Escudo de Torreón

Escudo de Torreón

viernes, septiembre 26, 2014

Las fiestas patrias




Mañana sábado 27 de septiembre de 2014 se cumplirán 193 años de la entrada triunfal de Agustín de Iturbide y sus fuerzas libertadoras a la Ciudad de México. En aquel día, México surgió ante la comunidad de naciones como país independiente. Serán 193 años de que se llevó a cabo el solemne desfile del ejército de las Tres Garantías y de los viejos soldados insurgentes que habían sobrevivido. 

La magna empresa quedó consumada gracias al apoyo de las cúpulas de poder, la aristocracia, el alto clero y los mandos del ejército, y gracias al talento de Iturbide como diplomático y su enorme prestigio como militar de alto rango.

El acta de independencia con la que se erigió México ante el mundo como país libre y soberano se escribió y firmó en la ciudad de México al siguiente día, el 28 de septiembre de 1821.

De esta acta se envió una copia al Partido de Parras, cuya jurisdicción comprendía por entonces prácticamente toda la Comarca Lagunera de Coahuila. El 6 de octubre de 1821, la Soberana Junta Provisional Gubernativa dio algunas instrucciones para la jura de la independencia, particularmente para aquellos lugares alejados a la ciudad de México.

Durante la mayor parte del siglo XIX, la Comarca Lagunera y las poblaciones de su jurisdicción celebraron los días 15, 16 y 27 de septiembre como días patrios. El 15 y 16 en honor a los iniciadores del movimiento insurgente de 1810, y el 27 por ser el aniversario de la consumación de la independencia nacional.

Nunca hubo dudas del extraordinario papel que Agustín de Iturbide había desempeñado en la consumación de la independencia. El Himno Nacional Mexicano —en su versión larga u original— le dedicaba una mención muy honorífica. A finales del siglo XIX, el gobierno federal le dedicó una medalla o proclama de plata en el primer centenario de su nacimiento.

La naciente villa del Torreón surgió como tal por decreto del 24 de febrero de 1893, en honor al Plan de Iguala. Ya como ciudad, la población le dedicó al libertador Iturbide, con motivo de las fiestas del centenario, una de sus principales avenidas. Todavía en 1948 esta avenida llevaba su nombre, pero en ese año, el general parrense Manuel H. Reyes Iduñate, militar admirador del Varón de Cuatro Ciénegas solicitó al cabildo de la ciudad el cambio de nombre por el de avenida Venustiano Carranza. El cabildo aceptó y se verificó el cambio.

Como cronista e historiador interesado en la verdad de los hechos y no en el triunfo de las ideologías políticas, me parece que ya es tiempo de que México respete y venere la memoria de todos aquellos héroes que lucharon por el bien de la nación, independientemente de cuál haya sido su ideología política. Ni fueron héroes solamente los liberales, ni tampoco lo fueron únicamente los conservadores. Y existieron otros muchos héroes que no pertenecieron a estos bandos políticos o ideológicos, gente de quien ni siquiera se recuerda su nombre.

A 107 años de la elevación de Torreón a la categoría de ciudad, nuestra población tiene una deuda histórica con Iturbide, extraordinario militar y consumador de nuestra independencia nacional. No existe en la actualidad una sola calle o monumento que recuerde su gesta gloriosa, ni tampoco el acta de independencia, documento fundamental y principio de nuestra nación. Papelito habla. 

viernes, septiembre 19, 2014

La nación somos todos





La celebración de las fiestas patrias, aunque siempre es entusiasta, me deja con muy mal sabor de boca. El motivo principal de la celebración es la “independencia” de México. Pero al hacer una revisión mental de la historia financiera del país, lo que me viene a la mente es que sin independencia económica, no existe independencia política. La intervención francesa fue en su tiempo, un claro ejemplo de esta situación. La deuda externa de un país puede ser el grillete que lo ate en esclavitud a su amo, sea éste un gobierno extranjero o una institución de crédito de talla internacional. No es posible que un país como México, con una deuda externa verdaderamente estratosférica, celebre su “independencia” como nación “soberana”. 

