Hoy se cumplen 40 años de los abominables sucesos que ensangrentaron la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. El 2 de octubre de 1968 se llevó a cabo una terrible matanza de civiles, cuyo recuerdo horroriza a los afortunados que sobrevivieron a ella.
¿Cuáles fueron esos delitos tan terribles, que merecieron el asesinato a sangre fría de jóvenes estudiantes, maestros y ciudadanos que prestaban atención a las manifestaciones? ¿No hubiera sido lo más lógico detenerlos y fincarles responsabilidades, si las había, conforme a Derecho?
¿Por qué, si la nación demanda castigo (conforme a la vieja fórmula de toma de posesión de los presidentes mexicanos), el presunto responsable de todos estos delitos de lesa humanidad, sigue impune? No se ha demostrado su culpabilidad, pero él tampoco ha demostrado su inocencia. Esta culpabilidad es un secreto a cien millones de voces.
¿Cuáles fueron esos delitos tan terribles, que merecieron el asesinato a sangre fría de jóvenes estudiantes, maestros y ciudadanos que prestaban atención a las manifestaciones? ¿No hubiera sido lo más lógico detenerlos y fincarles responsabilidades, si las había, conforme a Derecho?
¿Por qué, si la nación demanda castigo (conforme a la vieja fórmula de toma de posesión de los presidentes mexicanos), el presunto responsable de todos estos delitos de lesa humanidad, sigue impune? No se ha demostrado su culpabilidad, pero él tampoco ha demostrado su inocencia. Esta culpabilidad es un secreto a cien millones de voces.
¿Cómo puede creer la ciudadanía que existe una campaña real contra la impunidad, cuando el presunto responsable de la masacre del 68 sigue libre, e “indispuesto” para cualquier acción procesal?
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