Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

martes, enero 15, 2013

Los helados de mi infancia


15 de abril de 1967

9 de mayo de 1990



A medida que adquiero edad, muchas impresiones de mi infancia en Torreón, mi ciudad natal, me vienen a la memoria. Algunos de ellos están relacionados con el Bosque Venustiano Carranza, del cual vivía no muy lejos. Recuerdo que los domingos, de mano de mis hermanos mayores, íbamos a comprar unos rehiletes de madera, los cuales volaban a manera de helicópteros si uno les daba el impulso haciendo fricción con las palmas de las manos. La persona que los confeccionaba, que a mí me parecía ser el guardabosque, tenía grandes botes de olorosa pintura con la cual les daba un baño de color a los juguetitos. Un color por aspa. A la hora de volar, el movimiento circular creaba la ilusión de monocromía.

Recuerdo que entonces, el mismo bosque se encontraba habitado por grandes venados (quizá por mi pequeñez me parecían como caballos) que deambulaban con toda libertad por el parque. De la mano de mi hermana mayor (alumna del Colegio La Paz, separado del bosque por una calle) los miraba desde una muy prudente distancia, siempre listo para emprender la carrera si el venado se acercaba demasiado. Luego, desaparecieron de mis recuerdos del parque. Posteriormente me enteré de que a los venados se los llevaron al rancho de un gobernador. Al parecer, a causa de las quejas de algunos transeúntes, que decían haber sido agredidos por los animales. La fauna del bosque cambió por tlacuaches o zarigüeyas, perros y gatos. En los árboles, urracas o chanates, palomas torcaces, búhos y tecolotes. Y los príncipes del canto, los cenzontles.

El cielo de los años cincuenta es algo que tengo muy grabado en mis recuerdos. Era un cielo de un azul profundo, transparente, luminoso. Quizá sea por ese cielo que mi color favorito sea precisamente el azul. En la actualidad, lo usual es que nuestro cielo, el cielo de Torreón, sea terroso, humoso, blanquecino por la infinidad de partículas de tierra y de residuos de combustibles quemados que flotan en el ambiente, a causa de la circulación de miles de vehículos. Por otro lado, recuerdo que las lluvias eran más frecuentes, tanto en invierno como en verano. Probablemente mantenían más limpio el aire, y más apretada la tierra.

El helado es un manjar exquisito en una ciudad como Torreón, donde la temperatura de verano fácilmente pasa de los cuarenta grados Celsius. Si se trataba de helados comerciales, había unanimidad entre los adultos, y sobre todo entre los padres de familia, que la marca “Willy” era muy higiénica y segura. A los niños nos daban siempre permiso de tomar helado de esta fábrica. Era muy común que los “paleteros” recorrieran las calles de la ciudad con sus carritos blanco y rojo de tres ruedas, haciendo sonar sus campanillas.

Bastaba escuchar esas campanitas a lo lejos, para que en cualquier hogar con niños, se produjera un verdadero motín. Mientras uno de los niños o adultos le gritaba al paletero que en ese hogar se le compraría mercancía, se realizaba el reparto de monedas para los niños y los encargos de los mayores. Paletas de agua y de crema, de variados sabores, limón, fresa y tamarindo y vainilla las más sabrosas, de a veinte centavos cada una. Los vasitos de nieve de agua de la misma marca, ordinariamente de exquisito limón, costaban cincuenta centavos. La nieve de limón, de color verde pistacho, venía en un vaso encerado, cubierto con un cuadrito de papel, acompañado de una cucharita plana de madera. Había también vasitos de nieve de crema, igualmente deliciosa. Los famosos “esquimales” eran paletas de nieve de crema, recubiertas de una capa de chocolate. Venían metidos en su bolsita de papel impermeable, y eran muy solicitados. Había algunas fuentes de sodas, algunas en kioscos, donde se podía pedir un cuadro de nieve Willy. Este se servía cubierto con un toque de jalea o mermelada. En estos lugares, ordinariamente se pedía también un vaso de gaseosa, “agua celis” de diversos sabores.

Otra empresa que fabricaba nieve en Torreón, era la “Nevería Estrella” en avenida Escobedo y calle Degollado. Era esta una nieve de agua y de crema, de diversos sabores, batida y esponjosa. Tenía fama de ser “la más cara, pero la más buena de Torreón” según su slogan. Y no estaba lejos de la verdad. Esta nieve era la de las “ocasiones especiales” como las piñatas, los cumpleaños, los días de festejar a la madre. En el mismo lugar, la Nieve Estrella contaba con un restaurante que hizo mis delicias por mucho tiempo. Se servía ahí una hamburguesa de res acompañada de una bola de ensalada tipo rusa, que era riquísima. Bueno, al menos a mí y a muchos otros nos lo parecía. Desde luego, había malteadas, Ice Cream, banana split y nieve en todas sus presentaciones.  

Entre los neveros ambulantes, se encontraban aquéllos que confeccionaban su producto de manera artesanal, con garrafa. La nieve de “don Goyo” era muy famosa. Solía estacionar su triciclo en la avenida Allende y calle García Carrillo, justo en la salida del colegio conocido como coloquialmente como “el Hispano”.

Este cronista era adicto a un helado de garrafa, sabor vainilla, que se vendía en la esquina noroeste del ya desaparecido Mercado Villa, en calle Ramón Corona y avenida Allende, ahora Plaza Mayor. Un “señor ya grande” (es tan relativa la percepción de la edad cuando uno es muy joven) estacionaba ahí su vehículo, una suerte de carreta de madera, pequeña y de dos ruedas que solía empujar él mismo. Sobre ella iba una garrafa grande, de lámina galvanizada, llena de nieve, la cual servía en conos fabricados con cacahuate (maní) con un toque de jalea de fresa o frambuesa. El Colegio Mijares quedaba apenas a dos cuadras de este lugar.

Otro tipo de helado, que en Torreón era “el helado” por antonomasia y cuya venta se realizaba de manera ambulante, era el que se fabricaba en pequeños conos truncos de aluminio. Siempre era de vainilla. Los había en dos presentaciones, la más cara, con pasas integradas al helado.

Pero el rey de los helados en la Comarca Lagunera, por más de un siglo, lo ha sido “Chepo”, cuyo establecimiento original se encontraba ubicado en la conurbada ciudad de Lerdo, Durango. Durante muchísimo tiempo, se vendió solamente allá. Así que había que ir a comprarla y a consumirla al Estado de Durango.

Un paseo bastante habitual para los domingos en los años cincuentas, era ir de Torreón a la plaza principal de Lerdo, donde se encontraba el expendio de la nevería. Alrededor del establecimiento había mesitas y sillas para la clientela, que solía ser excesiva. En aquellos años, era rarísimo hacer cola (fila) para comprar alguna cosa, excepto por los boletos de los estrenos de los cines en domingo. Y para comprar esta nieve, había que hacer colas. 

El paseo continuaba hacia Raimundo, donde uno podía refrescarse con el viento que se filtraba entre los árboles de las riveras del Nazas, árboles de cuyas ramas pendían primitivos columpios para diversión de los visitantes. El olor de los elotes “tatemados” y hervidos llenaba el ambiente. Era muy frecuente encontrarse ahí con vecinos y conocidos, pues nuestra ciudad aún era pequeña.