Las reformas energéticas aprobadas este año por el congreso, muestran claramente cómo un país “comparte” sus recursos con otro, por causa de insolvencia. Pemex debería ser la industria insignia mexicana, ejemplo y orgullo de empresa nacionalista. Debería ser una industria generadora de recursos para toda la ciudadanía. Pero pareciera que de verdad esos recursos los hubiera “escriturado el diablo” (como decía López Velarde) para meter “cizaña” entre los mexicanos.

Si funcionara sin corruptelas ni impunidades, Petróleos Mexicanos podría generar los fondos para las pensiones de los jubilados y elevar el ingreso de las familias, y aún le sobrarían excedentes para crecer como empresa.  

Pero me encuentro con realidades diferentes. El neoliberalismo extremo ha infectado nuestras instituciones. En la práctica, no solo Pemex, sino la nación entera funcionan bajo un esquema patrimonialista empresarial que para nada contempla a la ciudadanía como una comunidad beneficiaria de la riqueza del país. Es decir, pareciera que los gobiernos nacionales aceptan cada vez más la idea de que sólo hay gobernantes y gobernados; que los gobernantes son los “accionistas” de una empresa llamada “México” y los gobernados, simples “trabajadores” a sueldo, legalmente ajenos al capital y a los beneficios (excedentes) de la empresa.  

Esta concepción se opone a la idea de una comunidad de ciudadanos que tienen derecho a las riquezas de su país, por el simple hecho de ser ciudadanos. Pienso en naciones petroleras como Kuwait, donde el 90% del empleo lo proporciona el gobierno, y, entre otras cosas, la educación básica, media y superior y la salud en hospitales de primerísima clase son derechos gratuitos de los ciudadanos precisamente como beneficiarios de la riqueza petrolera. Y vaya que México goza de más riquezas que la del petróleo. Su riqueza minera ha sido legendaria desde la era colonial.

En el fondo, esta visión utópica de una nación en la cual la ciudadanía percibe los beneficios de la riqueza de su país topa con dos grandes dificultades. La primera, la firme creencia en la desigualdad social de los mexicanos, noción que uno pensaría que se había quedado en la era colonial. Esta idea ha sido reforzada por el “darwinismo social” de los neoliberales. La segunda gran dificultad es que en México realmente vivimos una cultura de la corrupción. Sin embargo, reconocer el problema no exime a nadie de combatirlo. Al contrario, para quien está en situación de poder, reconocer el problema debería equivaler a declararle la guerra.

viernes, septiembre 12, 2014

La familia Iturbide-Huarte

Iturbide como autor y signatario del acta de independencia mexicana



El matrimonio formado por don Agustín de Iturbide y Arámburu y doña Ana María Huarte Muñiz, tuvo una vasta progenie que se distinguió en el servicio de la Patria Méxicana, lo mismo en el campo de las armas que en el de la política o la diplomacia. Por tratarse de información poco conocida, a causa de las festividades de la independencia nacional, considero relevante publicar estos apuntes, que están muy lejos de mostrar la vasta realidad de esta interesante familia. Las fuentes utilizadas consisten en diversos documentos, y como Cronista, conservo copia de los mismos para certificar su procedencia.

El primogénito de la pareja Iturbide-Huarte, Agustín Gerónimo José de Iturbide y Huarte fue bautizado el 30 de septiembre de 1807 en el Sagrario Metropolitano de la ciudad de México.

Cuando su padre fue proclamado Agustín I, Emperador Constitucional de México, el joven de 16 años se convirtió en Príncipe Imperial de México. Tras la caída de la monarquía, vivió en Estados Unidos y se dedicó a la diplomacia. Don Agustín Gerónimo murió en diciembre de 1866, apenas a dos semanas de haber regresado de un viaje por Europa. El deceso ocurrió en el Clarendon Hotel de Nueva York, y la causa fue una complicación renal del llamado “Mal de Bright”. No tuvo descendencia.

Ángel de Iturbide y Huarte, el segundo hijo varón de Agustín de Iturbide y Ana María Huarte, fue bautizado con los nombres de “Ángel María José Ygnacio Francisco Xavier” en 1816, en Querétaro. Recibió una esmerada educación en la Universidad de Georgetown, en Washington. En 1854 fue nombrado Secretario de la Legación Mexicana en los Estados Unidos. Se casó con la señorita Alice Green, bella jovencita originaria del Distrito de Columbia, hija de un capitán del ejército estadounidense del mismo apellido. Alice tenía fama de ser una de las grandes bellezas de los salones de sociedad estadounidense durante la Guerra Civil. De este matrimonio nació Agustín de Iturbide y Green, nieto por línea de varón del primer emperador mexicano. Don Ángel de Iturbide murió el 18 de julio de 1872.

