La cocina tradicional mexicana, en su conjunto, ha sido declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Esto ocurrió en Nairobi, Kenya, donde se reunió este año el Comité del Patrimonio Inmaterial para sesionar del 15 al 19 de noviembre.
Michoacán fue presentado solamente como un ejemplo regional de lo que sucede en todo México. Se demuestra la existencia de una cultura (compartida socialmente) o de una actitud a la vez tradicional (indígena) y creativa (mestiza), una actitud que fusionó los elementos alimentarios tradicionales con un espíritu innovador durante la era colonial. Y desde luego, con una enorme diversidad, dependiendo de la región mexicana de que se trate. A la vez, se ha considerado la cocina mexicana como un modelo cultural completo, “que comprende actividades agrarias, prácticas rituales, conocimientos prácticos antiguos, técnicas culinarias y costumbres y modos de comportamiento comunitarios ancestrales”.
En su libro “La Cocina Mexicana” Fernando del Paso menciona que el tradicional mole mexicano posee 13 ingredientes que no son de origen americano ni europeo, lo cual demuestra esa enorme apertura alimentaria, a la vez que una enorme habilidad para combinar dichos ingredientes. Del Paso equipara la cocina mexicana con la china y la francesa, como las tres primeras del mundo.
La “Pirekua” (Michoacán) y la fiesta de “los Parachicos” (Chiapa del Pozo) concursaron en renglón aparte, y también ganaron la denominación.
En lo personal, a este Cronista siempre le ha parecido que la mujer mexicana posee una maravillosa habilidad para combinar y recombinar ingredientes, explorando senderos desconocidos que siempre conducen a un final feliz: la creación o recreación de un delicioso platillo. Evidentemente, se trata de una capacidad aprendida y ejercida por las madres de otras épocas, y a la vez heredada a través de los años y los siglos.
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