Una popular serie televisiva actualmente al aire, tiene por argumento principal la tasación de objetos antiguos para su compraventa. Uno se entera de los criterios que se toman en cuenta para justipreciar un objeto de acuerdo a la demanda que pueda tener en el mercado, estado de conservación, rareza, etc.
Gracias a esta serie, sabemos cuál es el procedimiento para tasar el objeto histórico, pero ¿tenemos la más remota idea sobre cómo evaluar a un historiador?
Un historiador no es una persona que se limita a la posesión de un doctorado en historia. Todos sabemos que el hábito no hace al monje. Un verdadero historiador es aquél que realiza investigación sobre fenómenos del pasado, usando adecuadamente el método científico, y sobre todo, que escribe y publica los resultados de su investigación para aportar nuevos conocimientos. Es decir, la publicación de textos es una de las señales que nos hacen saber que el historiador ejerce su profesión de historiador.
Sin embargo, ahí no terminan las exigencias. No basta con publicar, es necesario observar cuál es la recepción que sus escritos tienen en el mundo académico. Ahí se encuentra la verdadera criba. Con fondos oficiales, institucionales o particulares, cualquier persona, titulada o no, puede publicar, bajo pretexto de que se es historiador. Sin embargo, si la comunidad científica (los verdaderos historiadores son científicos sociales) no cita sus textos, se debe a que, desde el punto de vista de la comunidad científica, esos textos no aportan nada al mundo de la historia.
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