Salvador María de Iturbide y Huarte fue el tercer hijo varón de la pareja imperial, y fue bautizado el 17 de julio de 1820 en la ciudad de México.

Felipe de Iturbide Huarte fue el cuarto hijo varón del Emperador Agustín I. De él no tengo información disponible.

Agustín Cosme de Iturbide y Huarte, el quinto y menor de los hijos varones de la pareja imperial, ingresó al ejército mexicano, donde ostentó el grado de Teniente Coronel. Durante la guerra de los Estados Unidos contra México, Agustín estuvo presente en las batallas de Monterrey, Buenavista, Cerro Gordo, y las que se libraron en los alrededores de la ciudad de México. Acompañó a Santa Ana a Puebla, desde donde fue enviado con despachos tan solo para caer prisionero de los rangers del Capitán Walkers en Huamantla, Tlaxcala, en 1847. En 1854 fue nombrado Ayuda de Campo de Santa Ana. Nunca se casó.

En 1865, la segunda pareja imperial de México, Maximiliano I de Habsburgo y su esposa Carlota Amalia de Sajonia-Coburgo, en vista de que no podía tener descendencia propia, adoptó al pequeño Agustín de Iturbide y Green (nacido hacia 1862) como heredero de todos sus bienes y como sucesor en el trono de México. A la vez, se le otorgó el título de “Príncipe de Iturbide” con el tratamiento de “Alteza”. Estos decretos entraron en vigor al ser publicados en el “Diario del Imperio”, el periódico oficial de Maximiliano, el 16 de septiembre de 1865. En dichos decretos se menciona también al joven Salvador de Iturbide Marzán, como sujeto de los mismos privilegios que Agustín, su primo. Previamente, en el castillo de Chapultepec, con fecha del 9 de septiembre de 1865, Maximiliano y los jefes de la familia Iturbide habían firmado un tratado de ocho puntos relativos a la adopción, honores y pensiones de los miembros de la familia. Por el Emperador firmó su Secretario de Relaciones Exteriores y encargado de la Secretaría de Estado, don José J. Ramírez. Por los Iturbide firmaron Agustín Gerónimo, Ángel, José y Alice Green de Iturbide.

Cuando Carlota Amalia zarpó rumbo a Europa para buscar apoyo político para Maximiliano, se llevó consigo al pequeño Iturbide. En La Habana, primera escala del viaje, lo recuperó su madre, la señora Green de Iturbide, y lo llevó a Washington, donde residió una buena parte de su vida..

En junio de 1867, poco antes de la caída de Querétaro, algunos diarios norteamericanos dieron a conocer la existencia de la carta de abdicación de Maximiliano en favor del infante Agustín de Iturbide y Green. Decían que, cuando a Márquez no le quedó duda alguna de la traición de López en favor de los republicanos, para entregarles Querétaro, procedió de inmediato a la apertura de algunos documentos que le había entregado Maximiliano en persona. Entre ellos encontró la ya mencionada abdicación del Emperador, firmada de su puño y letra. Una vez enterado del contenido del documento, Márquez procedió a proclamar a don Agustín de Iturbide y Green como Emperador de México y sucesor de Maximiliano, bajo la regencia de la Emperatriz Carlota. La autenticidad de la carta de abdicación nunca fue impugnada.

En enero de 1877, según una reseña de la época escrita en Nueva Orleans, el príncipe Agustín de Iturbide y Green, título por el cual se le conocía desde su adopción por Maximiliano, se encontraba entre los pasajeros del vapor “Jamaica”, con destino a Liverpool, en Inglaterra. El objeto del viaje era el de convertirse en alumno de la Academia Militar Woolwich. Se le consideraba un joven brillante e inteligente, de unos quince años de edad, y hablaba el inglés con buen acento. Había estudiado en las escuelas públicas de Washington y en la Universidad de Georgetown, el Alma Mater de su padre. Su discurso de graduación llamó la atención por haberlo escrito sobre el tema “Democracia”, sistema político al que se mostró muy favorable, y por ser, a la vez, heredero de dos emperadores.

