do Canto y de María Dias Vieira, consanguínea del bienaventurado Juan Bautista Machado, mártir jesuita en Japón (1617).
Alberto del Canto y Estefanía de Montemayor tuvieron varios hijos, entre los cuales mencionamos a Miguel de Montemayor. Es de notar que los descendientes de este matrimonio pusieron en primer lugar el apellido Montemayor, en parte porque los problemas políticos entre Portugal y España a finales del siglo XVI lo ameritaba. Por otra parte, en su época tenía mayor rango político Diego de Montemayor que Alberto del Canto.
Muchos Montemayores descienden de Miguel. Y por línea femenina, sus descendientes perdieron, no la sangre, sino el apellido original, y llevan muchos otros apellidos saltillenses y regiomontanos igualmente ilustres, como Garza, de la Garza, de la Garza Falcón, González, de la Fuente, etc. Estos son apellidos muy comunes en Torreón, ciudad poblada con inmigrantes mexicanos y extranjeros.
Alberto del Canto y Estefanía de Montemayor fueron los bisabuelos de Ángela de la Garza-Falcón y Montemayor, casada con José González-de-Paredes y Olea, cuya hija, Josefa González-de-Paredes y de la Garza-Falcón casó con Luis de la Fuente Cabello el 7 de enero de 1710 en Saltillo. Y Tadeo de la Fuente y González-de-Paredes, hijo de este matrimonio, fue el abuelo quinto de mi padre, Félix Edmundo Corona de la Fuente. Un abuelo quinto equivale al abuelo del tatarabuelo. Así, Alberto del Canto resulta ser mi onceavo abuelo. En genealogía, el abuelo primero es el que llamamos ordinariamente abuelo; el bisabuelo es el abuelo segundo; el tatarabuelo es el abuelo tercero, y así sucesivamente.
Pero el caso de este cronista no es algo extraordinario. Me parece que en las ciudades del norte-centro de México pasa como en el País Vasco, los descendientes de los viejos pobladores podrían quedar englobados en veinte familias fundadoras, que sería un caso análogo al de los Parientes Mayores de Vizcaya. Lo que nos hace falta es documentarlo fehacientemente.
Poco nos hemos ocupado de las raíces coloniales de nuestra cultura y de nuestras familias. Un apellido castellano, por muy común que sea, puede ser tremendamente ilustre e histórico, en Torreón, en México o en cualquier parte del mundo.
Agradezco a mi buen amigo Clyde Webb, artista heráldico y caballero Gran Cruz en varias órdenes militares, por su reconstrucción del viejo escudo familiar de los do Canto.
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