Como todos sabemos, Torreón es una ciudad que apenas el año próximo cumplirá su primer centenario de existencia como tal. Su municipio fue fundado el 24 de febrero de 1893, cuando la Congregación del Torreón fue elevada al estatus de villa. Y esta población ha estado habitada de manera ininterrumpida desde 1852, año más, año menos. En 2007 Torreón cumplirá 100 años como ciudad y 114 como municipio.
No deja de llamar la atención del historiador cultural que en 1932, las clases dirigentes de Torreón decidieron que la cronología de la población iniciaría en 1907 y no en 1893. Cosa extraña, pues ordinariamente es la creación del municipio la fecha que se festeja como inicio de cualquier población. La creación del municipio es el reconocimiento de la mayoría de edad de una población, y como a tal se le otorga la facultad de gobernarse a sí misma.
No obstante lo anterior y como mencionamos más arriba, las clases dirigentes, que en Torreón han sido siempre las económicas, no las políticas, decidieron celebrar las “bodas de plata” de Torreón, 1907-1932.
Este es uno de los muchos signos que los torreonenses hemos dado de que queremos una historia a nuestra medida, una que sea realmente nuestra y en la cual seamos protagonistas y no simples actores secundarios. Entre 1907 y 1932 hubo un sentimiento de ruptura, una sensación de vivir tiempos nuevos que resultó ser muy semejante a la que tuvieron los hombres del renacimiento cuando inventaron (acotaron) la Edad Media: se percibieron y asumieron diferentes. Al igual que el legendario Tlacaélel, ministro de los reyes mexica, los torreonenses decidimos romper con el pasado verdadero para crearnos una imagen mítica. Nuestra ciudad nació grande, adulta, poderosa, nunca fue rancho ni villa. Queremos vernos en el espejo como gente de grandes esfuerzos.
Desde luego, esta actitud chauvinista puede cambiar nuestra percepción y valoración de la historia del entorno. Los torreonenses —y algunos historiadores a la lejanía— piensan que La Laguna es un fenómeno económico, demográfico y cultural (por la construcción de la identidad) reciente.
Los testimonios documentales nos dan una visión de la realidad histórica muy diferente. Esta visión la he plasmado en el libro que lleva por título La Comarca Lagunera, constructo cultural. Economía y fe en la configuración de una mentalidad multicentenaria. En este texto podemos comprender que La Laguna tiene una historia que se remonta al siglo XVI, con la llegada de los colonos españoles, los misioneros jesuitas y los colonos tlaxcaltecas, indios de otras etnias y desde luego, negros. Es entonces cuando inicia la construcción de la civilización occidental con elementos regionales: una agricultura comercial muy propia que incluía la vid desde el siglo XVI, y al algodón desde el XVIII. La ganadería jugó asimismo un papel importante. Hay una dinámica intergeneracional cultural y económica que constituye el contexto para el surgimiento de Torreón. Sin ese contexto, Torreón no se explicaría. No es Torreón el que creó a La Laguna, es La Laguna la que permitió el surgimiento de Torreón.
Hoy solamente quiero referirme a una realidad que he mencionado en varios libros. Quiero hablar sobre la conciencia que tenían los habitantes de estas tierras de vivir en una región que ya estaba más que definida en los siglos XVII y XVIII: el llamado País de La Laguna. Desde luego, no se trataba de una mera ubicación espacial dentro de ciertas tierras o en la cercanía de ciertas aguas. La Laguna representaba toda una manera de percibir el mundo, una manera de relacionarse con los medios de producción, una manera de identificar a los semejantes y también de tomar distancia de la barbarie, de la alteridad de los indios “gentiles” belicosos.
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Un documento parrense de 1791 dice a la letra:
“El antiguo, hermoso y dilatado abundante País, conocido como emos dicho, por Laguna de Parras, o Bolsón de Mapimí, fue havitado hasta el siglo pasado por muchas naciones de yndios reducidos por quatro misioneros jesuitas, y en el año de 1645 se erigieron en él dos beneficios , curatos colatibos; el que existe actualm[en]te se llama Parras, y el otro, a treinta o quarenta leguas al norte en lo interior del Bolsón, conocido entonces por Curato de S[a]n Pedro o S[a]n José de las Habas, y tubo éste efectivam[en]te dos curas colados consecutivos, D. Juan Soltero Franco y Dn. Vicente Martínez Rico, a quienes siguieron varios ynterinos hasta el año de 1693 en que, agregándose a Parras el territorio, se recojieron a sus orillas y al cuidado de los jesuitas los yndios llamados Cabezas, que habitaban antes en S[a]n Sebastián del Pozo, yglesia y visita del curato de S[a]n Pedro y S[a]n José de las Havas”.