En 1888, el príncipe Agustín de Iturbide causó conmoción al aceptar una comisión de manos del presidente Porfirio Díaz y portar el uniforme de teniente del ejército mexicano. El todavía influyente Partido Monárquico Mexicano juzgó de suma importancia el hecho, cuya relevancia radicaba en el acercamiento que se daba entre monárquicos y republicanos. Hemos visto ya que el príncipe Iturbide había estudiado en la Academia Militar de México, en Chapultepec, así como en los Estados Unidos y en Europa. Por orden directa del presidente Díaz, Iturbide fue destinado al famoso Séptimo Regimiento, comandado por un oficial que fue coronel del Regimiento de la Emperatriz durante el reinado de Maximiliano.

A pesar de los buenos augurios políticos, el joven Iturbide expresó en público algunas críticas contra el gobierno de Díaz, razón por la cual se le siguió consejo de guerra y prisión. Sus amigos de Washington comentaban que la crítica era tan solo la de un impetuoso y joven ciudadano a su presidente.

No obstante lo anterior, el príncipe Iturbide fue condenado a un año de reclusión bajo el cargo de falta de respeto al régimen de Díaz. Su madre, la señora Alice Green, lo estuvo visitando y apoyando en prisión, hasta que ella contrajo una enfermedad que le costó la vida en enero de 1892.

El 5 de julio de 1915, el príncipe Iturbide contrajo nupcias con la señorita Mary Louise Kearney, hija del General Brigadier James E. Kearney. Ofició el reverendo J. M. Cooper, de la iglesia católica de San Mateo de Washington.

La bandera de la Independencia Nacional



Religión (blanco) Independencia (verde) y Unión (rojo). 
Las tres cosas garantizadas hechas bandera.


No deja de ser significativo que el primero y el último de los movimientos mexicanos por la independencia, tuvieran su origen en situaciones de carácter internacional. El primero, el de 1808, se originó en la invasión y ocupación de España por los franceses. Algunos regidores del ayuntamiento de la ciudad de México, como Francisco Primo Verdad Ramos y Juan Francisco de Azcárate, aprovecharon el momento para proponer la independencia de la Nueva España, puesto que los reyes Carlos IV y Fernando VII se habían entregado mansamente a Napoleón Bonaparte, y habían puesto a sus pies la corona española.

Los mencionados regidores de la ciudad de México, que eran criollos, consideraban que en esas circunstancias, Nueva España debería separarse de la madre patria. Por supuesto, los españoles peninsulares residentes en México, abortaron este plan y asesinaron a Francisco Primo Verdad mediante un pretendido suicidio. Así, tristemente, acabó este primer movimiento independentista ( o autonomista) de 1808.

Doce años después, se presentó una nueva coyuntura política internacional: en 1820, el coronel Rafael del Riego, de ideología liberal, dio un golpe de estado en España, y obligó al rey Fernando VII a jurar de nuevo la Constitución de Cádiz, que era liberal. En virtud de lo establecido por esta constitución, se eligieron diputados liberales a las Cortes (las cámaras legislativas) y comenzaron a dictar leyes que amenazaban seriamente, no solamente los intereses del clero novohispano, sino su misma existencia. La aristocracia novohispana y buena parte del ejército consideraron que, dadas las circunstancias de La Península y al ver en peligro sus intereses, había llegado el momento de separarse políticamente de España.

Este último movimiento de independencia, apoyado por obvias razones por el clero institucional y las altas esferas de poder novohispano, como lo han indicado Lucas Alamán y Francisco de Paula Arrangoiz, entre muchos otros historiadores, tuvo su comienzo y su fin en 1821. Su promotor visible fue don Agustín de Iturbide,  por medio del Plan de Iguala, proclamado el 24 de febrero de 1821. Este plan fue ratificado mediante los Tratados de Córdoba, el 24 de agosto de 1821 por el mismo Iturbide y el último virrey capitán general de Nueva España, don Juan de O´Donojú.

El plan surgido en Iguala, obedecía a las necesidades del momento, y no tenía vínculos históricos con los anteriores movimientos de Hidalgo, ni Morelos. Al igual que el de 1808, este plan se originó también en las circunstancias internacionales prevalecientes en sus respectivos años.

