Cualquier lata era instrumento
De entre las figuras populares de la vida cotidiana torreonense de los años cincuenta que este cronista recuerda, se encuentra el inefable Julio Cajitas. Muchas veces, a cambio de unas monedas, lo ví tocar, cantar y bailar por las calles y barrios de Torreón.
Sobre este anecdótico personaje han escrito César Gonzáles de la Cruz (febrero de 1954) y Pablo Machuca Macías (diciembre de 1991) y básicamente, proporcionan información similar.
Julio, al parecer nacido en Torreón en 1902, era un joven huérfano y pobre que, para sobrevivir, optó por asumir el oficio de trovador callejero. Por carecer de instrumentos musicales, tocaba con botecitos de lámina o cajitas de cartón llenos de piedras pequeñas o de monedas de cinco (chicas o “josefitas”), diez, veinte o veinticinco centavos (pesetas). Con estos objetos lograba crear un acompañamiento rítmico (como maracas). De ahí el apodo de “cajitas”.
Julio tenía problemas de comunicación, ya que tenía dientes demasiado prominentes, le salían de la boca hacia el labio inferior y le impedían una correcta dicción. Le resultaba muy difícil hacerse entender. Algunos creen que ese problema, sumado a su orfandad y a su pobreza, le causaban una profunda tristeza que lo llevaba a consolarse con alcohol al terminar su jornada musical.
Descalzo, mal vestido y triste, el estado de su alma cambiaba cuando se encontraba con su público favorito, los niños. Los pequeños también lo consideraban un personaje amigable y divertido. En esas ocasiones, su delicia era cantar y danzar por largas horas, como un místico o un derviche que ha encontrado la iluminación. El género musical era lo de menos, su repertorio era amplio. Al ponerse el sol se retiraba a sabrá Dios dónde.
Así, como trovador o payaso callejero, vivió largos años, hasta que un día simplemente desapareció. Nunca se le volvió a ver.
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