El día de ayer, los diputados mexicanos ofrecieron al mundo entero un deplorable espectáculo. Los flamantes hombres de leyes se agredieron a golpes y puntapiés con tal de asegurar la tribuna del Congreso de la Unión. El objetivo era claro: para los panistas, asegurar la toma de protesta de Felipe Calderón el primero de diciembre. Para los izquierdistas del PRD, se trata de bloquear la tribuna precisamente para evitar que dicha protesta tenga lugar.
No podemos concebir que los legisladores se vean reducidos, por propia iniciativa y gusto, al nivel de pandilleros. Si los legisladores tienen alguna queja, ellos mejor que nadie conocen las vías para presentarlas por las vías legales. Pero no pueden usar esas quejas para descarrilar la vida institucional de toda una nación simplemente porque las cosas no salieron como ellos querían.
En vista de los acontecimientos, Jorge Zermeño, exalcalde de Torreón y actual presidente de la mesa directiva de la Cámara Baja, determinará si el día de la ceremonia de investidura presidencial se recurre o no a las fuerzas de seguridad para mantener la calma.
Ya es tiempo de que López Obrador admita su derrota. Su negativa a aceptar la realidad solamente está generando inestabilidad, falsas expectativas, neurosis y violencia. Hay límites para la inconformidad. Y la izquierda mexicana, si es que efectivamente está actuando en bloque, debe entender cuáles son estos límites. No se puede desestabilizar a una nación, ni llevarla al enfrentamiento de sus miembros, por una mera sospecha de ilegalidad.
Porque, a final de cuentas, nunca se ha demostrado el tan mencionado fraude electoral en contra de la izquierda.
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