El Plan de Iguala garantizaba a los novohispanos tres cosas. Libertad para ejercer la religión católica (blanco) la independencia política para lograrlo (verde) y la igualdad de derechos para todos los mexicanos, la unión de todos ellos (rojo). Este es el origen de nuestra bandera. Y tanto el Plan de Iguala como sus motivos para llevar a cabo la independencia de la Nueva España, deben de ser interpretados como fruto de una época, de una mentalidad y de unas circunstancias muy concretas, que nada tienen que ver con las nuestras. Sin embargo, no por ser diferentes, o ideológicamente "inconvenientes", dejan de ser históricas.                                         

Para poder cumplir la primera garantía, se requería necesariamente de la independencia política de España. Había que garantizar esta separación para anular las amenazas de la nueva legislación española, pues Nueva España ya no estaría más bajo el dominio de La Península ni tendría por qué obedecer sus nuevas leyes.

Para evitar cualquier desorden social en Nueva España al proclamar su independencia, se garantizaba que todos sus habitantes serían iguales ante la ley, sin esclavitud, ni distinción racial. Todos tendrían los mismos derechos, indios, negros, españoles o criollos, y se respetarían las propiedades de todos. De esta manera, se establecería la unión de todos los mexicanos.

Así, con este Plan de Iguala del 24 de febrero de 1821, su bandera verde, blanca y roja, y el reconocimiento de O´Donojú, Iturbide y los firmantes del Acta de Independencia, se convirtieron en los fundadores del Estado Mexicano. Desde 1821, con su acta de independencia como documento fundacional (28 de septiembre de 1821) México es una nación libre. Los colores del Plan de Iguala se convirtieron en nuestra enseña nacional.


jueves, septiembre 11, 2014

Plagas de los años cincuentas





Es muy digno de mencionarse en la crónica de nuestra ciudad y región el segundo lustro de los años cincuentas (1955-1960) por los fenómenos naturales que uno tras otro se fueron sucediendo. Pareciera que las plagas bíblicas se hubieran abatido sobre nuestra Comarca.

En primer lugar, se dejó sentir una fuerte sequía que duró varios años y que castigó de manera especial a los estados de Coahuila, Nuevo León, Zacatecas y San Luis Potosí. En las entidades sureñas de los Estados Unidos se dejó sentir el mismo fenómeno.

Era la época en que la tierra estaba tan suelta que se levantaban inmensas tolvaneras desde el lecho seco de la Laguna de Mayrán y anunciaban su llegada con mucho tiempo de anticipación. Uno miraba hacia el oriente y se veía la franja oscura y amenazadora en el horizonte. Y cuando llegaban a Torreón, estos terregales eran tan fuertes y densos que parecían eclipsar al sol. Las casas se oscurecían tanto que era necesario encender las luces. Recuerdo a una prima de San Luis Potosí, de visita en Torreón, aterrorizada por una de estas tolvaneras, por falta de costumbre. Para nosotros, laguneros, ya eran habituales.

En 1956, la plaga del “pulgón” afectó muy seriamente los trigales de la región y los cultivos de cebada, causando grandes daños a la economía. En 1957 hubo nuevos brotes. Y a medida que la sequía continuaba, diezmando cultivos y ganados, surgió otra plaga, la del “botijón” o larva de escarabajo. Y sobre todas las demás, una que merece especial mención y cuyos primeros reportes datan de junio de 1959.

Se trataba de una invasión de millones de ratas de campo que, como surgidas de la nada, cubrieron los campos de cultivo de la Comarca Lagunera. Calculan los expertos de la época que la densidad de población de estos roedores llegaba a dos mil animales por hectárea, y que las hectáreas comarcanas afectadas llegaban a doscientas cincuenta mil. 

Yo recuerdo esta plaga muy bien, ya que mi familia solía ir a tomar nieve a Lerdo los domingos, como lo hacían muchas otras familias torreonenses. Recuerdo que al volver a nuestra ciudad, al cruzar el puente sobre el Nazas (plateado o naranja) veía a muchos, realmente muchos de estos roedores caminando hacia Torreón por los travesaños del puente. Era un espectáculo entre fascinante y aterrador.

