Como en cualquier otra mañana de domingo del año, la Plaza de Armas de Torreón se encontraba convertida hoy en paseo de las clases populares. En la medida en que comienzan los primeros calores continuos de la temporada, en esa medida la plaza es apetecida como lugar fresco, sombreado y lleno del agua de las fuentes, que esparcen su rocío para diversión de los niños y goce de los adultos.
La plaza albergaba una exposición de artesanías de Oaxaca, con un sonido ambiental que arrojaba al aire las notas, entre festivas y melancólicas, de una grabación de flautas peruanas interpretando viejos temas musicales. Los limpiabotas (llamados aquí “boleros”), activos como siempre, ofreciendo a los transeúntes la limpieza del calzado por unos módicos pesos.
Estaba estacionada por ahí una pequeña manifestación ciudadana, si bien no alcancé a ver cuál era el propósito de la misma. Solo pude ver que una señora se enfrentaba abiertamente y a gritos contra un hombre que le duplicaba la estatura, en aparente y abierto desacuerdo.
En otras ocasiones he visto predicadores protestantes que anuncian las maravillas de la salvación y los horrores del infierno, de la condenación y del fin del mundo. Otros predicadores, menos “cristianos” pero más compasivos, enseñan a la gente a orar, mientras refieren sus propios testimonios de vida.
Por las tardes me ha tocado ver a los señores y señoras de la tercera edad que se beben, en medio de un anacrónico danzón, las últimas gotas de alegría que les ofrece la vida. En fin, este domingo de ramos es como cualquier otro domingo del año.
La plaza albergaba una exposición de artesanías de Oaxaca, con un sonido ambiental que arrojaba al aire las notas, entre festivas y melancólicas, de una grabación de flautas peruanas interpretando viejos temas musicales. Los limpiabotas (llamados aquí “boleros”), activos como siempre, ofreciendo a los transeúntes la limpieza del calzado por unos módicos pesos.
Estaba estacionada por ahí una pequeña manifestación ciudadana, si bien no alcancé a ver cuál era el propósito de la misma. Solo pude ver que una señora se enfrentaba abiertamente y a gritos contra un hombre que le duplicaba la estatura, en aparente y abierto desacuerdo.
En otras ocasiones he visto predicadores protestantes que anuncian las maravillas de la salvación y los horrores del infierno, de la condenación y del fin del mundo. Otros predicadores, menos “cristianos” pero más compasivos, enseñan a la gente a orar, mientras refieren sus propios testimonios de vida.
Por las tardes me ha tocado ver a los señores y señoras de la tercera edad que se beben, en medio de un anacrónico danzón, las últimas gotas de alegría que les ofrece la vida. En fin, este domingo de ramos es como cualquier otro domingo del año.
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