Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

sábado, octubre 27, 2007

Cuesta abajo es la rodada


Durante la semana que recién acaba, tuve que ir a unas céntricas oficinas a eso de las 19.30 horas (7.30 pm). Recorrí la avenida Hidalgo hasta la calle Acuña, es decir, hasta la cara poniente del Mercado Juárez. Me sorprendió mucho ver lo deprimido que se encuentra el comercio. Esta zona, que a esas horas suele ser intransitable por la multitud de coches y personas que la recorren, se veía extrañamente solitaria. Algunos coches se desplazaban por la avenida, y casi ninguno por la calle. La luz del día se apagaba con cierta tristeza fría y cansada.

No recuerdo haber visto así a Torreón desde los años cincuentas, cuando la fuerte sequía y la depresión económica consiguiente hizo que muchos de nuestros conciudadanos emigraran a ciudades más prometedoras, como Mexicali, El Mante, Delicias o Tapachula.

Poca gente está plenamente consciente del tremendo proceso de deterioro económico que vamos padeciendo desde 1976, cuando el entonces presidente Echeverría, con un acto que no tuvo el valor de llamar como lo que era, puso a “flotar” el peso, es decir, lo dejó al garete para que alcanzara su paridad real frente al dólar. Se trataba de hecho de una devaluación, fruto de los errores y dispendios en la estrategia económica. Pero a la gente común se le hizo creer (la TV fue cómplice) que la “flotación” era una medida económica que traería grandes y favorables cambios. Cuando, durante su último informe de gobierno, Echeverría hizo esta declaración, el congreso (básicamente priísta) le aplaudió a rabiar.

Yo terminaba entonces mi carrera como comunicólogo en Guadalajara. Volvía yo de la universidad cuando la señora Ainsle, mi casera, me salió al encuentro con una gran sonrisa para decirme que el presidente acababa de anunciar la flotación del peso. Y desde luego, la sonrisa se debía al entusiasmo que sentía por lo “bien” que nos iba a ir a todos los mexicanos con esa medida. Sentí pena al sacar a la señora de su erróneo entusiasmo.

Desde que nací en 1950 hasta 1976, es decir, durante 26 años, no había conocido yo una variación en la paridad peso-dólar. La economía y el poder adquisitivo habían sido tan estables, que una secretaria podía, sin problemas, comprarse un sedán Volkswagen con su sueldo o bien, un maestro podía adquirir su casa, un coche y sostener a su familia con desahogo.

Con la aparición de los llamados “nuevos pesos” que surgieron de la truculenta desaparición de los famosos tres ceros de los “pesos viejos” en 1993, se trató de borrar de la consciencia y memoria colectiva el desastre económico de los gobiernos priístas de Echeverría, López Portillo y De la Madrid. En 1976, antes del desastre, una pieza de pan costaba 20 centavos. En la actualidad, la misma pieza cuesta 3 pesos (de los nuevos) en promedio. Esto significa que en realidad, el pan que actualmente consumimos cuesta 3 mil pesos de “aquéllos”. Note el lector si hay diferencia en el precio entre una pieza de pan que costaba la quinta parte de un peso, y la misma que ahora cuesta 3 mil pesos. Y hubiera sido deseable que solamente el pan se viera afectado por los nuevos precios. En realidad todos los bienes y servicios subieron de precio, salvo los salarios.

La clase política tiene que admitir, sea del partido que sea, que el desastre económico que seguimos padeciendo es el fruto de muchos años de mala administración, de muchos años de préstamos del extranjero, de corrupción y descarado pillaje. No seamos como la señorita aquélla que, tras comer como verdadera troglodita, decía sentir malestar porque le había caido mal el postre. No pretendamos que son los acontecimientos políticos recientes, con exclusión de los pasados, los que nos están causando una crisis económica como la que actualmente padecemos. La factura viene de muy atrás.

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