De acuerdo a las declaraciones escritas por los misioneros jesuitas entre 1594 y 1609, la “nasa” era un artefacto notable de la cultura material y de la economía de los indios laguneros. Pero mencionan otro que representaba una adaptación al medio lacustre en que vivían los aborígenes, particularmente los que habitaban la laguna grande, conocida posteriormente como “Laguna de Parras”, “de San Pedro”, o “de Mayrán”.
Se trata de la “naboya” o “neboya”, la balsa o plataforma fabricada con tules amarrados fuertemente con cordeles, y cubierta de tierra. Sobre estas balsas, los laguneros construian sus chozas y se deslizaban tranquilamente en las aguas del Río Nazas o en las de la laguna grande. Puesto que en ciertas épocas del año, las aguas del río y de esta laguna disminuían y se concentraba en determinados rumbos, el aborigen que construía y habitaba estas balsas siempre aprovechaba el agua y la pesca, sin tener que caminar ni exponerse al ataque de animales o de otros grupos humanos en tierra firme. Este logro en la historia de la vivienda aborígen lagunera representaba un paso adelante en la seguridad de su existencia cotidiana.
Sobre este punto, escribieron los primeros misioneros jesuitas que avistaron la laguna en 1594 que
“como no es la corriente del Río perpetua, se seca en partes y así, los que viven en ella son forçados a seguir el agua quando se les aleja y mudan sus puestos dos y tres veces al año, según las crecientes y menguantes, aunq[ue] algunos, por no mudarse, hacen unas grandes balsas que llaman neboyas de tule, y hechándoles encima tierra, arman en ellas sus casillas y permanecen hasta que el agua mengua”.
En 1603, el misionero jesuita Francisco de Arista pasó del pueblo de San Juan de Casta (actualmente León Guzmán, Dgo.) al de San Pedro de la Laguna, y luego, con cierta cantidad de gentes aborígenes, a una isleta no muy lejana
“y allí congregó la demás que por toda la laguna estaba derramada y llámase S. Joseph de la laguna . Adonde los visita con más comodidad por aver hallado mejores entradas usando en las crescientes de algunas pequeñas naboyas que son unos manojos de tule apretados reciam[en]te con cordeles […]”.
Se trata de la “naboya” o “neboya”, la balsa o plataforma fabricada con tules amarrados fuertemente con cordeles, y cubierta de tierra. Sobre estas balsas, los laguneros construian sus chozas y se deslizaban tranquilamente en las aguas del Río Nazas o en las de la laguna grande. Puesto que en ciertas épocas del año, las aguas del río y de esta laguna disminuían y se concentraba en determinados rumbos, el aborigen que construía y habitaba estas balsas siempre aprovechaba el agua y la pesca, sin tener que caminar ni exponerse al ataque de animales o de otros grupos humanos en tierra firme. Este logro en la historia de la vivienda aborígen lagunera representaba un paso adelante en la seguridad de su existencia cotidiana.
Sobre este punto, escribieron los primeros misioneros jesuitas que avistaron la laguna en 1594 que
“como no es la corriente del Río perpetua, se seca en partes y así, los que viven en ella son forçados a seguir el agua quando se les aleja y mudan sus puestos dos y tres veces al año, según las crecientes y menguantes, aunq[ue] algunos, por no mudarse, hacen unas grandes balsas que llaman neboyas de tule, y hechándoles encima tierra, arman en ellas sus casillas y permanecen hasta que el agua mengua”.
En 1603, el misionero jesuita Francisco de Arista pasó del pueblo de San Juan de Casta (actualmente León Guzmán, Dgo.) al de San Pedro de la Laguna, y luego, con cierta cantidad de gentes aborígenes, a una isleta no muy lejana
“y allí congregó la demás que por toda la laguna estaba derramada y llámase S. Joseph de la laguna . Adonde los visita con más comodidad por aver hallado mejores entradas usando en las crescientes de algunas pequeñas naboyas que son unos manojos de tule apretados reciam[en]te con cordeles […]”.
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