Desde sus orígenes, el ser humano contaba con una inteligencia y capacidad creativa únicas, mismas que le permitieron inventar cosas que no existían, a partir de las necesidades de su naturaleza gregaria o del ambiente hostil que le rodeaba. La historia de las innovaciones es, por mucho, la historia del ser humano.
Pensemos en lo que significó para los grupos humanos primigenios, la posibilidad de crear, a base de rudimentarios consensos y del paso del tiempo, un primer lenguaje. El ser humano se estaba inventando y fabricando un mundo en el cual, la comunicación verbal era posible. El impacto de una innovación como esta en la configuración de las comunidades, fue inmensa. Por vez primera, el ser humano contaba con elementos que le permitirían comunicarse ampliamente, crear una cultura común y preservar la experiencia de muchas personas a través del tiempo y del espacio. Los grupos sociales se fortalecieron con la interacción verbal y directa de sus miembros. El ser humano aprendió a manejar símbolos, a vivir en un ambiente intelectual de abstracciones, antes desconocido.
Otro invento no menos relevante fue el de la tecnología para la obtención artificial del fuego, para lo cual tuvo que inventar técnicas adecuadas, a base de percusión con pedernales, o bien, por fricción, con palos de madera. Su seguridad y calidad de vida aumentó, porque podían iluminarse y calentarse por las noches, porque las fieras no se acercaban al fuego, o porque pudo comer, por vez primera, alimentos cocidos.
Otro caso de innovación consistió en el desarrollo de la agricultura y de la ganadería. Antes de ese momento, que muchos ubican en el período neolítico, los grupos humanos vivían de lo que le podían quitar a la naturaleza. La caza, la pesca y la recolección de frutas o vegetales, eran actividades que reducían y consumían los bienes naturales de una región. En cambio, con la agricultura y la ganadería, el hombre desarrolló las tecnologías que le permitieron multiplicar de manera controlada, los alimentos, sin tener que vagar perpetuamente sin rumbo. La sedentarización y el surgimiento de las primeras ciudades fue la consecuencia lógica, pues la cantidad de alimento disponible permitió el sustento de una población mucho más numerosa que las simples bandas o tribus.
Por lo general, el invento surge de la necesidad, o de la necesidad de contar con un nuevo invento que reemplaze al existente, con ventaja. La revolución industrial inglesa del siglo XVIII fue la respuesta a una necesidad muy específica: la de surtir de textiles un mercado tan grande como el Imperio Británico, que incluia a la India, Australia, las 13 colonias americanas, Canadá y los clientes europeos, entre ellos los propios británicos.
Se requerían nuevos mecanismos de fabricación que multiplicaran la capacidad productiva de las fábricas británicas. Por supuesto, contaban con el dominio de los mares, contaban con la flota más grande y poderosa del mundo. Así, explicamos con toda claridad el por qué de la revolución industrial británica… la necesidad de satisfacer un creciente mercado mundial, precipitó la creación de nuevas tecnologías de producción, como fueron los telares múltiples movidos con la fuerza de arroyos y ríos.
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