Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

martes, julio 10, 2007

Breve nota autobiográfica

En vista de que varios de los artículos que he escrito han despertado el interés de algunas personas, y de que éstas me han hecho llegar preguntas que giran en torno a mi lugar de origen, antecedentes familiares e inclinaciones religiosas y políticas, he decidido escribir —por única vez y solo como una atención a dichos lectores— alguna información sobre estos puntos.

Nací en Torreón el jueves 12 de octubre de 1950. Mi padre, don Félix Edmundo Corona de la Fuente fue un hombre intachable, empresario de pequeño capital (maquinaria de construcción) experto e innovador en pavimentaciones asfálticas, asesor de varias compañías.[1] Mi madre es doña María Concepción Páez Martínez Vda. de Corona, mujer fuerte, virtuosa y admirable. Ambos se establecieron en Torreón en la década de los treintas. Fue aquí que se conocieron, se trataron, se casaron y forjaron una familia de cinco hijos, de la cual soy el cuarto.

Aunque mi padre nació en Monterrey (el 7 de octubre de 1911) su familia paterna procedía de Puebla, y la materna, del sur de Coahuila desde la fundación de Saltillo en 1575. De hecho, su quinto abuelo, don José Tadeo de la Fuente y González de Paredes, era descendiente (retataranieto) por la rama materna, del portugués don Alberto del Canto y de doña Estefanía de Montemayor y Porcallo, el primero, fundador de Saltillo; la segunda, hija del fundador de Monterrey.[2]

Mi madre nació el 7 de junio de 1922 en la ciudad de San Luis Potosí, donde se yergue lo que queda de la vieja casa familiar de cantera, frente al parque del templo de San Sebastián, ahora convertida en multicolor colegio Montessori. El abuelo paterno de mi madre, don Rafael Páez Saavedra, era hijo del condecorado general Jerónimo Páez y Saavedra, destacado militar y político quien, entre muchos otros puestos, desempeñó los de Alcalde de San Salvador y Diputado de la Asamblea Legislativa del Salvador (1833, 1834) Presidente de la misma (1831), Comandante Militar, Intendente de Hacienda y Juez de Primera Instancia de Izabal para detener el avance inglés de Belice (1840). Fue Ministro de Estado en el Despacho de Hacienda y Guerra (4 junio 1845) Era asimismo dueño de la Hacienda de Sabanetas, en Chiquimula, Guatemala.[3]

La abuela paterna de mi madre, doña María Felipa de San Juan Sánchez Gutiérrez debió ser una mujer muy atractiva, puesto que el que habría de ser su marido, el ya mencionado Rafael, que la conoció después de un viaje de meses alrededor del mundo, por ella decidió quedarse en México y nacionalizarse. Se casaron el 7 de enero de 1863 en San Luis Potosí. Los Sánchez Gutiérrez poseían la hacienda potosina de “San Martín”, unos 60 kilómetros al oriente de la capital del estado. Ahí criaban bonitos caballos que se vendían en la famosa “feria de Lagos”.

Por su familia materna, mi madre proviene de los Martínez Saldierna, familia colonial de terratenientes de Alaquines, en la Huasteca Potosina, donde poseían la Hacienda e ingenio azucarero de “Las Tuzas”. Mi abuela materna heredó una buena porción, pero el reparto agrario acabó con la vieja propiedad.

Es fácil de entender que desde niño me haya gustado la investigación histórica, precisamente a causa de todos aquellos fascinantes relatos conservados en la memoria familiar. Como le explicaba a una persona que recientemente me entrevistó, lo primero que hice una vez que supe leer y escribir, fue interrogar a los ancianos de mi familia, quienes conservaban en la memoria datos preciosos que abarcaban generaciones completas. Gracias a los apuntes que obtuve, pude documentar y validar sobradamente lo que hasta entonces era una simple tradición oral. Así pues, desde pequeño entendí la importancia de los documentos y de los archivos.

Con ese contexto histórico familiar, me resultó muy fácil entender que los bienes materiales “vienen y van”, pueden estar una generación y desaparecer en la siguiente a causa de siniestros, revoluciones (el depósito comercial de leña “El Siglo XX” de los de la Fuente en Monterrey, de hectáreas de superficie y con vías férreas propias, ardió en una sola noche a manos de los revolucionarios) repartos, o mala fortuna. Los relatos me enseñaron a ver que lo que realmente vale son las personas y sus buenas obras, no sus fortunas. La verdadera nobleza es la del corazón. Desgraciadamente hay individuos que prefieren darse un balazo antes que aceptar que han perdido sus recursos materiales. Esa gente débil piensa que sin una cartera abultada no son nada, no son nadie.

Por estas razones, siempre he sido ferviente defensor de la dignidad del ser humano. Todo mundo tiene derecho a la integridad de su propia persona, de su familia y de sus bienes, todo mundo tiene derecho a ser respetado, sin que importe su raza, credo, o posición social. Siempre he sido un convencido pacifista, y por ello he repudiado y repudiaré toda forma de violencia o agresión.

En el terreno de la fe, soy creyente católico, enfáticamente bíblico y nada clerical. Nunca he tenido militancia, y ni siquiera inclinación, por ningún partido político. Como analista de la realidad social y como cronista de la ciudad, es mejor así.

Mi esposa Olga Patricia y yo hemos cumplido 25 años de feliz matrimonio, y nuestro hijo Sergio termina la universidad.

Espero con esto haber respondido las preguntas de aquellas personas que me escribieron. Si consideran que su curiosidad investigativa llega al punto de requerir documentación probatoria, particularmente sobre la historia familiar, con el mayor gusto la proporcionaré.
Notas

[1] Algunas de sus aportaciones aparecieron publicadas en la revista “Ingeniería Internacional Construcción”, revista internacional de la Reuben H. Donnelly Corporation.

[2] Esta información es bien conocida entre los genealogistas mexicanos y estadounidenses que estudiamos a los descendientes de Alberto del Canto. Por otra parte, presenté esta genealogía con todas sus generaciones en el Primer Encuentro Binacional de Historia Familiar efectuado en Ramos Arizpe en el 2006.

[3] La familia “Páez-Monteseros” a la que pertenecía mi tatarabuelo Jerónimo, es de las más antiguas de Guatemala, El Salvador y Honduras. Está perfectamente estudiada, generación por generación, por don Ramiro Ordóñez Jonama (Embajador y Viceministro de Relaciones Exteriores de Guatemala y miembro de varias academias) en su libro “La familia Buonafede de Zacapa, y sus descendientes en Guatemala, El Salvador y Nicaragua”.

1 comentario:

LOBO57 dijo...

Excelente trabajo