Según estadísticas
recientes, Coahuila es el estado de la federación que ocupa el primer lugar en
casos de enfermedades asociadas positivamente a la obesidad. Es decir, que
nuestro estado ocupa el primer lugar en problemas médicos de
"gorditos" y "gorditas" de la República Mexicana. La verdad
es que la obesidad se ha vuelto un verdadero problema en muchas de las regiones
del planeta que cuentan con un poder adquisitivo relativamente mayor. Un caso
claro es el de los Estados Unidos, donde el constante y significativo
incremento del número de casos de obesidad tiene alarmados a los médicos.
¿Por qué hay un
incremento considerable en el número de obesos? Sin duda alguna, los cambios en
la relación entre la ingesta y consumo calóricos del género humano han
generado, al menos en parte, estos resultados tan inconvenientes.
Los cambios han
sido cuantitativos: la gente puede comer más. Esto es verdad, ya que los seres
humanos de otras épocas comían sin llegar a la plena satisfacción. Faltaba
comida y sobraba trabajo. En un mundo básicamente rural y agropecuario, los
campesinos trabajaban siete días a la semana. Su eficiencia de producción de
alimentos para el autoconsumo o la comercialización no era la nuestra, porque
no contaban con variedades mejoradas como lo hacemos nosotros, ni con otros
elementos de capital, fertilización, mercadotecnia, etc. Comían menos y
trabajaban más.
Los cambios
también han sido cualitativos: las zonas urbanas son más numerosas y mucho más
grandes que antaño. El tipo de trabajo físico que demanda la vida en la ciudad
no es comparable al que se realiza en el agro. La vida laboral del asalariado
citadino se ha reglamentado, se ha domesticado con la semana de número
reglamentario de horas de trabajo y con otras prestaciones que la han vuelto
relativamente cómoda y bien remunerada. Hay tiempo para el ocio y dinero para
disfrutarlo. En este contexto, comer es una “diversión” moderna.
Otro elemento de
cambio cualitativo consiste en que hoy en día consumimos cosas diferentes a las
que comían nuestros abuelos. Pensemos en la cantidad de carne roja que se
ingiere en las comidas cotidianas, y cómo este alimento -la mayor parte del
tiempo- estuvo ausente de la mesa de nuestros antepasados. Con esta dieta de
carnes se han hecho presentes muchas enfermedades degenerativas. Los refrescos
gaseosos dulces o "light" y la comida "chatarra" embolsada
o "fast" constituyen modalidades de alimentación urbana y suburbana
relativamente recientes. No nos extrañe que el alcalde de Nueva York busque
reglamentar su consumo en aquella metrópoli. Y por si lo ya mencionado fuera
poco, nuestras materias primas y productos terminados destinados a la cocina,
están llenos de químicos conservadores, hormonas para el crecimiento animal,
etc.
Por último,
podemos advertir que con los factores mencionados concurre un cambio de
mentalidad (ideas socialmente compartidas) en torno al significado y al valor
que se le atribuye al acto de comer y al impacto que este hecho tiene en la
estética personal vigente. La gente delgada ha estado de moda desde los años
sesenta, cuando surgió aquel inolvidable fenómeno mediático llamado
"Twiggy". Desde entonces, la humanidad occidental aceptó y adoptó la
delgadez como propuesta estética. Desde entonces, quienes no encajan naturalmente
en el paradigma de la esbeltez, se han torturado a base de dietas. Han padecido
hambre y han comido lo que sea con tal de no ingerir "comida
verdadera", todo por no engordar. La gente ha trastocado sus viejos
hábitos alimenticios y ha sometido a gran estrés su aparato digestivo y demás
órganos. No es casualidad que en esta misma época se hayan incrementado como
nunca los casos de bulimia y anorexia. En pocas palabras: de manera paradójica,
la obesidad y sus secuelas irrumpen en nuestra vida cotidiana mientras más se
le trata de evitar por medio de artificios diferentes al sano equilibrio de
consumo y gasto de energía. La enfermedad parece ser el precio de la
abundancia.