Una de las críticas que se han hecho a la manera de historiar del político y cronista de Torreón de los años treinta, Eduardo Guerra, se origina en la falta de aparato crítico en sus obras. Efectivamente, en las ciencias de la naturaleza es vital que el experimento pueda ser repetido por otros científicos con el objeto de reproducir los efectos reportados por quien primero los observó. De esta manera se valida la metodología, los resultados y la interpretación. De manera análoga, en el caso de las ciencias sociales es fundamental que los lectores de una obra académica tengan acceso a las fuentes primarias usadas en la obra con el objeto de que puedan ser verificadas y si se requiere, criticadas y reinterpretadas. Es decir, en gran medida el trabajo de escritura del científico social consiste en dar cuenta razonada y crítica de las fuentes que nutrieron su trabajo.
El problema metodológico de los textos de Eduardo Guerra consiste en que presenta transcripciones y narraciones sin aportar el menor dato en torno a su procedencia y ubicación física. No hay un aparato crítico que sustente sus afirmaciones o transcripciones documentales. De esta manera, la información proporcionada por Guerra solamente tendrá el valor que podría tener una historia oral puesta por escrito. Solo en la medida en que los científicos sociales de nuestro tiempo puedan sustentar, corregir, acotar, reinterpretar o desechar las afirmaciones de Guerra, éstas cobrarán valor científico. Porque en su momento, Guerra no hubiera llenado las expectativas de los científicos positivistas. Sería imposible comparar la competencia metodológica de Guerra con la de su coetáneo Alessio Robles.
Un ejemplo concreto de lo anteriormente dicho lo tenemos en las noticias que nos proporciona Guerra sobre la familia Peralta. En la tercera edición de su “Historia de La Laguna” (febrero de 1996) solventada por el Ayuntamiento de Torreón, dice en las pp. 312-313,
“El 4 de septiembre de 1868, una fuerte avenida en que las aguas del Nazas salieron de cauce, derribó el Torreón, y la cuadra con todo y casa, pero la presa y el Canal ya perfectamente construidos no se afectaron en esa ocasión, mostrando su solidez, continuándose sin interrupción los riegos de las grandes labores abiertas en San Antonio de los Milagros, como entonces se llamaba la Hacienda del Coyote”.
“Juntamente con el Torreón la corriente del río arrastró, unos jacales contiguos que habían venido construyendo allí los Peralta, gentes humildes que llevaban una vida muy modesta y se habían avecindado junto al Torreón. Los Peralta eran cuatro hermanos que se llamaban Guadalupe, Melquíades, Serafín y Natividad, además un primo también de nombre Guadalupe y del mismo apellido, todos, con sus familias, originarios de Cuencamé […] Después de la creciente, el Administrador de la presa se estableció de manera provisional en un sitio que ahora queda a espaldas del Parque Deportivo Nacional, terreno que está entre los canales de la Joya y la Perla, donde existía una noria y una atarjea de piedra que todavía pueden verse. Allí estuvieron también los Peralta y sus familias, estableciéndose además otra familia de jarcieros de apellido Romero. El total era de 98 familias.”
Hasta aquí, lo descrito por Guerra sobre la familia de los Peralta había quedado como una simple afirmación sin sustento documental alguno. En el mejor de los casos, sería tradición oral a la que Guerra puso por escrito.
No obstante, el investigador actual puede sumergirse en los archivos con el objeto de buscar rastros de verdad en estas afirmaciones. Y precisamente esto fue lo que este Cronista decidió llevar a cabo con el fragmento del texto de Guerra arriba citado.
Buscando en los archivos de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (Mormones) encontramos que efectivamente existieron tres hermanos cuyos nombres completos eran los siguientes: Guadalupe Peralta Martínez, José Melquíades Peralta Martínez, y José de la Natividad Peralta Martínez. Guadalupe, nacido en la Hacienda de La Loma, fue bautizado el 21 de diciembre de 1832; José Melquíades nació asimismo en la Hacienda de La Loma y fue bautizado el 21 de diciembre de 1839 al igual que José de la Natividad, quien nació también en la Hacienda de La Loma, y fue bautizado el 17 de septiembre de 1837. Los tres hermanos eran hijos de Eulogio Peralta y de María Manuela Martínez, vecinos de la jurisdicción de Mapimí. Puesto que los nombres de los hermanos eran bastante peculiares, no nos queda duda alguna de que estos tres hermanos son los mismos que menciona Guerra como habitantes junto al Torreón en 1868, cuando estos varones andaban en sus treinta años de edad. De Serafín Peralta no pudimos encontrar registro alguno. Aunque Guerra dice que los hermanos Peralta eran de Cuencamé, hemos demostrado que en realidad procedían de la jurisdicción de Mapimí, de la Hacienda de La Loma, como muchos otros primeros pobladores de Torreón.
Pero los registros parroquiales no son los únicos que nos dan cuenta de la familia Peralta. El censo levantado a la Congregación del Torreón en 1892 da cuenta de los miembros de una segunda y tercera generaciones de la familia. Así con el folio 409 encontramos un Melquíades Peralta, que declara tener 40 años de edad, casado, labrador de profesión. Con el folio 423 encontramos a Natividad Peralta, de 42 años de edad, casado, labrador de profesión. El mismo padrón menciona a otros Peralta (de menor edad) que llevan los mismos nombres de familia.
Es cuando hemos sustentado documentalmente la información que aporta Guerra que ésta se vuelve significativa y de valor para nuestra historia regional. Los Peralta, sin duda alguna, constituyen una de las familias más antiguas de nuestra ciudad. Sus ancestros llegaron cuando se luchaba a brazo partido contra los indios bravos, contra las inclemencias del clima y la fuerza incontrolable del Nazas.
Una consideración en relación al abolengo de los Peralta, término de origen latino que no consiste en la magnitud de las cuentas bancarias de una familia, sino la posibilidad de remontar hasta los abuelos, la memoria familiar o una condición personal (ordinariamente la honorabilidad o la notoriedad). Así, de Hernán Cortés se decía que tenía cuatro abolengos por decir cuatro líneas genealógicas o apellidos: Cortés, Pizarro, Monroy y Altamirano. Por extensión, el vocablo se refería a la herencia familiar que venía desde los abuelos, y esta herencia estaba constituida por el honor, la virtud, el saber, las buenas costumbres, la piedad, y solo en última instancia, por los bienes materiales. Esa es la esencia del término Hijo de algo, Hijo de alguien, hijodalgo o hidalgo, que se refiere a la condición de nobleza y limpieza heredada de los abuelos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario