Página 5 de Vínculos número 40, agosto 2003
En agosto de 2003, con el número 40 de la revista “Vínculos” de la Universidad Iberoamericana Laguna, fue la primera vez que comenzamos a sembrar por escrito la inquietud que representaba para la conciencia moral colectiva de la Comarca Lagunera, la masacre de los chinos del 15 de mayo de 1911. Esta revista llegaba (como lo hace todavía) a las familias de mayor liderazgo en la Comarca Lagunera.
A mi juicio, era necesario tomar consciencia de la responsabilidad histórica de lo que resultaba ser, a todas luces, un intento de genocidio. En el 2003, hace apenas cinco años, este asunto todavía no se ventilaba públicamente. Algunos historiadores contaban el hecho como mera anécdota, sin deslindar, asignar ni asumir responsabilidades. Y los descendientes de las víctimas preferían callar antes que arriesgarse a una nueva oleada de prejuicios étnicos.
Desde entonces surgió la inquietud de construir un monumento, uno que no solamente recordara a las víctimas de este holocausto de ciudadanos torreonenses de origen chino, sino que trajera a la consciencia de los torreonenses del presente que estos actos se pueden repetir, por muy civilizados que pretendamos ser. El odio se cultiva poco a poco, se alimenta, y el día menos pensado, florece y brinda frutos muy amargos. La naturaleza humana no ha cambiado desde 1911. Cualquier día podríamos emprenderla, no contra una etnia, sino contra una minoría social, política, religiosa o de cualquier tipo.
Ante un monumento como el que se propone, un Altar de la Paz, debemos comprometernos todos los torreonenses para que jamás se repita un acto de agresión que enfrente a hermanos contra hermanos. Todos somos ciudadanos de Torreón, todos descendemos de inmigrantes, todos tenemos derecho a coexistir de manera armónica y constructiva, independientemente de nuestra manera de ser o de pensar.
En agosto de 2003, con el número 40 de la revista “Vínculos” de la Universidad Iberoamericana Laguna, fue la primera vez que comenzamos a sembrar por escrito la inquietud que representaba para la conciencia moral colectiva de la Comarca Lagunera, la masacre de los chinos del 15 de mayo de 1911. Esta revista llegaba (como lo hace todavía) a las familias de mayor liderazgo en la Comarca Lagunera.
A mi juicio, era necesario tomar consciencia de la responsabilidad histórica de lo que resultaba ser, a todas luces, un intento de genocidio. En el 2003, hace apenas cinco años, este asunto todavía no se ventilaba públicamente. Algunos historiadores contaban el hecho como mera anécdota, sin deslindar, asignar ni asumir responsabilidades. Y los descendientes de las víctimas preferían callar antes que arriesgarse a una nueva oleada de prejuicios étnicos.
Desde entonces surgió la inquietud de construir un monumento, uno que no solamente recordara a las víctimas de este holocausto de ciudadanos torreonenses de origen chino, sino que trajera a la consciencia de los torreonenses del presente que estos actos se pueden repetir, por muy civilizados que pretendamos ser. El odio se cultiva poco a poco, se alimenta, y el día menos pensado, florece y brinda frutos muy amargos. La naturaleza humana no ha cambiado desde 1911. Cualquier día podríamos emprenderla, no contra una etnia, sino contra una minoría social, política, religiosa o de cualquier tipo.
Ante un monumento como el que se propone, un Altar de la Paz, debemos comprometernos todos los torreonenses para que jamás se repita un acto de agresión que enfrente a hermanos contra hermanos. Todos somos ciudadanos de Torreón, todos descendemos de inmigrantes, todos tenemos derecho a coexistir de manera armónica y constructiva, independientemente de nuestra manera de ser o de pensar.
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