En Torreón, como en muchos otros lugares del mundo, el 14 de febrero, día de San Valentín, ha sido dedicado a celebrar el amor y la amistad. Por el volumen de las ventas de este día, supongo que dicho santo debe ser el patrono de los comerciantes.
Sin menospreciar el maravilloso amor erótico, me interesa mencionar un tipo de amor de cuyos efectos no somos los primeros beneficiarios. Este es un amor trascendente.
Se trata del amor que han saboreado los místicos de todas las épocas y de todas las religiones. Han llegado a probar de manera experiencial, la naturaleza misma de la Divinidad. Como decía San Juan Evangelista, “Dios es amor”.
Los místicos que han gozado de semejante dicha, han comprendido la vanidad de las ideologías frente a la riqueza abrumadora de la experiencia de Dios-amor. Iluminados, han comprendido que el ser humano se ha creado barreras ideológicas que lo enemistan de manera artificial de los demás seres humanos.
Por esta razón, místicos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila eran vistos con sospecha por la Inquisición Española. Sabían que la Verdad era una Persona, no una doctrina, filosofía, institución o dogma.
Cuando Jesús —que en cuanto humano, es el mayor místico que haya existido— dijo que sus discípulos serían reconocidos por el amor que se profesaban, sentó las proridades del Reino. Los discípulos no serían aquellos que sostuvieran tal o cual doctrina, sino los que se amaran entre sí, no de palabra, sino de obra.
Jesús mismo dio la pauta de lo que esto significaba cuando dijo “nadie ama más que aquél que da su vida por sus amigos”. Evidentemente hablaba de sí mismo, pero también estaba poniendo el ejemplo a seguir.
Se puede dar la vida por los amigos en un campo de batalla, en un solo acto de extraordinario heroísmo. Pero no menos gallardo resulta dar la vida en favor de los amigos y hasta de los enemigos, gota a gota, en cotidiano servicio, anónimo. y callado.
Solo los místicos han sido capaces de anonadarse hasta el punto de renunciar a su propia opinión, por amor. Son ellos quienes marcan el camino del verdadero y respetuoso entendimiento entre culturas y naciones.
Decía Ibn Arabí, místico sufí, andaluz que vivió en los siglos XII y XIII
“Mi corazón se tornó capaz de todas las formas: es pasto para las gacelas, convento para los monjes cristianos, templo para los ídolos, la Kabba del peregrino, las tablas de la Ley (mosaica) y el Libro del Corán. Mi religión es la religión del amor. Sea cuál sea el camino que sus camellos escojan, esta es mi religión y mi Fe.”
Sin menospreciar el maravilloso amor erótico, me interesa mencionar un tipo de amor de cuyos efectos no somos los primeros beneficiarios. Este es un amor trascendente.
Se trata del amor que han saboreado los místicos de todas las épocas y de todas las religiones. Han llegado a probar de manera experiencial, la naturaleza misma de la Divinidad. Como decía San Juan Evangelista, “Dios es amor”.
Los místicos que han gozado de semejante dicha, han comprendido la vanidad de las ideologías frente a la riqueza abrumadora de la experiencia de Dios-amor. Iluminados, han comprendido que el ser humano se ha creado barreras ideológicas que lo enemistan de manera artificial de los demás seres humanos.
Por esta razón, místicos como San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Ávila eran vistos con sospecha por la Inquisición Española. Sabían que la Verdad era una Persona, no una doctrina, filosofía, institución o dogma.
Cuando Jesús —que en cuanto humano, es el mayor místico que haya existido— dijo que sus discípulos serían reconocidos por el amor que se profesaban, sentó las proridades del Reino. Los discípulos no serían aquellos que sostuvieran tal o cual doctrina, sino los que se amaran entre sí, no de palabra, sino de obra.
Jesús mismo dio la pauta de lo que esto significaba cuando dijo “nadie ama más que aquél que da su vida por sus amigos”. Evidentemente hablaba de sí mismo, pero también estaba poniendo el ejemplo a seguir.
Se puede dar la vida por los amigos en un campo de batalla, en un solo acto de extraordinario heroísmo. Pero no menos gallardo resulta dar la vida en favor de los amigos y hasta de los enemigos, gota a gota, en cotidiano servicio, anónimo. y callado.
Solo los místicos han sido capaces de anonadarse hasta el punto de renunciar a su propia opinión, por amor. Son ellos quienes marcan el camino del verdadero y respetuoso entendimiento entre culturas y naciones.
Decía Ibn Arabí, místico sufí, andaluz que vivió en los siglos XII y XIII
“Mi corazón se tornó capaz de todas las formas: es pasto para las gacelas, convento para los monjes cristianos, templo para los ídolos, la Kabba del peregrino, las tablas de la Ley (mosaica) y el Libro del Corán. Mi religión es la religión del amor. Sea cuál sea el camino que sus camellos escojan, esta es mi religión y mi Fe.”
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