Por lo general, cuando visitamos un museo, tenemos la agradable sensación de que hemos llegado a un remanso de paz, de placer estético y de aprendizaje. Afortunadamente, en la mayoría de los casos, así es. Pero hay otros en que el lugar que visitamos resulta ser un sitio con un mensaje potencialmente deformador de la realidad.
En última instancia, un museo no es sino un guión tridimensional donde objetos, artefactos, cédulas y elementos audiovisuales son los medios para la comunicación de un mensaje. La pretensión de cualquier museo es comunicar, educar o formar a la población que visita sus colecciones.
Pero me pregunto ¿Quién educa a los educadores? ¿Cuál es el discurso que ofrecen, cuál es el criterio de selección? Su visión de la realidad ¿es amplia, o estrecha? ¿elitista, o incluyente? ¿seria, o caprichosa? ¿nacionalista, o malinchista? Porque efectivamente, aunque pudiéramos creer que no es así, el museo es un lugar que puede ser usado para imponer una versión de la realidad. En estos casos, se trata de los museos que buscan “educar” colonizando la mente de sus visitantes.
Durante mucho tiempo, en los museos de Sudáfrica solamente tenía cabida el arte de los blancos, porque solamente los blancos eran considerados seres humanos capaces de creaciones estéticas. En este caso vemos que los museos pueden sostener y perpetuar un discurso racista de la sociedad.
En los museos de la antigua Unión Soviética, el arte de Fabergé era considerado como propio de la “decadencia” de la era zarista. En este otro caso, nos damos cuenta de que las creaciones de un exquisito y extraordinario orfebre de talla internacional eran calificadas desde la ideología de la lucha de clases, simplemente para mantener vigente un discurso político.
Un museo puede tratar de afrimar la supremacía del extranjero sobre el nacional, aunque este sea un discurso ya gastado y anacrónico, propio del siglo XIX. O puede tratar de imponer la valorización de ciertos artistas, a la vez que trata de minimizar a otros, quizá con mayores méritos. ¿Cuáles son los criterios de valoración y de impacto social que se manejan?
Muchas veces ni siquiera son los patronatos ni los altos directivos los responsables de tales discursos deformadores, sino los curadores y los museógrafos que los elaboran o modifican. Es bien importante que los dirigentes de los museos y sus respectivos patronatos, cuando los hay, tomen conciencia de la gran responsabilidad que representa generar discursos que forman (o deforman) a grandes sectores de la población. Necesitan tener mucho mayor control de los mensajes que, como instituciones educativas, generan y comunican.
Desde el punto de vista de la docencia, es tan importante visitar los museos como ayudar a los alumnos a que desarrollen la capacidad crítica que les permita tomar consciencia de los discursos que generan los museos. De esta manera, fomentaremos la cultura, es decir, el cultivo del espíritu y de la libertad de las nuevas generaciones.
En última instancia, un museo no es sino un guión tridimensional donde objetos, artefactos, cédulas y elementos audiovisuales son los medios para la comunicación de un mensaje. La pretensión de cualquier museo es comunicar, educar o formar a la población que visita sus colecciones.
Pero me pregunto ¿Quién educa a los educadores? ¿Cuál es el discurso que ofrecen, cuál es el criterio de selección? Su visión de la realidad ¿es amplia, o estrecha? ¿elitista, o incluyente? ¿seria, o caprichosa? ¿nacionalista, o malinchista? Porque efectivamente, aunque pudiéramos creer que no es así, el museo es un lugar que puede ser usado para imponer una versión de la realidad. En estos casos, se trata de los museos que buscan “educar” colonizando la mente de sus visitantes.
Durante mucho tiempo, en los museos de Sudáfrica solamente tenía cabida el arte de los blancos, porque solamente los blancos eran considerados seres humanos capaces de creaciones estéticas. En este caso vemos que los museos pueden sostener y perpetuar un discurso racista de la sociedad.
En los museos de la antigua Unión Soviética, el arte de Fabergé era considerado como propio de la “decadencia” de la era zarista. En este otro caso, nos damos cuenta de que las creaciones de un exquisito y extraordinario orfebre de talla internacional eran calificadas desde la ideología de la lucha de clases, simplemente para mantener vigente un discurso político.
Un museo puede tratar de afrimar la supremacía del extranjero sobre el nacional, aunque este sea un discurso ya gastado y anacrónico, propio del siglo XIX. O puede tratar de imponer la valorización de ciertos artistas, a la vez que trata de minimizar a otros, quizá con mayores méritos. ¿Cuáles son los criterios de valoración y de impacto social que se manejan?
Muchas veces ni siquiera son los patronatos ni los altos directivos los responsables de tales discursos deformadores, sino los curadores y los museógrafos que los elaboran o modifican. Es bien importante que los dirigentes de los museos y sus respectivos patronatos, cuando los hay, tomen conciencia de la gran responsabilidad que representa generar discursos que forman (o deforman) a grandes sectores de la población. Necesitan tener mucho mayor control de los mensajes que, como instituciones educativas, generan y comunican.
Desde el punto de vista de la docencia, es tan importante visitar los museos como ayudar a los alumnos a que desarrollen la capacidad crítica que les permita tomar consciencia de los discursos que generan los museos. De esta manera, fomentaremos la cultura, es decir, el cultivo del espíritu y de la libertad de las nuevas generaciones.
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