Los agricultores de la región declaraban por aquel entonces que era tal la cantidad de animales que, por las tardes y anocheceres, los campos parecían ondular, como si tuvieran vida propia.

Y aunque las autoridades no lo mencionaran ni apareciera este dato en los diarios de la época, las ratas se encontraban también en la zona urbana de Torreón. Yo vivía por entonces a dos cuadras del bosque “Venustiano Carranza”; la casa de mis padres era muy amplia, y había dos o tres gatos domésticos como mascotas. Pues bien, estos felinos daban cuenta, por las noches, de varios de estos roedores. Lo sabíamos porque, en el patio interior, amanecían tiradas las colas de las ratas devoradas por los mininos. Se trataba de ratas de campo, al parecer muy apetecibles para los gatos.

Esta plaga llegó a tener dimensiones apocalípticas, y arremetió contra prácticamente todos los cultivos regionales. Algún chistoso de la época llegó a recomendar que las damas se forraran las piernas con alambres de púas para evitar el contacto de esos animales.


Las autoridades tomaron cartas en el asunto y recomendaron la utilización de cebos venenosos para acabar con las ratas. También se pensó en quemar los campos infestados de fuera hacia dentro, y en el uso de las avionetas fumigadoras para arrojar los cebos envenenados por los campos laguneros. También se sugería el uso de lanzallamas. Finalmente se usaron los cebos venenosos, aunque causaron un gran daño a otras especies, como ardillas, conejos, zarigüeyas, aves, topos y hasta cerdos.   

lunes, septiembre 08, 2014

Un hombre íntegro






Esta nota la dedico a mi padre, hombre intachable que, desde su profesión, hizo tanto por nuestro estado. Nació en Monterrey, N.L. el 7 de octubre de 1911. Fueron sus padres don Félix Edmundo Corona Toledano, ingeniero de ferrocarriles, y doña María Antonia de la Fuente Treviño, distinguida señorita nacida en Monterrey.

Habiendo perdido a su madre a los 6 años de edad, y ya destruido también el negocio familiar “El Siglo XX” de Monterrey (incendiado por los revolucionarios) Félix Edmundo, sus hermanos y su padre se mudaron a Saltillo, tierra de sus ancestros maternos.

Por algún tiempo, su familia se hospedó en el chalet del ingeniero Garbett. Fue desde ese chalet que contempló, atemorizado, el incendio del teatro García Carrillo en 1918. En Saltillo, Félix Edmundo asistió al Colegio Roberts (metodista) cuando ocupaba su local en la avenida Victoria, y posteriormente, cuando se cambió al edificio de ladrillo de estilo Georgiano que se encuentra frente a la alameda de aquella ciudad.

También fue alumno del Ateneo Fuente. Ingresó en 1928 a la Compañía Constructora Latino Americana, S.A. y la firma de “Ingenieros y Contratistas “Martin” S.A. de Saltillo, las cuales desarrollaban trabajos en la compañía petrolera inglesa “El Águila”, particularmente en la pavimentación de la refinería de Azcapotzalco, en la ciudad de México. Otra gran obra fue la de la construcción de la carretera México-Laredo, por la Sierra Madre Oriental.

Fue con los ingenieros ingleses que aprendió todos los secretos de la pavimentación asfáltica. Estos ingenieros habían depositado en Félix Edmundo una gran confianza, en vista de su integridad moral y profesional, y de su capacidad de aprendizaje. En poco tiempo, aquél joven regiomontano tenía a su cargo una cuadrilla entera de recios trabajadores ex cristeros.

A mediados de los años treinta, Félix Edmundo vino a Torreón por motivos profesionales. Fue aquí que conoció a la que sería su esposa, la señorita María Concepción Páez Martínez, originaria de la ciudad de San Luis Potosí. Como a muchos otros inmigrantes de la época, la oportunidad de prosperar en la Comarca Lagunera atrajo a la familia Páez Martínez. Las tierras familiares se habían perdido, o estaban en proceso de perderse (en la hacienda de Las Tuzas, jurisdicción de Alaquines, S.L.P.) así que había que comenzar de nuevo.

En sus bodas de oro


Durante los años cuarenta, Félix Edmundo prestó sus servicios profesionales en la Junta de Mejoras Materiales de Torreón.

