En cualquier país civilizado, es decir, verdaderamente democrático, los jefes son responsables de las acciones u omisiones de sus subalternos. Es lógico, puesto que es impensable que el titular de una rama de gobierno o de una dependencia oficial no esté enterado de las condiciones laborales, o de lo que hacen o dejan de hacer sus subalternos.
El ejemplo del honor y de la responsabilidad ante el deber lo pone Japón. En este país, cualquier error, falla o escándalo de los subalternos lo asume su titular con la renuncia inmediata. Muchas veces ha sido tal la vergüenza que experimenta el jefe del área afectada, que se suicida para dar una “satisfacción” al pueblo japonés. Su muerte compensa el descuido de los empleados a su mando y el suyo propio, por no estar al tanto de lo que podía suceder. De esta manera, la deshonra muere con él y deja intacto el honor de su linaje. Toda esta mentalidad va implícita en el sufijo japonés “San” que califica el nombre de las personas honorables, como en aquél “Daniel San” de la película “Karate Kid”.
En Japón, la admisión de los “graves errores” realizados por empleados del Gobierno del Distrito Federal en el asunto de la discoteca “News Divine”, mismos que condujeron a la muerte de varios jóvenes y policías, implicaría la renuncia inmediata de Marcelo Ebrard. No bastaría la admisión “voluntaria” de la culpa, ésta es evidente y no requiere reconocimiento alguno. El despido de los funcionarios directamente responsables procedería siempre y cuando hubiera un juicio previo para deslindar responsabilidades, pagar los daños y asumir las consecuencias. Este despido no disculparía al titular del Gobierno del Distrito federal, pues en Japón se le consideraría el mayor y directo responsable de que los funcionarios a su cargo fueran debidamente competentes y honorables. Alegar ignorancia de las circunstancias que desataron la crisis, lejos de constituir una disculpa, incriminaría mucho más al titular de una dependencia, pues demostraría fehacientemente su negligencia para enterarse del funcionamiento y condiciones del área y hombres a su cargo.
El caso concreto que cito es puramente ilustrativo. El nombre podría ser el de cualquier funcionario municipal, estatal o federal. Nuestra cultura política admite el uso de chivos expiatorios (servidores públicos de menor nivel) que carguen con las culpas, con tal de que los titulares puedan retener sus puestos. Éstos no se hacen responsables de las fallas de las dependencias a su cargo. Su relación con el puesto es la del goce de un ingreso y un coto de poder, pero casi nunca implica un verdadero compromiso para servir al pueblo.
Es una pena que no vivamos en Japón. Aunque debo decir que si los mexicanos viviéramos en Japón, este país dejaría de ser lo que es y se convertiría en el México del Lejano Oriente. Porque nuestros males están en nuestra cultura, en nuestra manera de ser, no en nuestras leyes ni en nuestra tierra.
El ejemplo del honor y de la responsabilidad ante el deber lo pone Japón. En este país, cualquier error, falla o escándalo de los subalternos lo asume su titular con la renuncia inmediata. Muchas veces ha sido tal la vergüenza que experimenta el jefe del área afectada, que se suicida para dar una “satisfacción” al pueblo japonés. Su muerte compensa el descuido de los empleados a su mando y el suyo propio, por no estar al tanto de lo que podía suceder. De esta manera, la deshonra muere con él y deja intacto el honor de su linaje. Toda esta mentalidad va implícita en el sufijo japonés “San” que califica el nombre de las personas honorables, como en aquél “Daniel San” de la película “Karate Kid”.
En Japón, la admisión de los “graves errores” realizados por empleados del Gobierno del Distrito Federal en el asunto de la discoteca “News Divine”, mismos que condujeron a la muerte de varios jóvenes y policías, implicaría la renuncia inmediata de Marcelo Ebrard. No bastaría la admisión “voluntaria” de la culpa, ésta es evidente y no requiere reconocimiento alguno. El despido de los funcionarios directamente responsables procedería siempre y cuando hubiera un juicio previo para deslindar responsabilidades, pagar los daños y asumir las consecuencias. Este despido no disculparía al titular del Gobierno del Distrito federal, pues en Japón se le consideraría el mayor y directo responsable de que los funcionarios a su cargo fueran debidamente competentes y honorables. Alegar ignorancia de las circunstancias que desataron la crisis, lejos de constituir una disculpa, incriminaría mucho más al titular de una dependencia, pues demostraría fehacientemente su negligencia para enterarse del funcionamiento y condiciones del área y hombres a su cargo.
El caso concreto que cito es puramente ilustrativo. El nombre podría ser el de cualquier funcionario municipal, estatal o federal. Nuestra cultura política admite el uso de chivos expiatorios (servidores públicos de menor nivel) que carguen con las culpas, con tal de que los titulares puedan retener sus puestos. Éstos no se hacen responsables de las fallas de las dependencias a su cargo. Su relación con el puesto es la del goce de un ingreso y un coto de poder, pero casi nunca implica un verdadero compromiso para servir al pueblo.
Es una pena que no vivamos en Japón. Aunque debo decir que si los mexicanos viviéramos en Japón, este país dejaría de ser lo que es y se convertiría en el México del Lejano Oriente. Porque nuestros males están en nuestra cultura, en nuestra manera de ser, no en nuestras leyes ni en nuestra tierra.
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