Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

viernes, marzo 26, 2010

"Charlas de café con Felipe Ángeles"




Como miembro del Comité Estatal de Festejos del Bicentenario, y por atenta invitación del Lic. Javier Villarreal Lozano, Director del Centro Cultural Vito Alessio Robles, estuve anoche en Saltillo, con el objeto de presentar y comentar el libro “Charlas de café con Felipe Ángeles” de Alejandro Rosas. El evento se llevó a cabo en el mencionado Centro, con la presencia del Lic. Javier Villarreal Lozano, de los representantes del gobernador de Coahuila y del alcalde de Saltillo, del señor Arturo Berrueto González, Director del Consejo Editorial del Estado de Coahuila, de la Directora de Educación Pública de Coahuila, del director de la facultad de Historia de la UAC, Dr. Carlos Valdés Dávila, y de varios historiadores y gente interesada en el tema. El lugar registró un lleno total.

A continuación, transcribo el texto que preparé para dicha presentación:


“Charlas de café con Felipe Ángeles”, de Alejandro Rosas, es una obra que se inscribe en la colección “Charlas de café”, una serie de libros escrita por connotados historiadores nacionales, la cual agrupa nueve personajes de la independencia y once de la Revolución.

Se trata de textos muy amenos, ligeros, redactados a manera de entrevista con el personaje en cuestión. Aunque la forma puede ser ficticia, ya que en la realidad no hay manera de entrevistar a los héroes de la Independencia o de la Revolución, el contenido se encuentra muy bien fundamentado.

En el caso concreto del libro que hoy comentamos, mencionaremos que Alejando Rosas ha realizado una estupenda amalgama entre la ficción de la forma, y su interpretación alterna sobre la vida y obra de Felipe Ángeles y el discurso revolucionario y postrevolucionario.

Para mostrar la validez y el valor de su interpretación histórica, Alejando Rosas denuncia, desde el principio de su texto, lo equívoco que resulta el principio maniqueo que ha prevalecido en la historia oficial: los personajes son, o héroes o traidores, ortodoxos o herejes. Este es el principio de la historia en blanco y negro, la historia que no admite los grises de la realidad humana ni de la disidencia. Rosas recalca la responsabilidad del historiador para recuperar a todos aquéllos grandes hombres que fueron relegados al olvido por la simple razón de que no pertenecieron a la camarilla de los triunfadores.

Es evidente que, si el autor no confrontara esta tendencia ideologizante de la historiografía oficial, difícilmente estaríamos hoy hablado del general Felipe Ángeles, quien fue, sin duda alguna, uno de los grandes personajes de la Revolución Mexicana, pero que, por el hecho de haber pertenecido a la facción perdedora, ha sido relegado a la infamia, es decir, al deshonor y al olvido.

El autor deja muy claramente sentado que escribe sobre Felipe Ángeles, sobre la revolución y los revolucionarios, con los criterios y tintes de otro tipo de historia, una que resulta mucho más integradora.

Su propuesta y su aporte constituye un planteamiento, una interpretación poco común y profundamente crítica de los hechos y significado de la Revolución Mexicana, desde Madero hasta el fin del siglo XX. Se habla de la revolución traicionada, del paso de la dictadura individual de Díaz a un sistema político que resultó ser una dictadura colectiva, de partido. Es decir, se nos hace partícipes de una lectura alterna y crítica sobre el sistema político mexicano que invocaba la Revolución como base, fundamento y bandera.

Es en este contexto que la charla con Felipe Ángeles, cobra pleno sentido. Porque, a final de cuentas, el general Ángeles era un disidente y a la vez un profeta de la verdadera revolución, una revolución del pueblo y para el pueblo. La crítica de Rosas a la revolución y al sistema político mexicano posrevolucionario, sería finalmente la crítica del mismo general Ángeles.

Una vez pintado el fondo del cuadro, Rosas hace hablar al general Ángeles para que trace y coloree su autorretrato, “de viva voz”. A través de la charla, desfilan sus orígenes, sus logros escolares, el inicio de su vida como militar de carrera, la honestidad que le ganó tempranos enemigos.

