Tras cuatro días de bloqueos y caos vial deliberadamente producidos por los campamentos perredistas en la ciudad de México, López Obrador sigue enviando señales negativas urbi et orbi (como dicen en Roma, “a la ciudad y al mundo”).
Para alguien que invoca constantemente el pensamiento de Benito Juárez, se ve bastante mal que parezca no comprender que “el respeto al derecho ajeno es la paz”. Mientras fungió como regente de la ciudad de México, López Obrador puso en vigor su célebre “bando número 13”, cuyo objetivo era el de evitar desquiciamientos viales por marchas y plantones como los que ahora propicia. Pero el derecho ciudadano al libre tránsito, garantizado en la constitución y en ese bando 13, parece no importarle en realidad.
¿No es esta una manera de desacreditarse por incongruencia? ¿no se da cuenta de que se le percibe como un sujeto voluntarioso que hace uso discrecional de las leyes, es decir, que toma solamente lo que le conviene de ellas? Mientras tanto, sus bonos políticos van a la baja. Mucha gente que votó por López Obrador se encuentra arrepentida al contemplar el actual escenario político nacional. Esto podría corroborarse con una encuesta. La causa de López Obrador es ahora menos legítima (tiene menos apoyo popular) que hace un mes, porque, a pesar de las marchas multitudinarias, existe bastante desencanto en torno a su capacidad como estratega político. Y esto es particularmente cierto en el Distrito Federal, donde la gente común y corriente, perredistas o panistas, están pagando la factura de las movilizaciones y bloqueos viales.
Podemos afirmar que López Obrador está deteriorando la viabilidad histórica y credibilidad política de la izquierda mexicana. Está gastando su pólvora política en infiernitos. A partir del próximo primero de diciembre, ningún presidente podrá gobernar ignorando los intereses de las personas que votaron por una mejor calidad de vida (porque eso es lo que López Obrador representaba para ellos), ni tampoco podrá gobernar a espaldas de la iniciativa privada que genera empleos y riqueza. El nuevo presidente debe ser —dentro de los marcos legales— un negociador hábil, alguien que sepa crear armonía donde existan conflictos de interés entre los diversos sectores de la población, un servidor de todos los mexicanos. Y en este sentido, las cartas credenciales que ha dejado ver López Obrador, la verdad, dejan mucho que desear.
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