Cuando uno lee ciertos artículos de los
diarios del siglo XIX y los del siglo XXI, pareciera no haber diferencia en
cuanto a los reportes sobre robos y violencia. Da la impresión de que el país
sigue exactamente igual.
Un texto de corresponsalía del diario decimonónico “El
Universal” fechado en Durango el 28 de marzo de 1849, menciona, y cito a la
letra:
“El lunes 26 del corriente fueron asaltados hacia el punto llamado
Chachamole, camino de esta ciudad para Nombre de Dios, D. Jesús Castañeda,
residente de Zacatecas, D. Mariano González, de Nazas, y dos o tres mozos que
acompañaban a ambos.
El número de los bandidos no bajaba de veinte, los cuales
hirieron, aunque no de mucha gravedad, según se dice, a todas las personas
mencionadas; y les robaron en dinero y algunos efectos, el valor de más de mil
y quinientos pesos.
Escandaliza la funesta frecuencia con que se perpetúan en
territorio del Estado atentados semejantes. Los salvajes [indios] por un lado,
y los bandoleros por otro, tienen de tal manera invadidos todos los
despoblados, que realmente ha venido a ser entre nosotros una quimera la
seguridad individual para todo el que tiene que emprender aun el más pequeño
viaje”.
En la sección “Noticias sueltas” del
mismo diario, se comenta que “indios bárbaros siguen cometiendo robos y muertes
en el Estado de Durango, y cada día se hace más necesaria la realización de las
medidas que se han iniciado para exterminarlos de los Estados que sufren esta
plaga.
A continuación insertamos un párrafo del 'Registro Oficial':
‘Según
aviso que da la jefatura de Santiago Papasquiaro con fecha 20 del actual, una
partida de salvajes dio muerte a dos individuos en las inmediaciones de aquella
ciudad.
En el camino a San Dimas, robaron la mulada de unos arrieros, y aunque
salió a perseguirlos una partida de gente armada de San Miguel de Papasquiaro
que al fin logró alcanzarlos y matarles un indio, ellos sin embargo los
derrotaron, mataron a Ignacio Nevales, hirieron a otros cuatro y les llevaron
[robaron] algunos caballos ensillados.
El día 18, otra pequeña partida de
indios asaltó la estancia de Chinacate y se llevó las mulas de un atajo de D.
Dionisio Bravo y los caballos de los soldados que escoltaban la carga’”.
Independientemente de la fuerza o
debilidad de los gobiernos del centro y de los estatales para mantener la paz en aquellos tiempos,
debemos hacer notar que las provincias, posteriormente estados norteños siempre
fueron —y de manera constante— zona de conflicto armado entre los colonos y los
aguerridos indios nómadas.
Con el tiempo se formó una cultura de la guerra. No
es casualidad que a los cabecillas insurgentes los hayan atrapado en Coahuila
con tácticas de guerrilla, algo que Calleja no pudo lograr con su ejército de
línea. Tampoco es casualidad que con norteños se formara una División del Norte
en 1913, o la existencia de un estratega de la talla de Francisco Villa.
Pero
también sabemos que, desgraciadamente, una herencia cultural como ésa, puede
generar mercenarios, pues la pobreza suele ser la madre de la delincuencia. Si
se hubiera hecho en su momento la guerra a la pobreza, quizá hoy no se tendría
que hacer la guerra a la delincuencia.
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