Existen entre los diversos sectores de la población de Torreón una serie de “verdades” asumidas de la manera tan gratuita como ingenua. Es decir, son cosas que se repiten —y que a fuerza de repetición— acaban siendo creídas de una manera acrítica, irresponsable, cómoda.
A estos falsos supuestos los llamamos “mitos”. Cada grupo, cada sociedad tiene los suyos propios, y son muy convenientes cuando se trata de justificar una conducta, una actitud y hasta la irresponsabilidad de quien carece de interés ético para investigar por sí mismo una verdad y delega en el "otro" esa tarea.
A estos falsos supuestos los llamamos “mitos”. Cada grupo, cada sociedad tiene los suyos propios, y son muy convenientes cuando se trata de justificar una conducta, una actitud y hasta la irresponsabilidad de quien carece de interés ético para investigar por sí mismo una verdad y delega en el "otro" esa tarea.
La existencia de “la historia” como si tuviera vida propia e independiente a la de los historiadores, es un mito. No hay historia sin historiador, de la misma manera que no hay realidad sin perceptor.
Y ya que hablamos de mitos, la cordialidad entre historiadores es solamente eso: un mito. En realidad, al menos en Torreón, el canibalismo es una práctica cotidiana entre muchos auto designados “historiadores”. Claro que —en su gran mayoría— no se trata de académicos, sino de meros forjadores de libros o de programas mediáticos para quienes la historia es solamente un pretexto y no una vocación. Se puede obtener una jugosa ganancia por un libro de renombrada casa editorial o por la publicidad de un programa de buen rating.
Se dan casos en que el verdadero historiador es percibido como un peligro para los mercachifles de “la historia”. De aquí que lo acusen falsamente de cualquier cosa que lo pueda alienar del patrocinio de los empresarios, y por ende, de la competencia.
Pero el historiador serio, académico, no necesariamente está interesado en hacer o vender libros de “historia fácil”. De los muchos que conozco de este tipo, la verdad ninguno se interesa en los libros de imagen, en las iconografías ni en géneros similares. Los que yo conozco —y son muchos— se interesan en hacer avanzar las fronteras del conocimiento por medio de la investigación científica. Son lo más opuesto que conozco al concepto de empresario, ya que les interesa mucho más la ciencia que la ganancia.
Otra verdad asumida que bien puedo calificar de mito, es la “obligación” de que el cronista se encuentre afiliado a alguna asociación histórica de carácter extramunicipal o interestatal, e incluso nacional. Estas asociaciones ordinariamente constituyen organismos de control político, es decir, sindicatos que acatan consignas o cumplen agendas. La figura del cronista municipal no puede ni debe ser alineada ni amordazada por ningún medio, pues este servidor público se debe a los intereses del municipio que representa. Su voz debe ser libre para actuar sin límites ni reservas.
Y, aún como sucede en algunos casos afortunados, si el cronista recibe un significativo estipendio del municipio, no debe ser considerado este estipendio como un salario que lo ata “al patrón”, sino como la contribución del ayuntamiento para que el cronista tenga la libertad y la seguridad económica que requiere el libre desempeño de su oficio. Se trata de un mero apoyo pecuniario que garantice su independencia.
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