Historiar una ciudad como Torreón, población que aparentemente no cuenta con mucha historia propia, pudiera parecer algo sencillo. La perspectiva cambia cuando consideramos que Torreón resultó ser la respuesta a una imperiosa necesidad económica de los productores laguneros del siglo XIX. Y aunque el cruce de vías en 1888 marca el momento en que estos productores algodoneros de La Laguna quedaron en posibilidad de enviar sus existencias al centro del país de una manera rápida, económica y eficiente, la historia económica de La Laguna no comenzó en 1888. Torreón es solamente un “texto” dentro un contexto espacial y temporal mucho más amplio.
Es inevitable tener que reconocer que Torreón surgió a la existencia gracias a los capitales acumulados por los vitivinicultores parrenses. Para mayor referencia, Torreón no habría existido sin el apoyo que, doña Luisa Ibarra, esposa y socia capitalista de Leonardo Zuloaga, le brindó a su marido. Doña Luisa era dueña, por derecho propio, de una gran fortuna que heredó de sus padres, y que provenía de la elaboración de los aguardientes de uva de la Hacienda de San Lorenzo de Parras. Esta hacienda contaba entonces con un mercado nacional bien documentado. Parte de estos capitales vitivinícolas se invirtieron en 1848, con la compra de la Hacienda de San Lorenzo de La Laguna, en la cual el matrimonio fundó el Rancho del Torreón hacia 1850.
La economía también cuenta con procesos de larga duración, y el caso de nuestra ciudad resulta ser el más reciente de una serie de éxitos laguneros que se remontan hasta el siglo XVII. Esta economía regional de los cultivos comerciales abarca la vid, siglos XVII al XX; algodón, siglos XVIII, XIX y XX; el gauyule, que aunque no era propiamente un cultivo, era una planta de valor económico que redituó mucho a finales del siglo XIX y principios del XX; mencionaremos también la alfalfa (forraje) en el siglo XX y XXI, que ha sido fundamental en la producción de la leche y sus derivados, con mercados nacionales.
Sobre esta línea económica de la larga duración, diremos que recientemente fue dado a conocer un nuevo libro colectivo con textos de carácter científico-social. El libro fue coordinado por el Dr. Ernest Sánchez Santiro, y lleva como título “Cruda realidad. Producción, consumo y fiscalidad de las bebidas alcohólicas en México y América Latina, siglos XVII-XX”. El sello es del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, en su colección “Historia económica”.
El libro consta de una colección antológica de textos correspondientes a las Memorias del Segundo Congreso de Historia Económica, auspiciado por la Asociación Mexicana de Historia Económica, A.C. y la Facultad de Economía de la UNAM. El noveno simposium de este congreso celebrado en la ciudad de México, llevaba por nombre “Las bebidas alcohólicas, siglos XVIII-XX: producción, consumo y fiscalidad”.
El artículo con el que inicia este libro (páginas 21 a la 42) corresponde a la investigación y pluma de este cronista, y lleva por título “La producción y consumo de los vinos y aguardientes legítimos de Nueva Vizcaya, siglos XVII y XVIII”.
En su introducción general al libro, página 10, el Dr. Sánchez Santiro dice sobre este texto:
“La exposición sobre las bebidas alcohólicas en México se inicia con el trabajo de Sergio Antonio Corona Páez sobre la producción de vino y aguardientes de uva en Nueva Vizcaya durante los siglos XVII y XVIII.
El autor manifiesta cómo la inexistencia de estudios que expliquen los antecedentes legales, la naturaleza y la magnitud de la producción vitivinícola de la zona de Parras ha creado un vacío que tiende a ser llenado con suposiciones erróneas.
Una de ellas radica en considerar que el déficit en la oferta de aguardiente por parte de los productores peninsulares se llenó, casi en exclusiva, con la producción local de bebidas “ilegítimas”, básicamente el aguardiente de caña (conocido como chinguirito) y los diversos mezcales, siendo muy escasa la producción novohispana de vinos y aguardientes de uva.
