Escudo de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Tlaxcala.
Otorgado con los nombres de Doña Juana, Don Carlos y Don Felipe, Reyes de España
Un debate historiográfico que se ha
mantenido vivo en la región del sur de Coahuila desde hace tiempo, es el que se
refiere a la conservación (o decadencia) de la “limpieza racial” de los
tlaxcaltecas que poblaron Saltillo y el País de La Laguna.
El obispo de Durango
Tamarón y Romeral, de origen toledano, al igual que el franciscano Juan Agustín
de Morfi, nacido en Asturias, se cuentan entre aquellos individuos que en la
segunda mitad del siglo XVIII se sentían incómodos ante el espectáculo que
implicaba la existencia de pueblos de indios privilegiados por la Corona, y muy
en concreto, Santa María de las Parras, que poseía una pujante economía.
Los
españoles que vivían en la jurisdicción del pueblo de Parras estaban
técnicamente sujetos a un gobierno indígena que estaba constituido por el
gobernador, el cabildo y el común de los naturales. Desde luego, siempre
existía la posibilidad de que españoles y criollos acudiesen al alcalde mayor
para ciertos asuntos, pero la verdad es que nunca se llegó a erigir una villa
de españoles junto a Parras durante la era colonial. Siempre fue pueblo de
indios.
El malestar de los peninsulares Tamarón y Romeral y de Morfi coincidían
con una época en que España —como lo saben quienes están familiarizados con la
evolución del derecho nobiliario en el Imperio Hispanoamericano— trataba de
reducir el número de “hidalgos” exentos de tributo mediante el expediente de
revisar los fundamentos documentales o históricos del privilegio.
Ambos
clérigos pensaban que los españoles del pueblo de Parras merecían mejor suerte
que la de estar “sojuzgados” por indios. Para mejorarla, habría que
desarticular la situación privilegiada de dichos tlaxcaltecas. Con este objeto,
popularizaron un argumento: que los indígenas parrenses habían perdido su
limpieza biológica y que como indios mezclados o “misturados”, no merecían los
privilegios que tenían concedidos por la Recopilación de las Leyes de Indias o
por Reales Cédulas u otros documentos especiales.
Este era un procedimiento
legalista que, de aplicarse rígidamente en España, descalificaría a muchos
miembros de la nobleza peninsular (Recordemos los “libros verdes” y sobre todo
el famoso Tizón de la nobleza de España del cardenal don Francisco de Mendoza).
Los tlaxcaltecas de Parras, por su
parte, tenían una visión mucho más antropológica, más cultural de su propia
identidad. No solamente no negaban que, en cierta medida, hubiese habido mezcla o mestizaje, sino que
abiertamente afirmaban su derecho a incorporar a su comunidad privilegiada a
quienes ellos consideraban y reconocían útiles para la conservación y aumento
del pueblo de Santa María de las Parras. Argumentaban que al hacerlo así, ninguna de las dos majestades (Dios y el Rey)
era “deservida”.
La incorporación de estos mestizos
obedecía en gran medida a razones económicas, sin que hubiese una ruptura
cultural. Para muchos historiadores, particularmente los originarios de
Parras, el problema real es si aceptan o
no que los tlaxcaltecas tenían el derecho de autodefinir su identidad. Los
tlaxcaltecas de Parras basaban su derecho en los múltiples servicios que habían
realizado a favor de la Monarquía. Y para ellos, era una razón más que
suficiente.
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