“Hemos dicho la escasez general de aguas de manantial, y de las de el Cielo en todo el Bolsón, pero todos los manantiales que havían de haberse dividido en su desmedida extención, parece que la Divina providencia, por sus altos juicios, los juntó en el corto recinto de dichos pueblos [Parras y San José y Santiago del Álamo, actualmente Viesca, Coah.] y sus inmediaciones, por lo que realm[en]te son tan abundantes que difícilm[en]te se hallarán semejantes en otra parte, y la falta de aguas del Cielo para fecundar los prados de pastos las suplió provid[encial]m[en]te el S[eñ]or con la entrada sin salida a el mar en el Bolsón, del caudaloso Río de Nazas y Río de Buenabal; éstos, difundiéndose por aquí, o por allí, sin curso ni paradero estable en tan desmedida extención, riegan y hacen producirse, ya en una, ya en otra parte, pastos abundantes y exelentes para ganados, cavalladas, muladas, &c. Dichas aguas estancadas, ya en esta parte, ya en la otra mui distante, son las que vulgarm[en]te se llama Laguna de Parras”
“[…] para el año de 1750 aparte de las haciendas de d[ic]ho S[eñ]or marqués, ya mantenían los vecinos en el Paíz de La laguna, Habas, Mairán, S[a]n Nicolás, Mesteño, Mimbre y Chipinque, muchos millares de ganado Bacuno, muchísimos de ganado de pelo y lana, muchísimas manadas de yeguas, para cría de caballadas y muladas, y a más de eso, recogían abundantes cosechas de trigo en las vegas que oportunam[en]te se enjutaban de las aguas de los ríos dichos arriba, aunque siempre con las armas en la mano contra el ímpetu de los bárbaros”.
Aunque solo contáramos con estos textos, nos quedaría muy claro que en 1791 “El país de La laguna” era considerado antiguo, dilatado, hermoso, abundante; que comprendía varios curatos y pueblos, así como algunos lugares que son mencionados con la misma nomenclatura en el Mapa de Nicolás de Lafora de 1771. El País de La Laguna comprendía la jurisdicción eclesiástica de Parras y San Pedro, algún territorio del Bolsón de Mapimí e incluía a lo que actualmente es Viesca, Coahuila, con la jurisdicción civil que esta población tenía en 1791. Pero más que nada, el alma del País de La Laguna eran los ríos “de las Nazas” y “Buenaval”, que no tenían cauce fijo y que en sus avenidas y en sus cambios fertilizaban un enorme territorio. El País de La Laguna tenía una “desmedida extensión”. Quien se reconocía como hijo del País de La Laguna, tenía que defenderse del ímpetu del indio bárbaro con las armas siempre dispuestas en la mano. Desde siglos atrás, Identidad-alteridad estaban muy bien delineadas.
No deja de llamar la atención del historiador cultural que en 1932, las clases dirigentes de Torreón decidieron que la cronología de la población iniciaría en 1907 y no en 1893. Cosa extraña, pues ordinariamente es la creación del municipio la fecha que se festeja como inicio de cualquier población. La creación del municipio es el reconocimiento de la mayoría de edad de una población, y como a tal se le otorga la facultad de gobernarse a sí misma.
No obstante lo anterior y como mencionamos más arriba, las clases dirigentes, que en Torreón han sido siempre las económicas, no las políticas, decidieron celebrar las “bodas de plata” de Torreón, 1907-1932.
Este es uno de los muchos signos que los torreonenses hemos dado de que queremos una historia a nuestra medida, una que sea realmente nuestra y en la cual seamos protagonistas y no simples actores secundarios. Entre 1907 y 1932 hubo un sentimiento de ruptura, una sensación de vivir tiempos nuevos que resultó ser muy semejante a la que tuvieron los hombres del renacimiento cuando inventaron (acotaron) la Edad Media: se percibieron y asumieron diferentes. Al igual que el legendario Tlacaélel, ministro de los reyes mexica, los torreonenses decidimos romper con el pasado verdadero para crearnos una imagen mítica. Nuestra ciudad nació grande, adulta, poderosa, nunca fue rancho ni villa. Queremos vernos en el espejo como gente de grandes esfuerzos.
Desde luego, esta actitud chauvinista puede cambiar nuestra percepción y valoración de la historia del entorno. Los torreonenses —y algunos historiadores a la lejanía— piensan que La Laguna es un fenómeno económico, demográfico y cultural (por la construcción de la identidad) reciente.
Los testimonios documentales nos dan una visión de la realidad histórica muy diferente. Esta visión la he plasmado en el libro que lleva por título La Comarca Lagunera, constructo cultural. Economía y fe en la configuración de una mentalidad multicentenaria. En este texto podemos comprender que La Laguna tiene una historia que se remonta al siglo XVI, con la llegada de los colonos españoles, los misioneros jesuitas y los colonos tlaxcaltecas, indios de otras etnias y desde luego, negros. Es entonces cuando inicia la construcción de la civilización occidental con elementos regionales: una agricultura comercial muy propia que incluía la vid desde el siglo XVI, y al algodón desde el XVIII. La ganadería jugó asimismo un papel importante. Hay una dinámica intergeneracional cultural y económica que constituye el contexto para el surgimiento de Torreón. Sin ese contexto, Torreón no se explicaría. No es Torreón el que creó a La Laguna, es La Laguna la que permitió el surgimiento de Torreón.