El trabajo de Corona Páez pone de manifiesto que la dimensión productiva y mercantil del vino y del aguardiente de uva del noreste novohispano fue muy superior a lo conocido hasta ahora, debido, entre otras cosas, a los privilegios fiscales de que disfrutaron los productores de Nueva Vizcaya, los cuales fueron otorgados por la corona como mecanismos compensatorios para consolidar la colonización del septentrión del virreinato de Nueva España”.
Es inevitable tener que reconocer que Torreón surgió a la existencia gracias a los capitales acumulados por los vitivinicultores parrenses. Para mayor referencia, Torreón no habría existido sin el apoyo que, doña Luisa Ibarra, esposa y socia capitalista de Leonardo Zuloaga, le brindó a su marido. Doña Luisa era dueña, por derecho propio, de una gran fortuna que heredó de sus padres, y que provenía de la elaboración de los aguardientes de uva de la Hacienda de San Lorenzo de Parras. Esta hacienda contaba entonces con un mercado nacional bien documentado. Parte de estos capitales vitivinícolas se invirtieron en 1848, con la compra de la Hacienda de San Lorenzo de La Laguna, en la cual el matrimonio fundó el Rancho del Torreón hacia 1850.
La economía también cuenta con procesos de larga duración, y el caso de nuestra ciudad resulta ser el más reciente de una serie de éxitos laguneros que se remontan hasta el siglo XVII. Esta economía regional de los cultivos comerciales abarca la vid, siglos XVII al XX; algodón, siglos XVIII, XIX y XX; el gauyule, que aunque no era propiamente un cultivo, era una planta de valor económico que redituó mucho a finales del siglo XIX y principios del XX; mencionaremos también la alfalfa (forraje) en el siglo XX y XXI, que ha sido fundamental en la producción de la leche y sus derivados, con mercados nacionales.
Sobre esta línea económica de la larga duración, diremos que recientemente fue dado a conocer un nuevo libro colectivo con textos de carácter científico-social. El libro fue coordinado por el Dr. Ernest Sánchez Santiro, y lleva como título “Cruda realidad. Producción, consumo y fiscalidad de las bebidas alcohólicas en México y América Latina, siglos XVII-XX”. El sello es del Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, en su colección “Historia económica”.
El libro consta de una colección antológica de textos correspondientes a las Memorias del Segundo Congreso de Historia Económica, auspiciado por la Asociación Mexicana de Historia Económica, A.C. y la Facultad de Economía de la UNAM. El noveno simposium de este congreso celebrado en la ciudad de México, llevaba por nombre “Las bebidas alcohólicas, siglos XVIII-XX: producción, consumo y fiscalidad”.
El artículo con el que inicia este libro (páginas 21 a la 42) corresponde a la investigación y pluma de este cronista, y lleva por título “La producción y consumo de los vinos y aguardientes legítimos de Nueva Vizcaya, siglos XVII y XVIII”.
En su introducción general al libro, página 10, el Dr. Sánchez Santiro dice sobre este texto:
“La exposición sobre las bebidas alcohólicas en México se inicia con el trabajo de Sergio Antonio Corona Páez sobre la producción de vino y aguardientes de uva en Nueva Vizcaya durante los siglos XVII y XVIII.
El autor manifiesta cómo la inexistencia de estudios que expliquen los antecedentes legales, la naturaleza y la magnitud de la producción vitivinícola de la zona de Parras ha creado un vacío que tiende a ser llenado con suposiciones erróneas.
Una de ellas radica en considerar que el déficit en la oferta de aguardiente por parte de los productores peninsulares se llenó, casi en exclusiva, con la producción local de bebidas “ilegítimas”, básicamente el aguardiente de caña (conocido como chinguirito) y los diversos mezcales, siendo muy escasa la producción novohispana de vinos y aguardientes de uva.
El trabajo de Corona Páez pone de manifiesto que la dimensión productiva y mercantil del vino y del aguardiente de uva del noreste novohispano fue muy superior a lo conocido hasta ahora, debido, entre otras cosas, a los privilegios fiscales de que disfrutaron los productores de Nueva Vizcaya, los cuales fueron otorgados por la corona como mecanismos compensatorios para consolidar la colonización del septentrión del virreinato de Nueva España”.
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