Quizá una de las sensaciones vitales más intensas que un historiador pueda gozar se origina en el ejercicio del poder que ha adquirido para traer a la luz la visión de realidades del pasado y de las cuales muchas veces no ha quedado la menor huella ni recuerdo, excepto por los documentos que las atestiguan.
La eficacia de este poder para crear a través de la narración no es independiente de las fuentes ni del historiador, ya que los documentos son como guitarras: requieren del intérprete que las incite para hacerlas emitir melodías acordes a la capacidad técnica, creatividad y talento de quien las pulsa. La música proviene tanto del instrumento como del intérprete, y nada lograríael uno sin el otro. Es decir, el pasado no se encuentra en el documento. El pasado ya no existe. Todo lo que ha quedado es el testimonio en el papel, y su significado no es evidente para quien no estéperfectamente familiarizado con la cultura, lugar y época de los que procede.
Como virtuoso, el historiador pone orden y concierto donde otros sólo pueden ver viejos papeles sin relación ni sentido. En su mente indagadora existe una piedra de toque que es a la vez hilo conductor, una hipótesis de trabajo que le lleva a investigar, a construir su propia aportación al conocimiento del pasado. Por ello la analogía: la recuperación histórica implica la existencia del instrumento documental tanto como la del virtuoso que sepa explicar la fenomenología social del pasado planteando las hipótesis con mayor fundamento y lógica.
Desde luego, el oficio de historiar requiere de una mente crítica, vasta y exquisitamente educada, y, sobre todo, curiosa y libre de ingenuidad. Los documentos disponibles son ecos, son testimonios de sociedades que no son las nuestras, aunque aquéllas hayan existido en el mismo hábitat que ocupamos al presente. Por lo tanto, dichas sociedades deben ser objeto de estudio hasta llegar a la erudición.
Un magnífico caso a estudiar sería el de la Comarca Lagunera. Como historiador, no deja de llamarme poderosamente la atención el hecho de que la espacialidad regional es prácticamente la construcción consensual de una sociedad que se proyecta y afirma sobre cierto hábitat. En este sentido, la Comarca Lagunera puede tener muchas historias, si consideramos cómo se pensaron a sí mismas y se proyectaron las sociedades que la han habitado.
Por ahora existe una marcada tendencia local a considerar la historia de La Laguna como si fuese la historia de Torreón. De alguna manera, el regionalismo lagunero busca desligarse de los lugares comunes, tanto políticos como históricos. Nuestra sociedad no aspira a concebirse inserta en la dinámica de un fenómeno de larga duración que explique su mentalidad de trabajo como una característica forjada a través de siglos de historia común, neovizcaína o europea. Al contrario, reclama para sí y desde sí de manera particular en ciertos estratos sociales el mérito y el prestigio de una comunidad que se ha creado a sí misma de la nada.
El ejercicio acrítico de esta actitud exclusivista y mutilante ha empobrecido nuestra percepción histórica de la regionalidad y tiende a debilitar nuestra autoestima al atribuir exclusivamente a los extranjeros las cualidades de fortaleza, visión empresarial y capacidad para el trabajo duro. En consecuencia, muchos insatisfechos miran hacia los Estados Unidos u otras naciones y grupos étnicos del presente o del pasado en búsqueda de identidad y autoestima: si pudieran escoger, serían estadounidenses. Para muchos otros, la selección nacional de futbol genera más identidad y cohesión social que nuestra propia historia. Y por desgracia, nuestra selección nacional no siempre hace un buen papel.
La eficacia de este poder para crear a través de la narración no es independiente de las fuentes ni del historiador, ya que los documentos son como guitarras: requieren del intérprete que las incite para hacerlas emitir melodías acordes a la capacidad técnica, creatividad y talento de quien las pulsa. La música proviene tanto del instrumento como del intérprete, y nada lograríael uno sin el otro. Es decir, el pasado no se encuentra en el documento. El pasado ya no existe. Todo lo que ha quedado es el testimonio en el papel, y su significado no es evidente para quien no estéperfectamente familiarizado con la cultura, lugar y época de los que procede.
Como virtuoso, el historiador pone orden y concierto donde otros sólo pueden ver viejos papeles sin relación ni sentido. En su mente indagadora existe una piedra de toque que es a la vez hilo conductor, una hipótesis de trabajo que le lleva a investigar, a construir su propia aportación al conocimiento del pasado. Por ello la analogía: la recuperación histórica implica la existencia del instrumento documental tanto como la del virtuoso que sepa explicar la fenomenología social del pasado planteando las hipótesis con mayor fundamento y lógica.
Desde luego, el oficio de historiar requiere de una mente crítica, vasta y exquisitamente educada, y, sobre todo, curiosa y libre de ingenuidad. Los documentos disponibles son ecos, son testimonios de sociedades que no son las nuestras, aunque aquéllas hayan existido en el mismo hábitat que ocupamos al presente. Por lo tanto, dichas sociedades deben ser objeto de estudio hasta llegar a la erudición.
Un magnífico caso a estudiar sería el de la Comarca Lagunera. Como historiador, no deja de llamarme poderosamente la atención el hecho de que la espacialidad regional es prácticamente la construcción consensual de una sociedad que se proyecta y afirma sobre cierto hábitat. En este sentido, la Comarca Lagunera puede tener muchas historias, si consideramos cómo se pensaron a sí mismas y se proyectaron las sociedades que la han habitado.
Por ahora existe una marcada tendencia local a considerar la historia de La Laguna como si fuese la historia de Torreón. De alguna manera, el regionalismo lagunero busca desligarse de los lugares comunes, tanto políticos como históricos. Nuestra sociedad no aspira a concebirse inserta en la dinámica de un fenómeno de larga duración que explique su mentalidad de trabajo como una característica forjada a través de siglos de historia común, neovizcaína o europea. Al contrario, reclama para sí y desde sí de manera particular en ciertos estratos sociales el mérito y el prestigio de una comunidad que se ha creado a sí misma de la nada.
El ejercicio acrítico de esta actitud exclusivista y mutilante ha empobrecido nuestra percepción histórica de la regionalidad y tiende a debilitar nuestra autoestima al atribuir exclusivamente a los extranjeros las cualidades de fortaleza, visión empresarial y capacidad para el trabajo duro. En consecuencia, muchos insatisfechos miran hacia los Estados Unidos u otras naciones y grupos étnicos del presente o del pasado en búsqueda de identidad y autoestima: si pudieran escoger, serían estadounidenses. Para muchos otros, la selección nacional de futbol genera más identidad y cohesión social que nuestra propia historia. Y por desgracia, nuestra selección nacional no siempre hace un buen papel.
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