Con la Constructora del Norte, S.A. de C.V., Félix Edmundo trabajó en la pavimentación de la tercera zona de la ciudad de Torreón, así como en la construcción de las carreteras San Pedro-Saltillo, Piedras Negras-Allende, Torreón-Matamoros, Coahuila, Gómez Palacio-Bermejillo.

Con la “Constructora Mexicana” de Monclova, Félix Edmundo intervino en la costrucción de las carreteras Camargo - La Perla (100 kms.); Monclova – Monterrey (100 kms.), construcción de los puentes de la carretera a Monterrey; pavimentación de la ciudad de Monclova; camino Monclova – Torreón; camino Candela – Estación Candela; pavimentación de las poblaciones de San Buenaventura, Allende y Piedras Negras, en Coahuila.

Posteriormente, Félix Edmundo se dedicó a trabajar de manera independiente en Torreón, con su compañía de pavimentaciones.

Su aporte a la adaptación de la pavimentación asfáltica a las condiciones de Torreón, así como a la innovación tecnológica en este campo, no fue pequeño. Un buen testimonio de esta realidad aparece en su artículo sobre innovación tecnológica en la pavimentación de la colonia Estrella de Torreón, el cual fue publicado en la revista “Ingeniería Internacional Construcción. Una revista internacional de la Reuben H. Donnelly Corporation”, número de febrero de 1966, p. 42.


Don Félix Edmundo Corona de la Fuente murió tranquilamente, el 30 de abril de 1999. 





La identidad autodefinida



Escudo de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Tlaxcala.
Otorgado con los nombres de Doña Juana, Don Carlos y Don Felipe, Reyes de España



Un debate historiográfico que se ha mantenido vivo en la región del sur de Coahuila desde hace tiempo, es el que se refiere a la conservación (o decadencia) de la “limpieza racial” de los tlaxcaltecas que poblaron Saltillo y el País de La Laguna. 

El obispo de Durango Tamarón y Romeral, de origen toledano, al igual que el franciscano Juan Agustín de Morfi, nacido en Asturias, se cuentan entre aquellos individuos que en la segunda mitad del siglo XVIII se sentían incómodos ante el espectáculo que implicaba la existencia de pueblos de indios privilegiados por la Corona, y muy en concreto, Santa María de las Parras, que poseía una pujante economía. 

Los españoles que vivían en la jurisdicción del pueblo de Parras estaban técnicamente sujetos a un gobierno indígena que estaba constituido por el gobernador, el cabildo y el común de los naturales. Desde luego, siempre existía la posibilidad de que españoles y criollos acudiesen al alcalde mayor para ciertos asuntos, pero la verdad es que nunca se llegó a erigir una villa de españoles junto a Parras durante la era colonial. Siempre fue pueblo de indios. 

El malestar de los peninsulares Tamarón y Romeral y de Morfi coincidían con una época en que España —como lo saben quienes están familiarizados con la evolución del derecho nobiliario en el Imperio Hispanoamericano— trataba de reducir el número de “hidalgos” exentos de tributo mediante el expediente de revisar los fundamentos documentales o históricos del privilegio. 

Ambos clérigos pensaban que los españoles del pueblo de Parras merecían mejor suerte que la de estar “sojuzgados” por indios. Para mejorarla, habría que desarticular la situación privilegiada de dichos tlaxcaltecas. Con este objeto, popularizaron un argumento: que los indígenas parrenses habían perdido su limpieza biológica y que como indios mezclados o “misturados”, no merecían los privilegios que tenían concedidos por la Recopilación de las Leyes de Indias o por Reales Cédulas u otros documentos especiales. 

Este era un procedimiento legalista que, de aplicarse rígidamente en España, descalificaría a muchos miembros de la nobleza peninsular (Recordemos los “libros verdes” y sobre todo el famoso Tizón de la nobleza de España del cardenal don Francisco de Mendoza).

Los tlaxcaltecas de Parras, por su parte, tenían una visión mucho más antropológica, más cultural de su propia identidad. No solamente no negaban que, en cierta medida,  hubiese habido mezcla o mestizaje, sino que abiertamente afirmaban su derecho a incorporar a su comunidad privilegiada a quienes ellos consideraban y reconocían útiles para la conservación y aumento del pueblo de Santa María de las Parras. Argumentaban que al hacerlo así,  ninguna de las dos majestades (Dios y el Rey) era “deservida”.


