Como lo expuse en este mismo espacio el 19 de noviembre de 2007 (es decir, hace un año) me parece que nuestro concepto de “Revolución Mexicana” debe ser revisado.
Desde el punto de vista de la historia oficial, la “Revolución Mexicana” (al igual que la Guerra de Independencia) constituyó una serie de eventos políticos y militares, cuyos participantes y sus móviles fueron metidos en un solo costal con una sola etiqueta. En el imaginario oficial, se trataba de movimientos consensados, homogéneos y lineales, donde los caudillos se fueron pasando la estafeta, hasta que lograron “institucionalizar” la revolución.
Con las luces de que dispongo —ojalá fueran más— percibo que el pueblo mexicano se encontraba lleno de agravios, no solo durante el Porfiriato, sino desde la promulgación de las Leyes de Reforma. Estas fueron muy loables en cuanto que le quitaron al clero una jurisdicción y un papel protagónico que históricamente, ya no le correspondía.
Sn embargo, con la constitución de 1857, muchísima gente fue despojada de sus tierras, simplemente porque las tenían en común, y esta constitución liberal no reconocía la propiedad comunal.
Por supuesto que esto se prestó a muchos abusos, pues ya desde la era de Juárez, muchas propiedades comunales fueron denunciadas por terratenientes como baldías, con el objeto de apropiárselas y acrecentar las suyas propias.
El Porfiriato fue heredero de esta situación, y al fortalecer el Estado Mexicano como ningún otro régimen lo había hecho, se convirtió en policía de los terratenientes y en enemigo de los despojados.
Esto sucedía en un contexto global que rechazaba la tiranía. En Rusia, los zares eran considerados enemigos del pueblo, hubo muchos movimientos que buscaban aprovechar este descontento, particularmente el de los anarquistas.
En México surgieron líderes anarquistas, como los Flores Magón. Además, casi no había año en que no hubiera sublevaciones populares a causa de la injusticia y del despojo que padecían, particularmente en el medio rural.
“Revolución” es un término que se deriva de la palabra latina “revolutio”, “revolutionis”. Éste implicaba el concepto de giro, vuelta sobre el eje, o como lo dice el habla popular “que la tortilla se vuelva”. Que las clases agraviadas alcanzaran justicia y satisfacción mediante el establecimiento de un nuevo pacto social. Si esto requería de lucha armada, se procedía a realizarla.
La Revolución Mexicana tuvo varios caudillos y etapas. La primera, la Maderista, logró derrocar al General Díaz. Sin embargo, su objetivo era lograr la apertura democrática de México. Así lo manifiesta claramente “La Sucesión Presidencial” escrita por el señor Madero, quien era un admirador confeso de Díaz y de sus logros. No estaba interesado en el cambio de estructuras, ni en un nuevo pacto social, sino en la institucionalización de las elecciones libres en México. Zapata fue el primero en reclamarle esta postura “antirrevolucionaria” o “contrarrevolucionaria”.
Una etapa muy interesante de esa época de lucha, fue la conformación de la “División del Norte”, un poderoso ejército de base verdaderamente popular (un ejército constituido por el pueblo agraviado) y capitaneado por el general Francisco Villa, gente del pueblo. La batalla más grande y cruenta de la revolución se libró precisamente en nuestra región, con Villa al mando.
La etapa constitucionalista aprovechó los logros de Madero y de Villa, para deshacerse de Victoriano Huerta, un títere del embajador norteamericano en México. Esta etapa fue comandada por el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, viejo político porfirista. Carranza confrontó a su general, Álvaro Obregón, contra Villa. Se diría que en el momento en que Villa fue derrotado por Obregón (y por Carranza) la Revolución Mexicana perdió su base y origen directamente populares, para convertirse en un movimiento de carácter más institucional.
La Constitución de 1917 se caracteriza porque fue la primera del mundo que incluyó derechos sociales. En este sentido, muchos de los abusos cotidianos que originaron el descontento del pueblo, quedaron remediados y prevenidos, al menos en papel.
Sin embargo, el problema de las tierras injustamente tomadas de acuerdo a los postulados de la Constitución de 1857, no se remediaron sino hasta la Reforma Agraria de Cárdenas y su programa de reparto de tierras, a mediados de los 1930´s.
La parte final de la Revolución Mexicana se caracterizó por una lucha ideológica y de poder entre Obregón, Adolfo de la Huerta y Plutarco Elías Calles.
Es claro que en el interesante fenómeno que llamamos “Revolución Mexicana” se encuentran englobados muchos fenómenos sociales con diversas causas, orígenes y manifestaciones. Bien vale la pena estudiar cada una de estas etapas en sus respectivos contextos, pero no con un espíritu partidista, sino con la apertura mental y objetividad propias de un académico.
Después de todo, La Revolución no es herencia de uno o dos partidos políticos, sino de todos los mexicanos por igual. Los ciudadanos comunes y corrientes merecemos conocer, a partir de un estudio objetivo y apartidista, lo hecho por nuestros abuelos.
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