A principios de noviembre de 1930, la comunidad lagunera se encontraba muy entusiasmada por la “avenida” del Río Nazas. El agua sobrepasaba por 55 centímetros el vertedor de “El Coyote”, lo cual constituía un volumen de aproximadamente 300 metros cúbicos por segundo, y con tendencia al aumento.
Esta derrama de agua se consideraba suficiente no solamente para regar las tierras abiertas al cultivo en esa época, sino que también se calculaba que proporcionaría un excedente como para que el líquido llegara a las “tierras bajas” de San Pedro de las Colonias.
Fueron tan abundantes las lluvias invernales en la cuenca alta del río, que tres meses después, el 19 de febrero de 1931, llegó una nueva avenida del Río Nazas, calculada en 911 metros cúbicos por segundo. La fuerza del agua arrastró árboles con tal fuerza que, como si fueran arietes flotantes, golpearon e inutilizaron el puente del ferrocarril que se ubicaba entre las estaciones de El Hormiguero y El Pilar. Este puente tenía dos bancos en malas condiciones, y quedó obstruido por los numerosos troncos y animales muertos depositados por la fuerza del río.
Esta derrama de agua se consideraba suficiente no solamente para regar las tierras abiertas al cultivo en esa época, sino que también se calculaba que proporcionaría un excedente como para que el líquido llegara a las “tierras bajas” de San Pedro de las Colonias.
Fueron tan abundantes las lluvias invernales en la cuenca alta del río, que tres meses después, el 19 de febrero de 1931, llegó una nueva avenida del Río Nazas, calculada en 911 metros cúbicos por segundo. La fuerza del agua arrastró árboles con tal fuerza que, como si fueran arietes flotantes, golpearon e inutilizaron el puente del ferrocarril que se ubicaba entre las estaciones de El Hormiguero y El Pilar. Este puente tenía dos bancos en malas condiciones, y quedó obstruido por los numerosos troncos y animales muertos depositados por la fuerza del río.
El mismo Nazas desbordó de manera significativa en diferentes puntos de su cauce. Poca memoria queda de esas épocas previas a la cosntrucción de las presas regionales. Una avenida súbita e incontrolada del río podía brincar las represas, llenar los canales urbanos y suburbanos hasta el tope, e incluso desbordarlos, inundando la ciudad o algunos de sus barrios. No era raro que la sirena del cuartel de bomberos sonara en la madrugada, advirtiendo a los torreonenses del peligro de la creciente que amenazaba desbordar los tajos.
En febrero de 1931, el tráfico ferrocarrilero a Tlahualilo tuvo que ser suspendido.
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