Desde el punto de vista histórico, la propiedad privada de los medios de producción ha sido uno de los grandes resortes del desarrollo de la Comarca Lagunera.
Este no era un concepto propio de las culturas aborígenes de la región, quienes eran cazadores y recolectores. Fueron los colonizadores de cultura occidental quienes trasplantaron el concepto a estas tierras en los siglos XVI y XVII.
En La Laguna se formaron grandes latifundios, como los de Francisco de Urdiñola (Coahuila), Lucas de Lazaga o los de José Andrés de Velasco y Restán (Durango). Estos latifundios constituían en realidad una gran acumulación de tierras y de no muchas aguas que permanecían improductivas y desperdiciadas. Si La Laguna hubiera sido una zona agrícola de temporal, esas vastas tierras habrían originado una enorme riqueza. En vista de las carencias, los marqueses de Aguayo y condes de San Pedro del Álamo, sucesores de Francisco de Urdiñola, usaron sus grandes posesiones como agostaderos, principalmente.
No deja de llamar la atención que entre tan grandes propiedades cuasi señoriales, surgieran dos “burgos” libres: Parras y San José y Santiago del Álamo (Viesca). En estos lugares, la propiedad privada de la tierra, la existencia de muchos propietarios, y la disponibilidad de agua y de mano de obra asalariada permitieron, por medio de la explotación de la vid y de la producción de vinos y aguardientes, la creación de una significativa riqueza que benefició a toda la comunidad, particularmente en el caso de Parras. Estos “burgos” crearon sus propias economías. Estos datos fueron adecuadamente documentados en mi tesis doctoral. Mientras que la economía de las haciendas señoriales solamente permitía la posibilidad de alquilarse como trabajador, la existencia de los “burgos” y su régimen de propiedad privada permitía la existencia del pequeño y mediano empresariado agrícola e industrial artesanal. A esta clase de personas se refiere el alcalde de Parras y de su enorme jurisdicción cuando (en 1825) hizo la observación que los habitantes de la región eran “activos, enérgicos, empresarios…”
A la caída del Segundo Imperio Mexicano, los grandes latifundios de La Laguna de Coahuila comenzaron a fraccionarse, lo cual implicaba que tras siglos de inmovilidad, las tierras laguneras podían ser adquiridas por muchos pequeños, medianos y grandes empresarios. La realidad semifeudal del latifundio fue reemplazada gradualmente por la idea liberal de la propiedad de los medios agropecuarios de producción en manos de los miembros de una clase de productores.
Este no era un concepto propio de las culturas aborígenes de la región, quienes eran cazadores y recolectores. Fueron los colonizadores de cultura occidental quienes trasplantaron el concepto a estas tierras en los siglos XVI y XVII.
En La Laguna se formaron grandes latifundios, como los de Francisco de Urdiñola (Coahuila), Lucas de Lazaga o los de José Andrés de Velasco y Restán (Durango). Estos latifundios constituían en realidad una gran acumulación de tierras y de no muchas aguas que permanecían improductivas y desperdiciadas. Si La Laguna hubiera sido una zona agrícola de temporal, esas vastas tierras habrían originado una enorme riqueza. En vista de las carencias, los marqueses de Aguayo y condes de San Pedro del Álamo, sucesores de Francisco de Urdiñola, usaron sus grandes posesiones como agostaderos, principalmente.
No deja de llamar la atención que entre tan grandes propiedades cuasi señoriales, surgieran dos “burgos” libres: Parras y San José y Santiago del Álamo (Viesca). En estos lugares, la propiedad privada de la tierra, la existencia de muchos propietarios, y la disponibilidad de agua y de mano de obra asalariada permitieron, por medio de la explotación de la vid y de la producción de vinos y aguardientes, la creación de una significativa riqueza que benefició a toda la comunidad, particularmente en el caso de Parras. Estos “burgos” crearon sus propias economías. Estos datos fueron adecuadamente documentados en mi tesis doctoral. Mientras que la economía de las haciendas señoriales solamente permitía la posibilidad de alquilarse como trabajador, la existencia de los “burgos” y su régimen de propiedad privada permitía la existencia del pequeño y mediano empresariado agrícola e industrial artesanal. A esta clase de personas se refiere el alcalde de Parras y de su enorme jurisdicción cuando (en 1825) hizo la observación que los habitantes de la región eran “activos, enérgicos, empresarios…”
A la caída del Segundo Imperio Mexicano, los grandes latifundios de La Laguna de Coahuila comenzaron a fraccionarse, lo cual implicaba que tras siglos de inmovilidad, las tierras laguneras podían ser adquiridas por muchos pequeños, medianos y grandes empresarios. La realidad semifeudal del latifundio fue reemplazada gradualmente por la idea liberal de la propiedad de los medios agropecuarios de producción en manos de los miembros de una clase de productores.
El arrendamiento de tierras, con sus diversas modalidades, se basaba en la propiedad privada de éstas, en el respeto a dicha propiedad, y en la capacidad empresarial de quien las hacía producir para generar excedentes y capitalizarse. Esta fue una vieja costumbre regional (desde la era colonial en La Laguna) que dio buenos resultados desde el último tercio del siglo XIX. Gracias a la política de liberalización de los medios de producción agropecuaria y a la diversificación de la economía, la Laguna de Coahuila se convirtió en un polo de desarrollo y una tierra de oportunidades para multitud de familias de origen regional, nacional y extranjero.