Escudo de Torreón

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sábado, agosto 18, 2012

Lo sobrenatural como fuente de seguridad

















En mi clase de “Historia, arte e identidad regional” que imparto en la  Universidad Iberoamericana Torreón, uno de los fenómenos sociales que más mencionamos, es la necesidad del ser humano de tener paz mental. Es decir, que el hombre necesita paz interna o balance psicológico para poder enfrentar con eficacia las tareas y peligros cotidianos del mundo externo.

Este es un fenómeno atemporal, es decir, se encuentra presente en todas las épocas que ha vivido la humanidad. Por lo que se refiere a la Comarca Lagunera, los testamentos e inventarios nos dan buena cuenta de esta necesidad. Porque si los habitantes de nuestra región tenían representaciones de santos en cantidades que ahora nos parecen exageradas —veinte o treinta imágenes— era, precisamente, para tener paz interior. No se trataba de amor al arte pioctórico, sino de apego a la vida por medio de la protección de aquéllos.

En efecto, los peligros mortales de ataques de indios, animales ponzoñosos, sequías prolongadas, granizos, heladas, plagas, accidentes y enfermedades, todos ellos eran factores de gran incertidumbre. La gente, de alguna manera, debía encontrar algo o alguien que le pudiera dar tranquilidad y estabilidad mental, para poder vivir de una manera funcional. Y en la era colonial, esa era la función de los santos, pues era creencia común que ellos se encontraban por encima de estas amenazas, y que, a través de su intercesión, todos estos peligros podían ser conjurados. Los laguneros no estaban tan necesitados de una protección sobrenatural, cuanto de la serenidad (o resignación) que ella les proporcionaba.

Todavía en el censo de la Comarca Lagunera de 1825, entre las cualidades de los habitantes de estas tierras, se menciona, por encima de todas, la de ser “religiosos”. Por entonces, todavía sometidos a los ataques de los apaches y a los caprichos de la naturaleza, los laguneros necesitaban la seguridad que les brindaba la fe.

Sin embargo, al acabar con los ataques de indios, al dominar la mayoría de las epidemias y enfermedades mediante las vacunas, al contar con antibióticos que nos curan de un gran número de enfermedades antes mortales, al diversificar la economía logrando una gran estabilidad en los ingresos, al controlar de tal manera nuestras circunstancias, lo sobrenatural dejó de ser, en general, un factor de importancia en la vida cotidiana regional. Nuestra seguridad ya estaba en nuestras manos.

Desde el 2007, La Laguna vive una etapa de inseguridad comparable a las etapas locales de las luchas revolucionarias, o a la era en que los apaches merodeaban y asesinaban a los colonizadores, a mansalva. Aquéllos historiadores que idealizaban y suspiraban por las luchas de la Revolución, de una manera entre romántica e ingenua, se encuentran silenciosos. Porque la gente suele olvidar lo que realmente implica la violencia, en términos de incertidumbre, de dolor y de vidas humanas. Quizá la mayor prueba de este olvido consiste en que no existe un solo monumento para el millón de muertos causado por las luchas de la Revolución Mexicana. Eso sí, recordamos a Zapata, a Madero, a Villa, a Carranza, a Obregón, etc. pero no a esa multitud que hizo posible el “triunfo” de éstos. Los “mesías” sin seguidores que les hagan el trabajo, son “nadie”. 

Las circunstancias de inseguridad que experimenta nuestra ciudad, sin duda se traducirán en un incremento en la búsqueda de la protección de lo sobrenatural, pues de nueva cuenta, las circunstancias nos desbordan. Nuestras vidas no están en nuestras manos, y se necesita paz interior para poder enfrentar los desafíos de la vida cotidiana con serenidad. El ser humano necesita paz para trabajar con buen desempeño, para vivir el presente con cierta intensidad y dicha, y para esperar un futuro mejor.