La incorporación de estos mestizos obedecía en gran medida a razones económicas, sin que hubiese una ruptura cultural. Para muchos historiadores, particularmente los originarios de Parras,  el problema real es si aceptan o no que los tlaxcaltecas tenían el derecho de autodefinir su identidad. Los tlaxcaltecas de Parras basaban su derecho en los múltiples servicios que habían realizado a favor de la Monarquía. Y para ellos, era una razón más que suficiente.    

La Coahuila Separatista



En 1821, año en que se consumó la independencia mexicana, Coahuila formaba parte de las Provincias Internas de Oriente, junto con el Nuevo Reino de León (Nuevo León), Nuevo Santander (Tamaulipas) y Texas. Una vez desaparecido el Primer Imperio Mexicano, con la promulgación del “Acta Constitutiva de la Federación” el 31 de enero de 1824, y de acuerdo con su artículo 7, surgió a la vida legal el Estado Interno de Oriente, compuesto por las Provincias de Coahuila, Nuevo León y Texas.



Bandera de Coahuila y Texas


Cuando Texas obtuvo su efectiva independencia de Coahuila y de México, conservó en su pabellón de la “estrella solitaria”, una de las dos estrellas de lo que había sido la bandera Coahuiltexana. La definitiva bandera texana conservó en dos fajas los colores blanco y rojo de la bandera de México y de Castilla y León, mientras que en una partición vertical de color azul, conservó la estrella de cinco puntas (blanca).

Otro plan separatista cargado de elementos anti-centralistas buscaba la creación de la llamada “República del Río Grande”. En una convención llevada a cabo el 17 de enero de 1840 en Laredo (ahora jurisdicción de Texas, entonces todavía parte de México), ciertos delegados de los tres estados de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas se pronunciaron y declararon la independencia de las tres entidades para formar una nueva república. Desde luego, esta era la manera como un grupo político minoritario intentaba presionar al gobierno centralista para que se restituyera la constitución federalista de 1824. Jesús de Cárdenas fue designado presidente; Antonio Canales Rocillo, comandante general del ejército; Juan Nepomuceno Molano, delegado y miembro de la convención por Tamaulipas; Francisco Vidaurri y Villaseñor, delegado y convencionista por Coahuila; Manuel María de Llano lo era por Nuevo León, y José María Jesús Carvajal era el secretario de la convención.


Bandera de la República del Río Grande

Esta bandera era semejante en diseño a la de Texas, con dos fajas, la superior en blanco, la inferior en negro, más una partición vertical roja, y sobre esta, puestas en línea descendente, tres estrellas blancas de cinco puntas, cada estrella representando un estado separatista. Esta efímera “República del Río Grande” o “República Nortemexicana” duró 293 días, ya que la expedición punitiva del general mexicano Mariano Arista fue imparable, y Canales tuvo que capitular en Camargo, Tamaulipas, el 6 de noviembre de 1840.

Por lo general, las fuentes que hablan de esta declaratoria de independencia son estadounidenses, ya que México, en medio de un clima tan volátil como era el de esa época, prefirió guardar silencio. Varias entidades federativas buscaban los mismos fines separatistas, y hablar del asunto solamente hubiera alentado la secesión. Incluso hay quien piensa que los hechos fueron más propagandísticos que históricos, mera publicidad política que beneficiaba a los texanos. Sin embargo, hay publicaciones periódicas mexicanas de la época que dan certezas de la historicidad de los acontecimientos, como “La Hesperia” del 5 de abril de 1840, página 2, en su artículo “Crónica de México” columna 3; y el mismo semanario, en su edición del 12 de abril de 1840, “Crónica de México”, pp. 2 y 3.

Por otra parte, uno debiera preguntarse si la anexión de Coahuila por Santiago Vidaurri, gobernador de Nuevo León, el 19 de febrero de 1856 (de hecho, anexó también partes de Tamaulipas) obedecía al proyecto de la formación de la “República de la Sierra Madre” que aparentemente consistía en un nuevo intento por federar e independizar a los estados de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas. Si los hechos fueron así, el fondo y contexto de este nuevo intento de secesión correspondía al proyecto fallido de 1840. Y los resultados fueron los mismos.