Otro espacio de comunicación y de interpretación de las verdades históricas está constituido por la totalidad de los elementos escultóricos de una ciudad. Tal vez no hemos reflexionado mucho sobre este punto, pero las esculturas de una población constituyen elementos de comunicación, y lo que comunican es la versión de la historia que consideran veraz y aceptable.
Un pueblo o ciudad puede contar con su versión de la llamada “historia de bronce”, es decir, esculturas (de bronce, naturalmente) que representan personajes y hechos de la historia oficial de la nación. Pero suele suceder que los habitantes de una ciudad con historia propia, van creando sus propios elementos escultóricos de memoria local.
Este es el caso de ciudades como Monterrey, donde el fundador de la población, el capitán Diego de Montemayor, se encuentra representado en varios sitios. Es común que se modele en bronce, piedra o concreto a los fundadores, héroes y heroinas, batallas, personajes ilustres, etc.
Un mayor grado de abstracción y de cosmopolitismo caracteriza a las ciudades que representan no solamente su historia local, sino las aspiraciones locales. Es en estos espacios donde el elemento didáctico y formativo se encuentra presente de manera singular. Se trata de monumentos por medio de los cuales se promueve un rasgo de la conducta, o un valor determinado. No son monumentos al pasado, sino al futuro. Son elementos escultóricos o monumentales destinados a interactuar con aquellos que los contemplan, y exigen una toma de posición ante ellos.
Un monumento de este tipo podría recordar algún hecho histórico nefasto que pudiera repetirse de manera recurrente a través de los siglos, y su propósito sería evitar que esto suceda. El monumento a Servet en Ginebra, en Suiza, es un caso típico. Miguel Servet, famoso médico español del siglo XVI, por la intolerancia religiosa de Calvino, fue quemado en la hogera. El monumento en cuestión, levantado por los descendientes espirituales de Calvino, condena el dogmatismo y la intolerancia de éste, y alaba la memoria del médico ajusticiado y sobre todo, la libertad de conciencia.
Un pueblo o ciudad puede contar con su versión de la llamada “historia de bronce”, es decir, esculturas (de bronce, naturalmente) que representan personajes y hechos de la historia oficial de la nación. Pero suele suceder que los habitantes de una ciudad con historia propia, van creando sus propios elementos escultóricos de memoria local.
Este es el caso de ciudades como Monterrey, donde el fundador de la población, el capitán Diego de Montemayor, se encuentra representado en varios sitios. Es común que se modele en bronce, piedra o concreto a los fundadores, héroes y heroinas, batallas, personajes ilustres, etc.
Un mayor grado de abstracción y de cosmopolitismo caracteriza a las ciudades que representan no solamente su historia local, sino las aspiraciones locales. Es en estos espacios donde el elemento didáctico y formativo se encuentra presente de manera singular. Se trata de monumentos por medio de los cuales se promueve un rasgo de la conducta, o un valor determinado. No son monumentos al pasado, sino al futuro. Son elementos escultóricos o monumentales destinados a interactuar con aquellos que los contemplan, y exigen una toma de posición ante ellos.
Un monumento de este tipo podría recordar algún hecho histórico nefasto que pudiera repetirse de manera recurrente a través de los siglos, y su propósito sería evitar que esto suceda. El monumento a Servet en Ginebra, en Suiza, es un caso típico. Miguel Servet, famoso médico español del siglo XVI, por la intolerancia religiosa de Calvino, fue quemado en la hogera. El monumento en cuestión, levantado por los descendientes espirituales de Calvino, condena el dogmatismo y la intolerancia de éste, y alaba la memoria del médico ajusticiado y sobre todo, la libertad de conciencia.
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