Con este término quiero designar un modelo de hacer crónica que se encuentra ya superado, fuera de tiempo. El tiempo de la mera anécdota ha caducado. El interés de las ciencias sociales se enfoca al fenómeno compartido, a la conducta de grupo. Un cronista debe tener muy claro que en cuanto tal, su función debe ser la de dejar para los lectores e historiadores del futuro una percepción de la realidad, o mejor aún, de las realidades de su comunidad, en sucesión temporal.
De muchas maneras y en gran medida, el cronista ideal debería ser un etnógrafo que escribe para el futuro. Nuestras hemerotecas y archivos estarán disponibles para los historiadores de los siglos venideros, de eso no hay duda. Pero nada igualará el testimonio de quien, inmerso en su propia cultura, la describa e interprete para los lectores de otros tiempos, espacios y culturas. El cronista debería saber discernir las conductas sociales que percibe, estar consciente de su pluralidad y a la vez, descubrir el significado y los valores que representan para los actores de las mismas. Hay un derecho a la alternidad que es legítimo y debe ser respetado.
La imagen tradicional del cronista era demasiado ingenua. Se esperaba que éste fuera una enciclopedia ambulante, que supiera dar cuenta de hechos y fechas citadinas con maravillosa infalibilidad. Era una especie de “oráculo”, el punto final de cualquier discusión. Pero esta figura estaría más cerca de los narrdores de historia oral de las sociedades primitivas, relativamente poco complejas. El mundo dejó de ser sencillo hace mucho tiempo. No existe una sola realidad, ni basta el argumento del “magister dixit”. Un solo hecho puede ser percibido, interpretado y valorado de diversas maneras, como nos lo pone de relieve el conflicto poselectoral que vive México en este momento.
La imagen tradicional del cronista era demasiado ingenua. Se esperaba que éste fuera una enciclopedia ambulante, que supiera dar cuenta de hechos y fechas citadinas con maravillosa infalibilidad. Era una especie de “oráculo”, el punto final de cualquier discusión. Pero esta figura estaría más cerca de los narrdores de historia oral de las sociedades primitivas, relativamente poco complejas. El mundo dejó de ser sencillo hace mucho tiempo. No existe una sola realidad, ni basta el argumento del “magister dixit”. Un solo hecho puede ser percibido, interpretado y valorado de diversas maneras, como nos lo pone de relieve el conflicto poselectoral que vive México en este momento.
Por otra parte, el cronista no puede ni debe ser obligado a “sindicalizarse”. Cada cronista debe tener una particular relación con el municipio que representa. Desde el punto de vista político, cada municipio es autónomo, y su historiador oficial debe serlo también. Los gremios de cronistas nunca deben de representar una fuerza moral coercitiva ni excluyente para la libertad de expresión de cada cronista individual. No deben existir bloques políticos ni agendas oficiales de cronistas. Esto iría contra la idoneidad de circunstancias y funciones que mencionaba más arriba. No pueden existir pretensiones de monopolio en el campo de la escritura de la Historia. La condición básica de un cronista respetable y veraz es la libertad.
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