Casi no hay día en que no leamos en los diarios que uno o varios mexicanos han muerto al tratar de cruzar la frontera norte, en búsqueda de mejores condiciones de vida.
Muchos de estos compatriotas mueren por los terribles riesgos a que ellos mismos se someten. Tratan de cruzar a pie el desierto del sudoeste estadounidense, o bien se encierran en transportes herméticos en los cuales muchos perecen sofocados.
Pero muchos otros son cazados como animales, por simple deporte. Piense el lector que en los Estados Unidos hay leyes de protección a los animales, y que los mexicanos ni siquiera alcanzan el beneficio de esa ley. Nuestros connacionales mueren para “diversión” de los agentes fronterizos norteamericanos.
La verdad, eso no me sorprende. Sabemos que muchos estadounidenses gozan de manera enfermiza por medio de la agresión a nuestro país o a nuestros ciudadanos. La historia de las relaciones y los incidentes bilaterales no me dejará mentir.
Lo que verdaderamente me sorprende, es que los mexicanos nos hayamos acostumbrado a que nuestros ciudadanos sean tratados peor que animales. Hemos perdido la capacidad de indignación y de asombro. Y dadas las circunstancias, me resulta difícil explicarme porqué los mexicanos seguimos consumiendo bienes y servicios de un país que maltrata a nuestros connacionales.
En nuestra ciudad es muy usual que los señores y señoras de recursos vayan a Houston u otras ciudades a consultar a los médicos. ¿Habrán pensado alguna vez qué sienten esos médicos por los mexicanos? Yo lo pensaría dos veces antes de ir al quirófano y ponerme en sus manos. ¿Y si resultaran ser miembros del Ku Klux Klan u otra fraternidad racista?
No se trata de romper relaciones políticas o comerciales con los Estados Unidos, sino de hacernos respetar como seres humanos y como ciudadanos de un país libre. La falta de garantías para los mexicanos que se internan ilegalmente en los Estados Unidos es un verdadero ultraje para nuestra dignidad nacional y personal, cualquiera que sea nuestro nivel de ingresos.
Muchos de estos compatriotas mueren por los terribles riesgos a que ellos mismos se someten. Tratan de cruzar a pie el desierto del sudoeste estadounidense, o bien se encierran en transportes herméticos en los cuales muchos perecen sofocados.
Pero muchos otros son cazados como animales, por simple deporte. Piense el lector que en los Estados Unidos hay leyes de protección a los animales, y que los mexicanos ni siquiera alcanzan el beneficio de esa ley. Nuestros connacionales mueren para “diversión” de los agentes fronterizos norteamericanos.
La verdad, eso no me sorprende. Sabemos que muchos estadounidenses gozan de manera enfermiza por medio de la agresión a nuestro país o a nuestros ciudadanos. La historia de las relaciones y los incidentes bilaterales no me dejará mentir.
Lo que verdaderamente me sorprende, es que los mexicanos nos hayamos acostumbrado a que nuestros ciudadanos sean tratados peor que animales. Hemos perdido la capacidad de indignación y de asombro. Y dadas las circunstancias, me resulta difícil explicarme porqué los mexicanos seguimos consumiendo bienes y servicios de un país que maltrata a nuestros connacionales.
En nuestra ciudad es muy usual que los señores y señoras de recursos vayan a Houston u otras ciudades a consultar a los médicos. ¿Habrán pensado alguna vez qué sienten esos médicos por los mexicanos? Yo lo pensaría dos veces antes de ir al quirófano y ponerme en sus manos. ¿Y si resultaran ser miembros del Ku Klux Klan u otra fraternidad racista?
No se trata de romper relaciones políticas o comerciales con los Estados Unidos, sino de hacernos respetar como seres humanos y como ciudadanos de un país libre. La falta de garantías para los mexicanos que se internan ilegalmente en los Estados Unidos es un verdadero ultraje para nuestra dignidad nacional y personal, cualquiera que sea nuestro nivel de ingresos.
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