Ni qué decir que la información que se nos brinda a través de este ejercicio dialógico literario es acuciosa y muy bien documentada. Alejando Rosas nos sumerge con gran habilidad y prosa impecable, en la ilusión de ser testigos presenciales de la bien trabada charla, y sin darnos cuenta, podríamos asegurar que vimos y escuchamos personajes y diálogos, y no que, en realidad, fuimos simples y meros lectores.

La admiración de Alejandro Rosas por el general Ángeles se trasluce de manera constante. Pero esta admiración tiene sustento, se justifica por las prendas intelectuales, morales y militares del general.

Así, nos enteramos del paso de Felipe Ángeles por los diferentes regímenes políticos de la época que le tocó vivir, de Porfirio Díaz hasta Venustiano Carranza. Su estancia en el Colegio Militar, como estudiante y luego como director. Sus viajes y misiones a Europa y los Estados Unidos. Su estrecha relación con el presidente Madero, la que sin duda alguna marcó su convicción política. Hombre de todas las confianzas de Madero, vivió como militar en activo la decena trágica, y la amargura de la separación del entrañable amigo que es llevado a la muerte. Nos enteramos asimismo de sus encuentros y desencuentros con Zapata y con el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista.

Alejandro Rosas, al provocar al general Ángeles para que hable, nos comparte el profundo entusiasmo con que éste se dio de alta en la División del Norte, formada el 29 de septiembre de 1913 en la Hacienda lagunera de la Loma, en Ciudad Lerdo, Durango. De las cuatro tomas que sufrió la ciudad de Torreón, que fueron la maderista de mayo de 1911, la villista de octubre de 1913, la villista de abril de 1914 y la villista de diciembre de 1916, el general Ángeles solamente participó en la de marzo-abril de 1914, como artillero.

Y era tan extraordinaria su habilidad para calcular la trayectoria de los proyectiles, que en Torreón tenemos recuerdos indelebles de su puntería, en la fachada del vetusto Casino de La Laguna, ahora parte del Museo Arocena.

Pero muchas personas en Torreón y en Gómez Palacio le recordaban también como galante militar e impecable caballero. Mencionaré, solamente de paso, que la señora Hermelinda Faya de González conoció al general Ángeles cuando era una niña, ya que la casa de sus padres era la más elevada de Gómez Palacio, Durango, y la idónea para que Villa y los suyos pernoctaran y vigilaran el horizonte en los días previos a la toma de Torreón de abril de 1914. Esta señora, ya difunta, comentaba que el general Ángeles era el enlace de Villa para tratar con la gente “de sociedad”, y que fue Ángeles quien muy cortésmente pidió la casa para su general Francisco Villa. En cambio, a esta señora Villa no le mereció la misma opinión, ni remotamente.

Aunque la batalla por Torreón, la de marzo-abril de 1914 fue la más sangrienta de la Revolución, la más costosa en vidas humanas, y la de San Pedro, la más desmoralizadora para las fuerzas huertistas, es la de Zacatecas la que el autor describe con más detalle, seguramente porque fue la decisiva contra el usurpador Victoriano Huerta.

Al continuar con la lectura del texto, pasan ante nuestra mirada las vicisitudes de la Convención de Aguascalientes, y el rompimiento definitivo entre la División del Norte y el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista. La etapa final de Ángeles, el exilio, el regreso a México, la traición que lo entregó en manos del carrancismo, y su muerte.

En diversos momentos de esta charla de café con Felipe Ángeles, el autor cuestiona al general por aquéllas cosas que pudo haber hecho para cambiar el curso de la historia, y que sin embargo, no hizo. ¿Era su conciencia estrecha? ¿Prevalecía en él la disciplina militar por encima del sentido de la oportunidad histórica? Tendremos que leer este fascinante libro para enterarnos de los criterios que regían la vida de este notable general.

Para concluir, podemos afirmar que el libro de Alejandro Rosas es apasionante, que se lee con la mayor facilidad, que es adictivo, pues una vez que uno comienza a leerlo, no puede dejarlo sino hasta llegar a la última página.

Uno quisiera que continuara de manera indefinida… Qué más puedo decir ya, sino que les recomiendo de la manera más amplia la adquisición de este libro, y que felicitamos de la manera más calurosa a Alejandro Rosas, autor de esta obra que tanta falta hacía en la historiografía revolucionaria, así como al Centro Cultural Vito Alessio Robles, por favorecer la presentación de textos e historiadores de este nivel.






No hay comentarios.: