Quizá una de las características que todavía singularizan a la Comarca Lagunera es la calidad humana de sus habitantes. A todos nos consta que hay gente que tiene que venir y que efectivamente viene a residir entre nosotros pensando que son los más desdichados seres del mundo, desterrados a un lugar infame en medio del desierto. Todos conocemos la transformación que se opera en esos “desdichados” a medida que se familiarizan con nuestras costumbres y nuestra gente. Y todos hemos visto cómo, teniendo de nuevo que cambiar de residencia después de años, se van llorándole al lugar más hospitalario en que habían vivido: la Comarca Lagunera.
Puesto que Torreón es una ciudad que se formó con emigrantes de México y de todo el mundo, los valores propios de los emigrantes conformaron su cultura: la superación personal, la convivencia pacífica, el respeto al trabajo, la aceptación de la diversidad étnica, la generosidad, la disposición de mantener casa abierta para todos, la disposición a gozar lo bueno que ofrece la vida.
En los años veintes, la Comarca bullía de vida y esperanza. Tenía sus propios motivos para el optimismo, a la vez que se sumaba a los motivos del mundo. La Gran Guerra había terminado, todos querían celebrar. Las “flappers” (las “pelonas”) o chicas independientes estaban de moda y se rebelaban a seguir los modos moralistas victorianos.
Precisamente a esa época pertenece la fotografía que ilustra este artículo. La risa —o mejor aún, su hermana menor, la casta sonrisa— era objeto de concurso entre las señoritas de sociedad. El 31 de enero de 1924, teniendo como fondo coreográfico el espectacular charleston de la celebración de la nochevieja, la Reina de la Sonrisa de San Pedro de las Colonias recibió el diploma que la acreditaba como tal. Se trataba de la señorita María Antonia González García, de 23 años de edad. Era la hija del señor Melquíades González, propietario de “La Gitana”, y de la señora Genoveva García.
Como una buena cantidad de mujeres comarcanas de su época, María Antonia era muy cosmopolita, era una mujer profesionista (había estudiado y ejercía la carrera de “tenedora de libros” o contadora) y sobre todo, era muy alegre. Con el tiempo casó con el asturiano Luciano Fernández Collada y mudaron su lugar de residencia a Torreón, donde María Antonia siguió sonriendole a la vida hasta el día de su muerte en noviembre de 1984. Su hermana, Lydia González García, se casó con otro emigrante, el francés Luis Dugay. De ambas señoras procede una vasta descendencia muy conocida y apreciada en la Región Lagunera.
Como decía, la sonrisa ante la vida corre —literalmente— por nuestras venas. Hemos heredado la afabilidad de nuestros abuelos. Difícilmente exista otra ciudad en México que posea el encanto de nuestra gente.
Puesto que Torreón es una ciudad que se formó con emigrantes de México y de todo el mundo, los valores propios de los emigrantes conformaron su cultura: la superación personal, la convivencia pacífica, el respeto al trabajo, la aceptación de la diversidad étnica, la generosidad, la disposición de mantener casa abierta para todos, la disposición a gozar lo bueno que ofrece la vida.
En los años veintes, la Comarca bullía de vida y esperanza. Tenía sus propios motivos para el optimismo, a la vez que se sumaba a los motivos del mundo. La Gran Guerra había terminado, todos querían celebrar. Las “flappers” (las “pelonas”) o chicas independientes estaban de moda y se rebelaban a seguir los modos moralistas victorianos.
Precisamente a esa época pertenece la fotografía que ilustra este artículo. La risa —o mejor aún, su hermana menor, la casta sonrisa— era objeto de concurso entre las señoritas de sociedad. El 31 de enero de 1924, teniendo como fondo coreográfico el espectacular charleston de la celebración de la nochevieja, la Reina de la Sonrisa de San Pedro de las Colonias recibió el diploma que la acreditaba como tal. Se trataba de la señorita María Antonia González García, de 23 años de edad. Era la hija del señor Melquíades González, propietario de “La Gitana”, y de la señora Genoveva García.
Como una buena cantidad de mujeres comarcanas de su época, María Antonia era muy cosmopolita, era una mujer profesionista (había estudiado y ejercía la carrera de “tenedora de libros” o contadora) y sobre todo, era muy alegre. Con el tiempo casó con el asturiano Luciano Fernández Collada y mudaron su lugar de residencia a Torreón, donde María Antonia siguió sonriendole a la vida hasta el día de su muerte en noviembre de 1984. Su hermana, Lydia González García, se casó con otro emigrante, el francés Luis Dugay. De ambas señoras procede una vasta descendencia muy conocida y apreciada en la Región Lagunera.
Como decía, la sonrisa ante la vida corre —literalmente— por nuestras venas. Hemos heredado la afabilidad de nuestros abuelos. Difícilmente exista otra ciudad en México que posea el encanto de nuestra gente.
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