Hoy solamente quiero referirme a una realidad que he mencionado en varios libros. Quiero hablar sobre la conciencia que tenían los habitantes de estas tierras de vivir en una región que ya estaba más que definida en los siglos XVII y XVIII: el llamado País de La Laguna. Desde luego, no se trataba de una mera ubicación espacial dentro de ciertas tierras o en la cercanía de ciertas aguas. La Laguna representaba toda una manera de percibir el mundo, una manera de relacionarse con los medios de producción, una manera de identificar a los semejantes y también de tomar distancia de la barbarie, de la alteridad de los indios “gentiles” belicosos.
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Un documento parrense de 1791 dice a la letra:
“El antiguo, hermoso y dilatado abundante País, conocido como emos dicho, por Laguna de Parras, o Bolsón de Mapimí, fue havitado hasta el siglo pasado por muchas naciones de yndios reducidos por quatro misioneros jesuitas, y en el año de 1645 se erigieron en él dos beneficios , curatos colatibos; el que existe actualm[en]te se llama Parras, y el otro, a treinta o quarenta leguas al norte en lo interior del Bolsón, conocido entonces por Curato de S[a]n Pedro o S[a]n José de las Habas, y tubo éste efectivam[en]te dos curas colados consecutivos, D. Juan Soltero Franco y Dn. Vicente Martínez Rico, a quienes siguieron varios ynterinos hasta el año de 1693 en que, agregándose a Parras el territorio, se recojieron a sus orillas y al cuidado de los jesuitas los yndios llamados Cabezas, que habitaban antes en S[a]n Sebastián del Pozo, yglesia y visita del curato de S[a]n Pedro y S[a]n José de las Havas”.
“Hemos dicho la escasez general de aguas de manantial, y de las de el Cielo en todo el Bolsón, pero todos los manantiales que havían de haberse dividido en su desmedida extención, parece que la Divina providencia, por sus altos juicios, los juntó en el corto recinto de dichos pueblos [Parras y San José y Santiago del Álamo, actualmente Viesca, Coah.] y sus inmediaciones, por lo que realm[en]te son tan abundantes que difícilm[en]te se hallarán semejantes en otra parte, y la falta de aguas del Cielo para fecundar los prados de pastos las suplió provid[encial]m[en]te el S[eñ]or con la entrada sin salida a el mar en el Bolsón, del caudaloso Río de Nazas y Río de Buenabal; éstos, difundiéndose por aquí, o por allí, sin curso ni paradero estable en tan desmedida extención, riegan y hacen producirse, ya en una, ya en otra parte, pastos abundantes y exelentes para ganados, cavalladas, muladas, &c. Dichas aguas estancadas, ya en esta parte, ya en la otra mui distante, son las que vulgarm[en]te se llama Laguna de Parras”
“[…] para el año de 1750 aparte de las haciendas de d[ic]ho S[eñ]or marqués, ya mantenían los vecinos en el Paíz de La laguna, Habas, Mairán, S[a]n Nicolás, Mesteño, Mimbre y Chipinque, muchos millares de ganado Bacuno, muchísimos de ganado de pelo y lana, muchísimas manadas de yeguas, para cría de caballadas y muladas, y a más de eso, recogían abundantes cosechas de trigo en las vegas que oportunam[en]te se enjutaban de las aguas de los ríos dichos arriba, aunque siempre con las armas en la mano contra el ímpetu de los bárbaros”.
Aunque solo contáramos con estos textos, nos quedaría muy claro que en 1791 “El país de La laguna” era considerado antiguo, dilatado, hermoso, abundante; que comprendía varios curatos y pueblos, así como algunos lugares que son mencionados con la misma nomenclatura en el Mapa de Nicolás de Lafora de 1771. El País de La Laguna comprendía la jurisdicción eclesiástica de Parras y San Pedro, algún territorio del Bolsón de Mapimí e incluía a lo que actualmente es Viesca, Coahuila, con la jurisdicción civil que esta población tenía en 1791. Pero más que nada, el alma del País de La Laguna eran los ríos “de las Nazas” y “Buenaval”, que no tenían cauce fijo y que en sus avenidas y en sus cambios fertilizaban un enorme territorio. El País de La Laguna tenía una “desmedida extensión”. Quien se reconocía como hijo del País de La Laguna, tenía que defenderse del ímpetu del indio bárbaro con las armas siempre dispuestas en la mano. Desde siglos atrás, Identidad-alteridad estaban muy bien delineadas.
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